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Favorecida. La vicepresidenta ha dejado de ocupar el primer plano con sus causas judiciales. | twitter

El país ha entrado en un nuevo estadio, que fue bautizado como “default blando”. El adjetivo que acompaña a la palabra temida pretende reducir su gravedad. Ojalá que un default blando no se convierta en el estado permanente de las finanzas nacionales. Ojalá que los acreedores tengan confianza en que se les pagará un día de estos, como diría un simple particular a quien se le reclama una deuda vencida: “No me atores, si me das un poco de tiempo, te aseguro que cumplo”. Ojalá que, como tantas otras argentinadas, el default blando no se convierta en costumbre nacional ni se difunda más allá de las prerrogativas institucionales que, en este país, se viven siempre como situaciones de excepción. No hay espacio para la soberbia nacional, porque Argentina ha sido una protagonista, en varias y diferentes situaciones de default y cuasidefault, hasta inventar el simpático default blando que parece menos temible.

Es poco lo que entendemos los legos. El estado de lo público es difícil de conocer para quienes no tengan por lo menos una licenciatura en economía de universidad local. Esto, naturalmente, conduce a dos actitudes: o nos alejamos enteramente de la cuestión o nos ilusionamos creyendo que podemos comprender de qué se trata. La opacidad de la política se ha cobijado en una odiosa bruma. Cuando algo es difícil de comprender se esparce el escepticismo o el desinterés. Hace dos siglos, frente a una coyuntura igualmente complicada e incierta, escribió un alemán de inclinaciones filosóficas: “¿Quién sabe exactamente quiénes son los favorecidos por hechos, de los que se afirma en primer lugar que sucedieron y en segundo lugar que se hicieron por la Patria?”. Subrayo la segunda parte de la pregunta: ¿quién puede discernir con alguna certeza que algo se hace por la Patria?

Probablemente algunas noticias, que llegan de países por encima de toda sospecha estatista, ayuden a entender de qué modo la pandemia ha golpeado no solo la economía sino las ideologías económicas. Frente a la pérdida de empleos en Estados Unidos, el secretario del Tesoro Steven Mnuchin favorece un plan para subsidiar temporariamente el pago de salarios en empresas privadas. Más que cualquier medida sanitaria, esta probable intervención del gobierno de Donald Trump es excepcional e indica la excepcionalidad de la situación no solo en la Argentina, donde la palabra “subsidios” es parte de la lengua cotidiana, como bandera de reclamos o blanco de condenas. Ahora proliferan los subsidios en las comarcas menos pensadas, repartidos por gobiernos que estuvieron por encima de toda sospecha de despilfarro populista.

La pandemia oscureció el capítulo judicial de CFK. En su caso, no hay desgracia sin suerte.

De todos modos, la pandemia les quita relevancia a estas noticias. No simplemente porque las priva de centralidad en los medios, sino porque debilita la intensidad con la que podrían impresionar el estado de ánimo colectivo. Y los escándalos del pasado se esfuman en la urgencia de cada día. Propongo un ejemplo a la medida local.

Zannini solicitó que se declare nula la causa que afecta a Cristina Kirchner por el memorándum con Irán que incluye el encubrimiento del atentado a la AMIA. Tal solicitud la salva a Cristina y habría resultado escandalosa antes de la llegada del virus. El pasado miércoles, el diario La Nación, que nunca había dejado de lado el tema, le dedicó en tapa solo un humilde tercio de columna, para desarrollarla con amplitud en la nota de Morales Solá en página 10 de Política. Algo hemos aprendido sobre la manera con que se leen los diarios actualmente, la veloz mirada atraída por los grandes titulares que rebotan en Twitter y Facebook. ¿Cuántos leen una nota completa?

No es una crítica al periodismo. Más bien es un balance de situación, porque con el virus todo ha cambiado de lugar, todo ha entrado en default y las jerarquías se han reorganizado. Esto no implica solo lo que leemos sino cómo articulamos la actualidad con la vida cotidiana bajo la presión obsesiva de la enfermedad y la muerte. No son ideas sino gráficos los que están dando la forma a nuestra experiencia. Es evidente una acentuación de los rasgos que fueron novedad hace dos décadas, cuando las redes sociales comenzaron su entonces celebrada misión de ampliar públicos, difundir informaciones y otras decenas de virtudes que fueron saludadas con entusiasta tecnofilia.

Sigue la política. Sobreviven, sin embargo, dos tipos de obsesionados por la política. Están por un lado quienes se empeñan para que no todo sea devorado por la sombra de la enfermedad; por el otro, quienes han comprobado que la llegada del virus los ha salvado milagrosamente de seguir ocupando el primer plano por las acusaciones judiciales y el juicio oral que ya había empezado con CFK como protagonista ilustre.

Ahora, Cristina puede callar más tranquila y dejar que transcurran los días, porque pocos se ocupan hoy de la causa del memorándum. Y entre los que se ocupan figura, en primer lugar, Zannini, su servidor leal en todas las batallas, nombrado por Alberto Fernández como procurador del Tesoro. Como primer paso en su patriótica tarea, Zannini pidió que se lo limpiara a él mismo de esa oscura causa sobre el memorándum con Irán, que causó el suicidio o el asesinato del fiscal Nisman.

Parece que transcurrió un siglo desde que esa muerte, rodeada de todas las sospechas, provocó marchas indignadas por las calles de Buenos Aires y reuniones múltiples en el Congreso. Pepe Eliaschev, gran periodista, no podrá descansar en paz. Sus denuncias, publicadas en este diario, están siendo prolijamente enterradas. Con buenas o malas razones y subterfugios formales, la causa, que la opinión pública quizá ya recuerde borrosamente, va haciendo su camino hacia la obsolescencia, llámese esto como se llame en la lengua judicial.

Suerte en la desgracia. Zannini no es el único que mueve piezas en el tablero jurídico, con la oscura discreción que siempre lo caracterizó. Su movida benefició a la Dama, puesto que el jefe de la Oficina Anticorrupción, un obediente a toda ley si se origina en quien le da las órdenes, en estos días y con admirable sentido de la oportunidad, desistió en las causas Hotesur y Los Sauces, que complicaban vida y bienes de la vicepresidenta. Se salvaron esos lindos hotelitos al pie de la cordillera, que ganaban mucha plata alojando de manera virtual al personal de Aerolíneas Argentinas, dirigida entonces por Mariano Recalde, presidente de la compañía de 2009 a 2015 y hoy miembro de La Cámpora en el Senado de la Nación.

Como se ve, muchos pueden enorgullecerse de su pasado o tratar de que se lo olvide. En cuanto a Cristina Kirchner, la de historia más larga, la pandemia ha oscurecido el actual capítulo de índole judicial. Lo cual indica que, en su caso, no hay desgracia sin suerte, como sostiene el consolador refrán.

La vicepresidenta de este gobierno ha obtenido la suspensión de algunas causas que la preocupaban. Y este no parece ser el momento para fracturar la cacareada unidad nacional con actos de justicia que perjudiquen a nadie. Por otra parte, en alguna ocasión sin micrófonos, a Alberto Fernández se le oyó decir: “Sobre Cristina, no hay pruebas”. Dudo sobre cómo debe interpretarse la frase expresada sin vacilar: ¿significa que no hubo delitos, o que no existen pruebas sobre los delitos cometidos? Usted elige la interpretación. Considere que siempre es posible equivocarse.