COLUMNISTAS
soberbia sin ideologÍa

Un populismo de cartón

Los Fernández muestran una gran incapacidad para llevar adelante sus principales intentos de consumación autoritaria.

20201107_joan_manuel_serrat_pablotemes_g
‘DE CARTÓN PIEDRA’. Joan Manuel Serrat. | pablo temes

Cada semana de la política argentina contiene sus sorpresas y viene cargada de particularidades, con la sola persistencia de la incertidumbre. Bajo el amparo de ese manojo indescifrable de internas, incapacidades e imposturas que provee el Gobierno en cada decisión, aparece otra constante que se vuelve interesante ya que permite percibir algunos matices. 

La tesis general que me gustaría defender es que la administración de los Fernández se caracteriza por una gran incapacidad para llevar adelante sus principales intentos de consumación autoritaria. No hay una única razón para que esto suceda, pero lo cierto es que las medidas más radicales, las de mayor potencia simbólica dentro del imaginario populista que el Gobierno intentó concretar, no logró plasmarlas y tuvo que retroceder. Mucho ruido y pocas nueces, o, parafraseando al Serrat de los 70, un populismo de cartón piedra.

Un buen primer ejemplo es el de la empresa santafesina Vicentin. La intención del Gobierno, en los dichos del propio presidente era expropiar la empresa. Alberto Fernández aseguró ante la prensa y los propietarios y accionistas que “la expropiación era el único camino”. Esta primera embestida contra la propiedad por parte del Estado estuvo acompañada de las conocidas justificaciones intelectuales y políticas que giran alrededor de la función social de la propiedad. El tópico tiene raíz histórica en el peronismo y volverá a aparecer en otras circunstancias. A esta iniciativa del Gobierno le sobrevino una gran movilización en contra que unificó los intereses de varios sectores. A los obvios rechazos de la clase empresarial se sumó la sociedad civil, generando una verdadera pueblada que llegó a las puertas del hotel donde se alojaron los delegados del Gobierno. En los días posteriores, encabezados por el intendente Dionisio Scarpin, los ciudadanos de Avellaneda y ciudades cercanas se movilizaron con banderas argentinas y carteles rechazando la expropiación. Como resultado, y ante la participación popular y una segura negativa del Congreso para aprobar la intervención, el Gobierno revió la medida y dio marcha atrás con la intención de declarar de utilidad pública a la empresa.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

De características similares, y saltándonos un poco la cronología, aparece en escena el caso de la usurpación de tierras a la familia Etchevehere. Esta movida política liderada por Juan Grabois, el referente territorial más importante alineado con el Gobierno, estuvo revestida de todos los ingredientes afines a la simbología del Gobierno. Mentar la perspectiva de género y el sentido social de la propiedad de la tierra le sirvió a un grupo de militantes kirchneristas para entrar ilegalmente al campo de la familia y quedarse allí, montando una escenografía realmente absurda, ensayando una revolución ficticia de fogones y plantaciones de perejil. El sinsentido de la situación tuvo varios puntos altos. Uno de ellos fue la presencia de una funcionaria de gobierno que pernoctó en la toma, sin poder explicar luego demasiado bien los motivos. Otro fue el insólito discurso de Grabois cuando todo terminó gracias a la Justicia de Entre Ríos. El dirigente, consternado, admitió la derrota en una pieza comunicacional única por su pomposa solemnidad. Pero el desatino mayor vino después, cuando el presidente de la Nación afirmó que algunas de las solicitudes de Grabois eran atendibles y que había que considerarlas. Una vez más, de la radicalización al ridículo, una vez más, el Gobierno yendo por lana y volviendo trasquilado.

Hay otros ejemplos, en otras dimensiones, que sirven para sostener la tesis inicial.

El patético sainete que armó el Gobierno en la OEA sobre el tema Venezuela es otro momento en el que las ínfulas sobreideologizadas terminaron en una retirada más bien indecorosa. El embajador argentino ante el organismo, Carlos Raimundi, relativizó el alcance del informe Bachelet sobre la violación de derechos humanos en Venezuela y armó un revuelo enorme dentro del Gobierno, con la oposición y en los organismos internacionales. Desde el Gobierno, salieron a desmentir a su funcionario y a alinearse con la condena a la dictadura venezolana, pero no hubo sanciones ni reconsideraciones del cargo, optando el Gobierno por un mutis por el foro que no levantara demasiada polvareda.

En el manejo de la pandemia sobran los ejemplos en donde la soberbia disfrazada de ideología hizo tropezar al Gobierno con la realidad de un modo terminal. Pero en ninguna dimensión esto se nota más que en el caso del retorno a las clases en los niveles inicial, primario y secundario. Contradiciendo la tendencia de todo el mundo, y mintiendo descaradamente –como si la ciudadanía no tuviera internet y ganas de informarse–, el argentino es el único gobierno en el mundo que supedita la vuelta a clases a la existencia de una vacuna efectiva para el Covid. Ganado por un discurso irreflexivo y psicótico, el Gobierno utiliza sus arietes sindicales para sostener una política que no guarda ninguna relación con la pandemia. En este punto, la participación ciudadana –mostrada sobre todo en la activación del grupo de padres organizados y las acciones y documentos de algunos think thanks– ha puesto el tema en la agenda pública y ha sostenido la posibilidad de algunos gobiernos locales de reabrir las escuelas y que los estudiantes regresen por una porción mínima de normalidad y de afecto, entre ellos y con las instituciones educativas. La cerril negativa del Gobierno, una vez más, revisada y refutada por la acción y la presión de la opinión pública.

En la cultura, esta semana se vivió un hecho similar. El director del Incaa, Luis Puenzo, comunicó a la Fundación Piazzolla que el premio que otorga el Festival de Cine de Mar del Plata dejaría de llamarse Ástor para pasar a denominarse Lobo de Mar o algo similar. Luego de 14 años de establecido el premio, la medida resultaba desconcertante y generó, aún sin que existiese una resolución oficial, una gran agitación en el medio cultural. Los periodistas especializados hicieron las preguntas correctas y se organizaron varias acciones ciudadanas para protestar por el atropello. Piazzola nació en Mar del Plata, compuso la banda de sonido para más de cuarenta películas, revolucionó géneros enteros y es un bien cultural mundial, no solo de Argentina. Nada justificaba el cambio, salvo la condición no peronista del gran músico argentino. Frente a la activación y al descontento, el Ministerio de Cultura, el Incaa y la Fundación Piazzolla revivieron el acuerdo para que el premio siga llamándose como antes. Un día después el ministro Tristán Bauer retó a Puenzo.

La retórica de ir por todo, la exageración permanente de la confrontación y la gramática radical encuentran límites concretos cuando se chocan con otra realidad, por fuera del cálculo oficial. La mayoría de las veces es la acción ciudadana la que provoca el retroceso de la ambición populista. Pasó con la reforma judicial, pasó en Vicentin, y pasa cada mes en los que la ciudadanía pone límites a la tentación autoritaria. Sucederá mañana mismo, 8 de noviembre. Imaginemos lo que podría ocurrir si esta porción de la sociedad que está marcando el camino estuviera acompañada por la práctica política de la oposición.

 

*Analista político.