Historia reciente. Cuando el triunfo de Mauricio Macri sacudió a la sociedad argentina, un lejano 22 de noviembre de 2015, parecía que iba a tener que enfrentar a un huracán enorme y el vuelo iba a tener enormes turbulencias con pronóstico reservado. Nada de eso pasó. El nuevo gobierno tuvo cielos abiertos y límpidos para desarrollar su plan de gobierno con políticas impensables en aquellos días, como la neutralización de la Ley de Medios, la construcción de un gabinete de cuño empresarial y la sanción de una serie de leyes en el Congreso sin dificultades. El kirchnerismo de aquellos días se desvaneció como tigre de papel, al decir del Gran Timonel. Una ruptura del bloque peronista en Diputados y gobernadores en búsqueda de una nueva brújula –y recursos– bastaron para limpiar el firmamento, lo que muestra en definitiva la fragilidad del poder. Así, la nueva administración pudo desde los primeros meses de 2016 poner en marcha su plan económico pergeñado por la dupla de Federico Adolfo Sturzenegger en el Banco Central y Alfonso Prat-Gay en el Ministerio de Hacienda y Finanzas. Altas tasas de interés y metas de inflación parecían ser la fórmula justa para poner en marcha la economía a la espera de una explosión exportadora y la lluvia de inversiones. Las cuentas del macrismo eran bastante sencillas en aquellos días: “El capital no venía a la Argentina porque el populismo lo espantaba”. La realidad y el capitalismo global mostraron su complejidad. Incluso hubo una tarea quirúrgica, que fue no reabrir las paritarias en el año anterior mediante acuerdos tácitos con la CGT –ahora unificada–. Las estimaciones mostraron una reducción del poder de compra de los salarios en valores entre el 6% y el 10%, según la sensibilidad de la consultora que muestre la cifra, pero se podría concluir que muchos trabajadores cobraron a lo largo del año –casi– un mes menos en sus haberes carcomidos por la indomable inflación.
Futuro contra pasado. El ministro Nicolás Dujovne plantó esta semana la bandera del entusiasmo expresando que se terminó la recesión, auxiliado por el incansable Miguel Bein, quien pronosticó una suba del 4% del PBI para 2017. Sin embargo, los recientes números del sobrio Indec parecen desmentirlos. El Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) mostró una caída de la actividad del 0,1% en diciembre con respecto al ya malo año anterior, aunque con un incremento del 1,6% respecto de noviembre; el Estimador Mensual Industrial clavó una disminución del 1,1% en comparación con el mismo mes de 2016; la actividad de la construcción, tradicional generadora de empleo, se redujo 2,4% en enero frente al mismo mes del período anterior, y finalmente en el tercer trimestre del año pasado el PBI cayó nada menos que el 3,8% respecto de igual lapso de 2015, mientras los incrementos de tarifas proyectados paralizan a la clase media, motor del consumo. Estos números claramente impidieron al Presidente la realización de un overview económico, surgiendo la pregunta de sobre qué bases se plantará para las elecciones de octubre. Mauricio Macri dejó en su discurso del 1º de marzo ante la 135ª Asamblea Legislativa algunas miguitas de pan que indican que el relato central que se buscará instalar en la sociedad es la “superioridad moral” del proyecto de Cambiemos frente a “una década de despilfarro y corrupción”. Para esto el Presidente propone enfrentar a “los que no quieren que las cosas cambien, los que resisten, los que ponen palos en la rueda”, que es en definitiva “luchar” contra el “populismo que no te da cloaca y te da un plasma”, como arengó a los dos mil funcionarios reunidos (gabinete ampliado) en el Centro Cultural Kirchner esta semana.
‘Our Brand Is Crisis’. La estrategia de polarizar contra el kirchnerismo tiene dificultades y soportes. Entre las dificultades más obvias, el oficialismo enfrentará con un arsenal de bienes simbólicos a una competidora como Cristina Fernández de Kirchner, experta en generación de las épicas que tanto detesta el Presidente, y que además lidera las encuestas en la provincia de Buenos Aires. Cuando CFK confrontaba en sus innumerables cadenas nacionales lo hacía frente a entidades políticas pero no electorales, como el Grupo Clarín, el campo, la Justicia y las corporaciones en general. Esto hasta el día que lanzó su propia profecía autocumplida, cuando dijo que si “además quieren cambiar el modelo económico del país lo que deben hacer es organizar un partido político, presentarse a elecciones y ganarlas”. Otra dificultad de igual o mayor calibre en la estrategia de Cambiemos es que contrapondrá pasado contra futuro, salteando el presente debido a las dificultades que presenta el cuadro económico. Como es sabido, el pasado es constantemente resignificado, ya se observan argentinos de clase media que comienzan a añorar los “años del plasma”. Por eso saltear el presente significa no dar cuenta de la ponderación que tiene en gran parte de la población su economía personal en el voto. Finalmente, la polarización apunta a erosionar el voto de la tercera vía de Sergio Massa, con la esperanza de cautivar a ese electorado, sin prestar atención al consejo de la ficcional experta en ganar elecciones Jane Bodine (Sandra Bullock) en la película Our Brand Is Crisis cuando aconseja apoyar al segundo mejor posicionado para desgastar al primero (su candidato era el tercero).
El soporte más relevante que tendrá el Gobierno en su estrategia es un electorado fiel y conservador, que ve la derrota del kirchnerismo como una cruzada trascendental. Luego la estrategia de Cambiemos contará con un apoyo importante de una parte de los medios de comunicación, que (por convicción o táctica) continuará mostrando en sus portadas las causas judiciales contra el kirchnerismo. Al final de la lista está la gran promesa de Mauricio Macri en su propia cadena nacional sobre la construcción 2.800 kilómetros de autopistas y 25 mil kilómetros de rutas en todo el país, que, de concretarse, podrá dar un poco de aire a su propuesta electoral, en una campaña que será, sin lugar a dudas, extenuante.
*Sociólogo, analista político.
(@cfdeangelis)