Mientras escuchaba al Nobel de Economía Joseph Stiglitz en la Universidad de Columbia, hablando de la democracia como un concepto fundamental en nuestras sociedades; recordaba las imágenes que veíamos en los medios hace unos pocos años que mostraban a este hombre en Madrid, rodeado de jóvenes indignados que escuchaban sentados en el césped de un parque, mientras él les hablaba como ahora a nosotros de una economía al servicio de los ciudadanos en un planeta sostenible y no del mero interés de sostener un mercado al libre albedrío, en expansión permanente y de espaldas a la gente.
En un momento histórico en el que muchos políticos están entregados al relato económico es emocionalmente sano e ideológicamente imprescindible que un economista, un Nobel, un hombre que estuvo al frente del Banco Mundial, nos hable de política, es decir, de los problemas de los ciudadanos.
Stiglitz mira su país, Estados Unidos, y describe un paisaje preocupante en el que los ciudadanos no sólo están separados por su mirada ante la realidad sino por fronteras físicas: los unos, cada vez más ricos, viven en las mejores zonas, y los otros, empobrecidos, ocupan casas y áreas más pobres. Una fractura que se extiende a la escuela y la calidad de la enseñanza y que no elude la segregación de sectores incluso mayoritarios como lo es la población afroamericana. Este cuadro expone un diagnóstico evidente: desigualdad. Y la desigualdad, no ya en Estados Unidos sino en el contexto mundial, es mala para la economía. No hay peor freno para el desarrollo que la desigualdad porque lleva a la demanda a un nivel muy bajo. Y es a partir de este encuadre lo que le permite a Stiglitz sostener que sólo una profunda práctica democrática que extinga la desigualdad puede llevarnos a un desarrollo fuerte.
Hay que pensar y profundizar la democracia que no puede circunscribirse a un acto eleccionario hay que alentar un Estado emprendedor que trabaje por la igualdad.
Stiglitz puso énfasis en que la democracia no es sólo política sino fundamentalmente económica. Sociedades offshore para evadir impuestos, concentración de medios de comunicación, financiamiento millonario de campañas políticas dirigido a proteger intereses de grupos concentrados, manipulación política; atentan y socavan las democracias en el siglo XXI.
Grado razonable de prosperidad compartida nos dice el Nobel. Ese es uno de los caminos hacia la igualdad armonizando la sociedad al punto de garantizar que quien tiene menos dinero no tenga menos oportunidades. Así de sencillo. Y es en este punto en el que Stiglitz se pregunta sobre la deuda Argentina ya que el modelo actual para resolver el problema de la deuda soberana no funciona. Sin normas ni leyes, las soluciones que se promueven no son eficientes ni justas, sino el uso y abuso de poder del más fuerte.
Si el objetivo final de la economía es el bienestar de los pueblos hay que trabajar en esa dirección.
Después de escuchar a Stiglitz, el grupo de argentinos que estuvimos con él nos fuimos con la sensación de que nos queda mucho por delante y que el desafío de revertir el actual estado de las cosas es de una dimensión extraordinaria. Pero también es muy grande el aporte que nos da una visión humanística de la economía, una economía al servicio de una visión humana, canalizada por la política, la buena política. Como ya dijera otras veces Stiglitz: siendo economista se ve obligado a hablar de política porque muchos políticos han dejado de hacerlo. Un claro mensaje de parte de un ciudadano con los pies en la tierra y no en el parqué de Wall Street.
*Diputada nacional socialista por Santa Fe.