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Deuda, otro recomienzo

Te amo, te odio, dame más

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Aprender de errores. Congelar precios, como las naftas, un peligro. | Juan Obregon

El acuerdo de la deuda, que parecía que no salía porque íbamos a ser Venezuela, al final salió porque se confirmó que el kirchnerismo en todas sus variantes siempre fue más pagador que rompedor con los mercados.

El “deal”, como hay que decirle para darnos el piné de que somos del palo de las finanzas aunque nunca hayamos comprado un bono, fue hasta ahora y en medio de una crisis histórica, la mejor noticia económica y el primer logro no vinculado con el coronavirus de la administración de Alberto Fernández. Básicamente, porque le despeja el horizonte de vencimientos de la tarjeta en todo el mandato y va a  poder gastar lo que pueda juntar en mejorar un poco la casa para que entre más gente y se viva mejor.

Pero, delirantes y en su loco mundo de subas y bajas que festejan el minuto a minuto entre muertos e infectados, los inversores financieros, digo, fueron esta vez el llamado a la realidad más oportuno después del arreglo.

Mientras el gabinete aplaudía merecidamente a Martín Guzmán, los grandes fondos de inversión siguieron demandando verdes para desarmar posiciones en pesos y las cotizaciones paralelas financieras volvieron a subir todo lo que habían bajado 24 horas antes, agitando la expectativa de una devaluación. Los pequeños ahorristas apenas escucharon la noticia como un ruido de fondo y siguieron saqueando como cada comienzo de mes los 200 dólares a cien pé por el homebanking, una rutina para cierta clase media que es como pagar la prepaga o el cable.

Así, en la semana del supuesto final de la incertidumbre, el Banco Central tuvo que poner más de US$ 200 millones para evitar un salto del dólar oficial, al tiempo que renovó los préstamos contingentes de China para mostrar que hay más reservas disponibles que las que hay posta.

“Desde que nací, mundiales ganados: cero, renegociaciones de deuda: tres”, postuló un tuit que se viralizó y tranquilamente resume lo rápido que se cortó la ilusión del “ahora sí, ahora ya está”. El “plan Guzmán”, con el apoyo de los 150 economistas top, con los papers de Stiglitz para cambiar la arquitectura financiera internacional, con el apoyo de Francisco, con la banca de Kristalina, con el nuevo FMI y encima con el deja vú de que “así negoció Néstor y después vinieron las tasas chinas”, no deja de ser llegar otra vez al mismo punto de partida de siempre.

Porque tras nueve meses de negociaciones que habían arrancado no bien Fernández ganó las elecciones, se parió un arreglo necesario pero que vuelve a inaugurar ese puerperio eterno donde ya hemos estado después de hitos económicos que nos ponemos delante todo el tiempo con la idea de que una vez superados ahora sí vamos poder parar el huevo del desarrollo sostenido con inclusión que pueda sacar de la pobreza a los que cayeron en las últimas crisis macro y en algún momento les tire un centro también a los hijos o nietos de los desposeídos de hace décadas.

Hay que decir que en los movimientos posteriores a esquivar el default, el Gobierno parece exhibir una mirada productiva a mediano o largo plazo: alentar a los sectores que pueden generar o ahorrar divisas. Hubo encuentros con el campo representado en el Consejo Agroindustrial Argentino donde únicamente no está la Sociedad Rural, y se anticiparon incentivos incluso para el histórico rival del kirchnerismo con tal de conseguir verdes. Además, la decisión de pagarle a Techint deudas por Vaca Muerta con Cambiemos, el relanzamiento de una nueva versión del Plan Gas para subsidiar la inversión o el inminente aumento de la nafta para estimular la producción de petróleo y no tener que importar crudo el año que viene, también son decisiones con sesgo cuida-dólares, a las que ya le están añadiendo en el Google Calendar 2021 un horizonte de aumento en las tarifas de luz y gas. El gran aprendizaje del albertismo es no volver a errar el penal histórico que marró Kirchner entre 2006 y 2007 cuando empezó a congelar la energía y se compró mil quilombos. En las últimas semanas, a su vez, se armó también la mesa sectorial para inversiones mineras. Y por último, el Senado convertirá en ley en breve la nueva ley de la Economía del Conocimiento, con incentivos a las empresas tecnológicas que exportan software.

Pero aún con esas señales de te-amo-te-odio-dame-más, que habrá que ver si se consolidan según el rebalanceo del poder interno de la coalición de gobierno, surgen dos problemones en el nuevo intento de encontrarle la vuelta a nuestro destino. Uno, la viabilidad ecológica de todos sectores que se están estimulando, que mayormente apuntan a la explotación de recursos naturales que requieren licencia ambiental y social; y dos, y pocas veces tenido en cuenta, conseguir que ese crecimiento pueda absorber el tipo de mano de obra que hay disponible, un desafío mucho más importante que si se regula o no el teletrabajo. Hoy parece más sencillo para cualquier gobierno de la Argentina generar las divisas para pagar la deuda que hacer matchear los puestos de trabajo calificados que aparecen en esos sectores con la formación de los candidatos que surgen del sistema educativo, de manera que se achique el ejército de reserva del que se nutren los Rappi y Uber de este mundo.