Quiero hablar de un cuento de Cortázar que se llama Diario para un cuento. No sé si será el último cuento que escribió Cortázar, pero es el que figura último en sus Cuentos completos. Se trata de un traductor público, aburguesado, a punto de casarse, en tiempos del primer peronismo, que a veces les traduce a las prostitutas del bajo las cartas de sus novios marineros y tiene una relación más personal con una de las chicas que se llama Anabel.
Es interesante la descripción que hace Cortázar de su trabajo como traductor de textos no literarios. Aunque parezca al revés, suele ser más difícil describir con exactitud objetiva acciones mecánicas como atarse los zapatos, que describir la materia difusa y subjetiva de las emociones. Siempre me pregunté de dónde le venía a Cortázar la habilidad para redactar instrucciones absurdas (instrucciones para subir la escalera, instrucciones para darle cuerda al reloj, etc.). En Diario para un cuento está la respuesta. Después de su época de profesor en Bolívar y Chivilcoy, y antes de irse a Europa, Cortázar trabajó traduciendo lo que le cayera en suerte, y eso incluía a veces patentes industriales de máquinas complejas, que sin duda lo ayudaron a desarrollar su capacidad para imitar el lenguaje técnico.
El narrador de este cuento parece ser el escritor Julio Cortázar que en su madurez y su exilio se acuerda del escritor joven que fue en esa época “en un país que es hoy mi fantasma o yo el suyo”. Imposible saber cuánto tiene de autobiográfico el cuento, más allá de la situación básica del trabajo en Buenos Aires como traductor en tiempos del peronismo. Y quizá sea mejor así. Esa duda nos lleva a seguir leyendo, intrigados, imantados al legítimo costado voyeur de los lectores, que nos preguntamos si lo que estamos leyendo le habrá pasado realmente al autor o no.
“Nunca hubiera podido escribir ese cuento directamente como un cuento”, dijo Cortázar en una entrevista de 1983, “tuve que dar vueltas en torno a él, mirándolo por todos lados y hablando continuamente de los problemas que me impedían escribirlo, y sucedió que al ir haciendo eso, el cuento se fue armando por dentro”. Así es que, en este cuento Cortázar aparece librando un combate contra sí mismo para desentrañar la historia. El cuento es el diario personal de esa búsqueda, es la imposibilidad de escribir ese cuento. El truco está en que, detrás de toda esa imposibilidad, la historia se entrevé y se vuelve todavía más real, porque aparece como amparada por el temor de falsear a través de la narración lo que realmente pasó, el temor de convertir en personaje literario a la Anabel “real”.
En cierta forma Diario para un cuento, publicado en 1982 en el libro Deshoras, podría ser una reescritura del cuento El otro cielo, de 1966, donde la tensión de un joven entre la normalidad burocrática, el matrimonio y el trabajo en Buenos Aires, por un lado, y la libertad, el azar, las prostitutas, el peligro y la vida nocturna parisina, por otro, se resuelve a través de lo fantástico, con uno de esos pasajes o vasos comunicantes cortazarianos entre dos galerías. Pero en Diario para un cuento, Cortázar resuelve ese conflicto de otra manera: no usa lo fantástico sino que crea la figura de un traductor en quien coexisten esos dos mundos. En este caso, la galería o el portal de pasaje de un mundo a otro es la traducción, el lenguaje, la figura de quien es capaz de hacer pasar, a través de sí, mundos opuestos, distantes y contrastantes. El traductor es el que conoce esos dos lados irreconciliables, el que convive con esa tensión y trata de equilibrar lo imposible. En el cuento se contrastan la Buenos Aires barrial y familiar, con la Buenos Aires laboral y prostibularia del centro, del bajo. El traductor se entrega a esos dos espacios, se evade de uno en el otro, con Anabel se permite no ser lo que se espera de él, un marido, un intelectual; con su novia se escapa de ese mundo vulgar, popular, que lo atrae por su autenticidad y al mismo tiempo lo repele por su sentimentalismo.
El escritor es constantemente un traductor, alguien que está traduciendo en historias sus fantasmas políticos, sus personalidades múltiples, su época. Me pregunto cómo se resolverán las contradicciones actuales, la confusión ideológica en las historias del futuro. ¿Cómo se leerán? ¿Se verán más claros los gestos erróneos, las poses intelectuales, la ceguera voluntaria? ¿Cómo aparecerá el neoperonismo circundante, cómo terminará decantando la década kirchnerista en la literatura argentina?