Primero fueron 500 mil compradores en marzo, y la verdad que no era para preocuparse.
Un par de meses después, en mayo, más de 2 millones de ahorristas se llevaban el cupo de los 200 dólares permitidos al cierre del gobierno anterior, pero no importó: se entregaron esas reservas con tal de que el dólar oficial no se deslizara muy rápido.
Ya en junio, 3,3 millones de compradores arrasaban el “comprar moneda extranjera” del homebanking pero tampoco importó. Se eligió poner trabas transitorias a las importaciones y al pago de deudas en moneda extranjera y más tarde se apuntó a frenar a los “coleros digitales vendecupos” que se llevaban los verdes y los transferían a cuevas a cambio de una comisión, porque si el rebusque financiero fuera una app seríamos Silicon Valley.
En julio, cuando más de 4 millones de personas volvieron a arrasar con los dólares para atesoramiento que con el impuesto del 30% ideado por esta administración ya salían cerca de $ 100, tampoco importó. El Banco Central seguía cediendo reservas porque había que aguantar hasta el arreglo de la deuda que supuestamente fogoneaba la dolarización. La idea era que sin default a la vista frenaba la sangría.
Pero eso no pasó. Tras una baja inicial de un día y medio, nuevamente la brecha entre los distintos valores del tipo de cambio volvió a subir y a mantenerse por ahora en el 80%, mientras el dólar para los ahorristas ya supera los $ 100 aunque está lejos de desanimar a los compradores que a fin de mes lo venden a $ 130 en el paralelo. En lo que va del mes posterior al acuerdo con los bonistas ya se fueron más de US$ 500 millones y todo indica que a este ritmo la cosa va para otro récord.
Así como hay dudas sobre si el famoso poema sobre la indiferencia humana lo escribió realmente el dramaturgo alemán Bertolt Brecht o en realidad fue creación del pastor luterano Martin Niemoller, a quien le habrían birlado el crédito, en el equipo económico hay distintos acercamientos a este nuevo capítulo del eternísimo problema de la escasez de divisas en un país de una cultura bimonetaria imbatible.
“Tenemos que hablar con Guzmán para ver si hay que restringir o no la compra de los 200 dólares”, dijo este sábado 15 de agosto nada menos que el presidente Alberto Fernández en una frase que, es cierto, cierra el poema de Bertolt Brecha pero que hay que ver si no termina siendo un tiro en el pie. Todo el mundo en el Banco Central esta semana respondía que “los cambios en torno al cepo no se anticipan” porque empujan más el blue.
Como sea, en la reunión de directorio del jueves, el Central analizó la situación con reservas netas, las que se podrían usar posta ante una corrida, algo debajo de los US$ 10 mil millones. Se pronunciaron las palabras “algo hay que hacer” en sus diferentes versiones, siempre a tiro de que mandará una decisión política. Obviamente que la primera medida sobre la mesa, admitió Fernández, es restringir sino volar por completo el cupo que se permite comprar para ahorro, pero a riesgo de que esa decisión impacte directamente en más brecha, que frene ventas de divisas de los que las tienen que liquidar y anticipe compras de los que las necesitan para su flujo de negocios, nada nuevo. Por eso, otra opción puede ser desalentar la dolarización con controles vía formularios inverosímiles de la AFIP como en la versión original del cepo hasta 2015. Por último, la otra alternativa podría ser lisa y llanamente dejar saltar el dólar oficial, o sea ajustar el precio de un bien ante el aumento de la demanda y la poca oferta. Es una decisión que por ahora cuenta con pocos adeptos: las devaluaciones abruptas fueron el sello de la gestión de Cambiemos.
Otras miradas que por ahora no tallan en la lectura oficial proponen “aguantar” hasta que pase un momento increíble. Mientras se pierde 1 millón de puestos de trabajo y la pobreza infantil va rumbo al 60% a fin de año, parte de la clase media que mantuvo el trabajo está usando parte del sueldo que le sostiene el Gobierno para comprar divisas porque gasta menos al no comer afuera, como explica el ex gerente de operaciones del BCRA, Juan Basco. En simultáneo, el ex viceministro de Economía, Emmanuel Alvarez Agis, sugiere vender bonos para bajar el contado con liquidación y desinflar esa brecha, sin darle bola al blue que, dice, va a estar mucho tiempo sin su oferta de siempre: el turismo.
Mientras tanto, YPF, la presunta nave insignia de la inversión energética que en algún momento nos ahorre divisas y quizás genere alguna exportación si funciona Vaca Muerta, sigue penando para aumentar sus ingresos con una suba de naftas. Su CEO, Sergio Affronti, le dijo a los inversores que “hace falta un ajuste de los combustibles”. El Presidente reconoció que “hay un tema”. El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, dijo que “aún no se definió”. El ministro de Economía apenas responde, críptico, que “YPF es estratégica”, y su par de Producción, Matías Kulfas, que está en estudio. Falta que lo analice hasta Hebe de Bonafini en la ronda de los jueves, no sé. Lo loco es que en todo este tiempo Techint, que ya venía de sacarle ventaja a YPF durante el macrismo, otra vez le está tomando la leche al gato: arregló cobrar $ 13 mil millones de deuda por subsidios del 2019, mantiene parte de un reclamo judicial y, a cambio de bajar otro tramo, entró al nuevo plan de incentivos a la inversión.