Alberto Fernández extendió la cuarentena hasta el 10 de mayo, demostrando inteligencia y prudencia. Afortunadamente, ayer sábado trascendió que Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados, anunció sesiones para mañana lunes, después de los reclamos de Mario Negri, jefe del interbloque radical macrista. Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de Buenos Aires, había dictaminado que “la pandemia no puede ser una excusa para que no funcionen las instituciones”. Extraordinaria verdad, sobre todo viniendo de alguien que, días antes, saltando sobre la dormida Legislatura, había emitido la resolución anticonstitucional que prohibía la circulación de los adultos mayores por la ciudad.
Equivocada como esa medida, de la que debió recular en chancletas, fue otra de sus declaraciones: “En pandemia no hay política, todos tenemos que estar en el mismo barco y trabajando con el gobierno nacional”. Es posible acordar con el propósito de colaborar con el gobierno nacional, pero se hace difícil suscribir una frase que niega o suspende la política durante la pandemia. Por el contrario, la situación es tan compleja y tanto requiere la unión nacional que es preciso discutir con los partidos y las organizaciones las medidas que se vayan tomando.
En pandemia, la política como espacio de discusión y de elucidación de diferencias es necesaria. De lo contrario, concentran poderes los que hoy ocupan un cargo ejecutivo; y se despoja a nuestros representantes en los cuerpos legislativos de su derecho y, sobre todo, de su deber de examinar caminos diferentes, que quizá puedan ser mejores. La política no solo sirve como música de fondo para agitar los globitos de la felicidad o respaldar la oratoria de los dirigentes frentistas, sobre todo de su bien dotada prima donna, ahora duramente limitada a las redes sociales.
Alemania, con una fuerte dirección política que siempre sostuvo el debate, es un ejemplo en Europa. Nadie desafía a Merkel porque tiene quince años de buen gobierno, de establecer alianzas, de cambiarlas, de discutir con el parlamento y de ponerse de acuerdo o mantener los desacuerdos y decidirlos con el voto. En cambio, no hay política en los países donde no quisiéramos vivir. No voy a mencionarlos porque todo el mundo sabe en qué lugares no hay política, todavía se persigue o se ordena la prisión de dirigentes opositores y se gobierna sin parlamento ni forma alguna de control de poderes, con régimen de partido único.
Una pifiada presidencial. Hace unos días, Alberto Fernández se apresuró a sumarse a la idea larretista de barrer a los ancianos de las calles porteñas. El error conceptual en su caso fue grave. Como docto en leyes y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, debió separarse de esa decisión improvisada y populista. En vez de callarse la boca o corregirlo, Fernández dio su apoyo al disparate, sin fundamentarlo mejor. No me negaría a escuchar motivos para la exclusión de los mayores de 70. Simplemente solo se escuchó la presunción de que si esos mayores enfermaran, al ser tantos en la ciudad, ocuparían las camas y los aparatos cuyo preferible destino serían los jóvenes, que tienen mejor oportunidad de sobrevivir.
A esta elección de los más aptos habría que buscarle fundamento. Es un camino moralmente peligroso. ¿Por qué no los más inteligentes, los más educados, los más patriotas, los que no tienen ni una línea en los prontuarios, los que tienen más hijos, los mejores deportistas o cualquier otra categoría que, desarrollada a fondo, tiene antecedentes en la discriminación que han practicado muchos regímenes autoritarios?
Alberto Fernández se sumó porque no quiso perderse nada que tuviera el eco de la aprobación popular. Fue una movida política. Si la cumpliera en su propio gabinete, tendría que dar el ejemplo y despedir a Ginés González García, uno de sus mejores ministros, que tuvo el inconveniente de nacer en 1945.
Auxilio habanero. Ni siquiera su edad provecta tentó a Ginés para convertirse en un enamorado entusiasta y nostálgico de las misiones cubanas, integradas por médicos. Hasta los legos sabemos que en la Argentina lo que falta son enfermeras, enfermeros y otros miembros de los equipos de apoyo o seguimiento. Trascendió que esos médicos cubanos “no vendrán para ocupar la primera línea”. Tampoco se dijo qué línea ocuparían.
Es necesaria la política como espacio de discusión y de elucidación de diferencias
El canciller, lavándose las manos, sostuvo que el tema es manejado por Presidencia. Que manden los médicos, que deben ser buenos ya que Cristina estacionó a su hija en La Habana. Esto lo debe haber tenido en cuenta Kicillof que, en la provincia de Buenos Aires, según fuentes del gobierno que encabeza, habría déficit de profesionales. Solo un malicioso querrá recordar que a los profesionales cubanos no les disgusta viajar a otros países, sobre todo si son economías de mercado en la que se liberan temporariamente de las restricciones que viven en la isla. Lo sé por comentarios de quienes aprovecharon la salida para exiliarse, y también por los que retornaron a Cuba, después de esa agradable temporada de trabajo en el mundo exterior, donde se dieron cuenta de que no alcanzarían fácilmente la posición que ocupaban en la isla.
Apareadas con las razones sanitarias, están las razones políticas. El cristinismo atrasa ideológicamente, y sin duda, la llegada de los médicos desde Cuba, donde la hija de la señora se cuidó del stress y somatizaciones conexas, sería una especie de confirmación simbólica de los lazos restablecidos. Solo nos falta una oferta de Venezuela. Habría que aprovecharla, porque muchos médicos caribeños se formaron o especializaron en las renombradas facultades de la Universidad de Buenos Aires o La Plata.
Impuesto a grandes fortunas. La economía determina en última instancia y a esa dimensión fatal nos estamos acercando. El diputado Máximo Kirchner propuso esta semana ante nadie, porque el Congreso no funcionaba ni real ni virtual, que las grandes fortunas, un universo de 11.000 contribuyentes, cuyo patrimonio supere los 3 millones de dólares, paguen un impuesto o como sea el nombre que se dé a esa obligación. Salvo el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, el resto de la UCR cerró filas y se pronunció en contra de lo que llamó doble imposición. Por supuesto, habrá que revisar los términos de esa contribución patriótica que los ricos y el radical-macrismo rechazan, y evitar la doble imposición. Deberán hablar no solo los economistas sino los expertos en derecho impositivo y los constitucionalistas.
Sin embargo, los que no tenemos ni una ni otra profesión, podemos considerar el tema desde una perspectiva ética. En un país donde más de un tercio de la población está en la pobreza o la indigencia, que 11.000 contribuyentes, es decir los más ricos de los muy ricos, aporten de manera excepcional no parece éticamente cuestionable. No es comparable con prohibirles a decenas de miles de vejetes su vueltita matutina, como intentó Larreta. Esos 11.000 pertenecen a un grupo de elite, y para su propia vueltita matutina seguramente pueden elegir como escenario grandes jardines bien parquizados, la cubierta de algún velero o sus propiedades en countries espaciosos, donde no se admite que los molestos pobres anden escupiendo sus virus.
No hay que castigarlos, pero, así como a todos nos castiga la inflación de un modo que los ultra ricos desconocen porque un 5 % mensual no significa nada en su canasta de compras, convendría que ahora ellos no patalearan. La Argentina es un país pobre, que ha llegado, de nuevo, al borde del default, con un tercio de sus jóvenes en las peores condiciones de vida, ¿accederán los ultra ricos a ser humanitarios en estas circunstancias?
La cuestión impositiva es crucial para el futuro. Los empresarios dicen que con altos impuestos se les hace muy difícil invertir. Quizás el diseño de esas cargas no esté correctamente repartido, y demasiado deban pagarlo las empresas y no las personas físicas que embolsan las ganancias de esas empresas. Como alguna vez se señaló, hay empresarios “pobres”, gente cuya riqueza está a la vista, pero no siempre cuidadosamente registrada en las planillas de la AFIP.
Con la excepción del gobernador Morales, el proyecto presentado por Máximo Kirchner fue rechazado por la UCR, un partido con clientela de capas medias, que evaden tanto como pueden. Hay una respuesta sencilla que tiene una fundamentación compleja: si no pagan los 11.000 más ricos, ¿quién va a pagar la crisis, las muertes, las enfermedades? Respuesta: las capas medias, cuyo apoyo la UCR macrista necesita conservar.
He pagado impuestos en varios países europeos y en Estados Unidos. Nunca pagué en ellos sumas menores que las que pago en la Argentina. En todos lados hice lo mismo: trabajar, enseñar y escribir. ¿Por qué, hechas las cuentas, pago menos acá?
Copio un aforismo de Hermann Broch: “La neurosis impide el análisis”. Traducido al entuerto impositivo: los intereses son también un resistente obstáculo para analizar las medidas propuestas.