En la semana que pasó se cumplió un año desde que la presidenta de la Nación destituyó al entonces presidente del Banco Central. Destitución que fue luego, confusamente, respaldada por los representantes de los partidos mayoritarios en el Congreso. No es de sorprender: ya en abril de 2001, un presidente de la Nación, radical, con complacencia de los representantes de los partidos mayoritarios en el Congreso, decidió la destitución de otro presidente del Banco Central. Más allá de que la formalidad fue algo más respetada en esa oportunidad.
Desde el avasallamiento de la independencia operacional del Banco Central, el Tesoro recibió financiamiento con dólares y pesos, por el equivalente de casi 4% del PBI, más de $ 50 mil millones.
No es casualidad, entonces, que la tasa de inflación de 2010 prácticamente duplique la de por sí elevada variación de los precios de 2009.
Es cierto que la inflación argentina ya venía acelerándose sin el Banco Central financiando groseramente al fisco, por la particular política cambiaria seguida entre 2006 y 2009, pero la presencia de un programa monetario “emito lo que quieras” fue el gran cambio de 2010.
El argumento de que una política monetaria y cambiaria alternativa hubiera sido recesiva es interesante pero fácilmente refutable. Brasil o Chile han crecido, bien medido, prácticamente lo mismo que la Argentina durante el año que pasó, con muy baja inflación, debido a la acción de bancos centrales “recontraortodoxos” en materia monetaria, cambiaria y de financiamiento al fisco.
Acción que, cabe reconocerlo, les generó una apreciación cambiaria superior a la registrada por el peso.
Puesto de otra manera, el peso chileno, o el real brasileño se han apreciado, en términos reales –descontada la inflación–, respecto del peso argentino. De allí que, todavía, resulte relativamente más “barato”, en general, Buenos Aires que San Pablo.
Mirando para adelante, podemos tomar como hipótesis de trabajo el programa monetario dado a conocer por el Banco Central de la Argentina y los recientes anuncios del Banco Central de Chile y de Brasil.
Respecto de la Argentina, la intención del Banco Central es “seguir como hasta ahora”, de manera que, en materia monetaria y cambiaria resulta difícil imaginar un escenario diferente al actual: tasa de inflación de dos dígitos más cerca de 3X que de 1X y un dólar nominal relativamente quieto. Mientras que los bancos centrales de los países vecinos van a intentar –se verá si pueden lograrlo– impedir que sus monedas se sigan encareciendo respecto del dólar.
Si los vecinos logran frenar el encarecimiento de sus monedas (lo veo difícil por las tendencias estructurales pero, en el corto plazo, no imposible) y la Argentina “repite” aproximadamente 2010, entonces nuestro país habrá perdido más competitividad a lo largo del próximo año, por el diferencial del aumento de costos internos comparado con los vecinos.
Sin un Banco Central operacionalmente ocupado en cumplir con el objetivo de la baja inflación, con el gasto público creciendo a toda máquina por el año electoral y con los ajustes salariales siguiendo las expectativas inflacionarias, los problemas de 2010, en términos de rentabilidad y competitividad, se agravarán a lo largo de 2011. En particular, en aquellos sectores que no pueden trasladar a sus precios, por mercado o por tamaño, todos los aumentos de costos y que tampoco están en condiciones de compensar esos mayores costos con más volumen.
El nivel de actividad, por su parte, dependerá de cuánto viento a favor traiga el mundo, de cuánta lluvia traiga el clima y de cuánta fuga de capitales genere la incertidumbre preelectoral.
Una política monetaria/cambiaria destinada a financiar al Gobierno, directamente con emisión o indirectamente a través del uso de reservas, dio lugar a una inflación aun más alta, con costos en competitividad, rentabilidad y pobreza.
Ninguna experiencia de un banco central supeditando su política a las necesidades de los gobernantes de turno terminó bien en la Argentina.
La actual, lamentablemente, transita el mismo camino. Por suerte, quizás se pueda, con políticos inteligentes, desandarlo en 2012, antes de que sea demasiado tarde.