COLUMNISTAS

Un héroe de nuestro tiempo

Habrá quien envidie mucho a Nicolas Sarkozy, pero habrá también quien no lo envidie para nada. Más de uno maldecirá con rencor a la suerte perra, que tan despareja se reparte: el tipo que tiene el poder, tiene también a Carla Bruni.

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Habrá quien envidie mucho a Nicolas Sarkozy, pero habrá también quien no lo envidie para nada. Más de uno maldecirá con rencor a la suerte perra, que tan despareja se reparte: el tipo que tiene el poder, tiene también a Carla Bruni. La chica es una ricura, y por si fuera poco habla idiomas. Pero otros puede que lo tomen todo con brutal indiferencia. Y hasta puede que la ninfa no los deslumbre ni los enamore. Habrá, por qué no, quien la encuentre un tanto pálida, o le adivine un aire ausente; habrá a quien se le antoje un poquitito indolente, desganada, si se quiere.
Sea: es fácil replicar a estos quisquillosos con que “verdes estaban las uvas”. Y es posible además encajarles este argumento fenomenal: que le están endilgando a ella, la cantante, cualidades que en verdad son de su canto (es cierto que canta con palidez, que canta con aire de ausencia, que canta indolente y un poco como sin ganas. ¡Todo eso es cierto! Tan cierto, sin embargo, como que canta precioso). Para el caso, da lo mismo: guste o no guste, ahí va Sarkozy. Y agarradita del brazo, diciéndole al oído cositas en francés o en italiano, va Carla Bruni con él.
Braman los rencorosos y braman los opositores. Entre broncas y carraspeos se formulan arteras preguntas: “¿Es Carla Bruni la Lou Andrea Salomé de nuestro tiempo?”; “¿es acaso Carla Bruni la Alma Mahler de nuestro tiempo?”; “¿vale acaso un Mick Jagger por un Nietzsche o por un Walter Gropius?”. El presidente los deja decir, mientras ensaya frente al espejo perfiles con y sin los anteojos de sol.
Nosotros desde aquí bien podemos, a la distancia, seguir la historia con colorida animación. Pero no faltan, para variar, los insidiosos que meten púa y traen a colación, no se sabe muy bien para qué, al ex presidente Menem y su propia aventura a lo Piturro. “El presidente y la bella”, aducen con malicia, ¿pero es con eso suficiente para ponerse a fijar parangones? ¿Les gusta traer a la memoria de los argentinos el dato certificado de que Menem, en los años noventa, ganaba por afano en las encuestas sobre los hombres más atractivos del país? ¿Les consta acaso que la linda de la Bruni no acabará tal vez algún día por largar en la estacada al primer mandatario galo? ¿Y si se la viera alguna vez en la portada de Paris Match tomando sol en topless con algún galán y empresario? ¿Seguirían ellos, en tal caso, mirando tan cipayos siempre a Francia, siempre a Francia?
Un verdadero liderazgo político recoge siempre la tradición de los grandes héroes nacionales, y sin eso su proceder no podría entenderse del todo. La gesta romántica de nuestro Carlos Menem se llevó a cabo mediante el cruce de la cordillera de los Andes, bajo evidente inspiración sanmartiniana. En tanto que Sarkozy transpuso amorosamente los Alpes y por fin se presentó, con la estampa neta del nato conquistador, al pie de las pirámides de Egipto. Cuarenta siglos lo contemplaban, y él lo sabía bien. Basta echar un vistazo a las fotos del periplo para advertir qué tanto se sentía un Napoleón Bonaparte redivivo.
Habrá que celebrar, en todo caso, que en estos tiempos las conquistas tiendan a ser galantes, más que imperiales, y que las hazañas impensadas se libren en el amor y no en la guerra. Por lo demás, y en esto más que en nada, todas las comparaciones son odiosas.