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HOMENAJE A BELGRANO

Últimas palabras

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Las frases que pronuncia una persona antes de morir quedan atrapadas en el misterio, ya que es difícil dar certeza de ellas. Creerle al testigo postrero, a las conjeturas de la historia. Vocablos salidos de la fiebre, del delirio que el hablante ya no puede desmentir.

Las últimas palabras confiadas de Cristo en la cruz. Las recientes de George Floyd, que al ser asesinado dijo “No puedo respirar” y, sin querer, definió la asfixia de tantos que sufren.

Oraciones terminales, sensatas, desesperadas, verdaderas, inventadas. Por estas tierras suenan las de Moreno “Viva mi patria, aunque yo perezca”, las de Cabral “Muero contento, hemos batido al enemigo” y las de Belgrano “Ay, patria mía”, que servirán por estos días para tantos editoriales de signo diverso.

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La cuarentena se ha comido los posibles homenajes populares que le corresponden a Belgrano a 250 años de su nacimiento y 200 de su muerte. Él figura en los libros de historia, pero poco ha sido tratado por los poetas o por los músicos. Las marchas patrióticas acentúan a otros próceres. Algún verso para él hay escondido detrás de la bandera, pero el símbolo se ha hecho más fuerte que la persona que lo creó.

Para Belgrano la patria era el ideal de un continente unido, y puso su vida al servicio de esa utopía. Lo hizo en las Invasiones Inglesas, lo extendió en sus ideas sobre la economía, lo reafirmó desde el derecho y el periodismo, lo ejecutó en la Revolución de Mayo. Lo padeció en su físico y sus bienes al conformar ejércitos libertadores.

En todo esto, en medio de batallas llenas de muerte, ante las victorias y las derrotas, en plena ebullición de los ambiciosos cabildeos políticos, en cada situación, Belgrano no dejó de ser un buen hombre que se vistió de militar para defender un sueño en un territorio.

Al mando de un precario ejército va al Paraguay, funda pueblos, emite una proclama para los naturales de las Misiones (guaraníes) diciendo que son libres y pueden disponer de sus propiedades, declara la igualdad entre criollos y naturales, establece escuelas de letras, artes y oficios.

Belgrano decía “la mujer es la que forma a sus hijos en el espíritu del futuro ciudadano” procurando que accedieran a educación. Más tarde incorporará al ejército del Norte a María Remedios del Valle, Madre de la Patria, con ascendencia africana y mestiza. De ella dijo T. de Anchorena “Si no me engaño, Belgrano le dio el título de capitán del ejército”.

Organizó el Éxodo Jujeño, una epopeya en la que se puso a la par de cada habitante del lugar. Ganó y perdió batallas. Percibió que las guerras de la independencia eran también entre padres e hijos, entre hermanos.

Luego de la batalla de Salta perdonó a los vencidos que juraran no levantar las armas contra las provincias. Mitre, en su biografía del héroe, escribe: “Nunca el general fue más grande como militar ni más inhábil como político”. De los 2 mil indultados, 300 volvieron contra los criollos. Frente a las críticas del gobierno de entonces Belgrano relata a su amigo Chiclana: “Siempre se divierten los que están lejos de las batallas y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos”.

Al aislamiento que estamos viviendo debemos sumar a Belgrano: lo sufrió en su vida pública hasta su minuto final, lo vive hoy sin homenajes multitudinarios de 250 y 200 años.

En las últimas palabras muchas veces buscamos la frase decisiva. Belgrano, formado en las letras, va a quedar definido en sus acciones, el primero en el cielo de los próceres. En una de las pocas poesías a la memoria de este extraño militar dirá García Saraví: “…un infinito corazón piadoso, /general de la pena y el desvelo,/adelantado, fundador del cielo,/eternamente limpio y silencioso.”

Ah, además este hombre creó la bandera.

*Secretario general de la Asociación del Personal de Organismos de Control (APOC), secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales-CABA.