Alguien puede creer que WikiLeaks pone en peligro la seguridad nacional de los Estados Unidos? Eso han dicho algunos exaltados en el Congreso y en la prensa de ese país. La reacción de los Estados Unidos sugeriría que tienen razón y también que la naturaleza del desafío encuentra al gobierno de Obama sin armas adecuadas.
Julian Assange, alma máter de WikiLeaks, quedó retenido en Gran Bretaña, a la espera que se resuelva un pedido de extradición a Suecia. La justicia sueca reabrió un caso por presunta violación sexual que había cerrado por insustancial.
Parece una excusa para que Estados Unidos arme con tiempo una estrategia legal. El Departamento de Justicia de Estados Unidos está estudiando la posibilidad de acusar a Assange de conspirar junto con el soldado Manning, presunta fuente de las filtraciones. Pero los indicios que sopesa apenas podrían describir la relación de un periodista y su fuente.
El gobierno de los Estados Unidos quiere disuadir las filtraciones. Hoy son chismes muy reveladores, mañana pueden ser secretos mucho más oscuros. Esta es la calamidad que se quiere evitar.
El problema es que WikiLeaks desnuda las dificultades de Estados Unidos (y de cualquier Estado nacional) para castigar los desafíos que se le plantean fuera del espacio territorial, ámbito donde se ha instalado tradicionalmente el poder político. En Internet, nuevo espacio transnacional de poder, es más difícil ejercer la fuerza.
Un individuo resuelto e inteligente, con una organización pequeña y eficiente, multiplica su eficacia –eficacia dirigida contra los secretos del poder–gracias a una tecnología al alcance de todos (Internet) y el apoyo de otros individuos, ciudadanos comunes como él. Este modelo de acción política, tan sencillo y tan dañino para el poder establecido, es el que se quiere anular.
Un nuevo jugador entró sin golpear la puerta a la pequeña habitación donde se discute el poder (político, económico, militar). Y por si esa insolencia fuera poco, este jugador tiene otros móviles y otras reglas, otros compromisos; o sea, tiene otra lógica. Es peligroso. Es un nene con una granada en la mano.
Hace cuatro años que Wikileaks viene revelando secretos del poder. Ha revelado actos atroces del Ejército en Irak. En marzo el Pentágono pasó a considerarla una amemaza para sus operaciones militares. Pero recién ahora, quizás por un efecto de acumulación, se reconoce ampliamente la dimensión de su desafío. No extraña entonces que algunos clamen que Wikileaks es un peligro para la seguridad nacional.
Por eso creo que las reacciones que vemos hoy son apenas un preludio. El gobierno de Estados Unidos –con el apoyo tácito de los gobiernos de los países centrales– querrá hacer tronar el escarmiento para disuadir a otros que estén dispuestos a contar lo que saben. La nternet que hoy tenemos no es fácil de controlar: es libre y descentralizada, es igualitaria y no reconoce fronteras nacionales. Por eso, pienso que ahora se multiplicarán las iniciativas para modificar la naturaleza de la red.
En esto coincidirían los organismos de inteligencia y las empresas privadas. Los espías querrán tener un control más efectivo sobre Internet. Las grandes empresas de telecomunicaciones de Estados Unidos quieren lo mismo. Este año han hecho pública su intención de terminar con la “neutralidad“ de la Red, una ley no escrita que otorga a todos los contenidos el mismo tratamiento: no pueden ser discriminados, vetados, censurados. Esas empresas necesitan una internet parcelada para cobrar precios diferenciales. Los organismos de inteligencia la necesitan para vigilarla mejor.
No hay indicios de una “conspiración“. Pero es claro que en cualquier caso aquí coincidirían intereses económicos, políticos y militares; no es raro. Sería ingenuo creer que una internet así sería posible sin un daño grave a la democracia. El Cablegate nos viene a recordar cuánto vale lo que podemos perder.
*Periodista (www.robertoguareschi.com).