En la conferencia de prensa convocada para poner la cara ante un cúmulo de decisiones equivocadas, el Presidente volvió a mostrar el perfil que le gusta definir: un ser humano a cargo del gobierno, no un ser providencial que salvará al país. Declaró que no es infalible. En esa línea se instala la imagen que el Gobierno procura irradiar: un elenco de personas corrientes, propensas a admitir sus errores, abiertas al diálogo. Esa imagen del Gobierno, que sus titulares cultivan, está en el eje de muchas dudas que preocupan a sus miembros como a quienes no lo son. ¿Cree realmente el Presidente que esos rasgos son virtuosos o cultiva esa imagen solamente para justificar errores? ¿Es eso suficiente para neutralizar el posible efecto negativo de tantas idas y vueltas, de tanta crítica que se cosecha cada día? ¿Es sustentable esa imagen aplicada a una persona que, como es el caso de Mauricio Macri, no es necesariamente tan “común” ni tan modesta? En última instancia, ¿es todo esto el producto de una estrategia comunicacional, o se trata más bien de recursos del tipo de “no están maduras” de la historia de la zorra y las uvas? Aun más, en el plano de los aspectos fundamentales de las acciones gubernamentales, ¿cree realmente el Gobierno –como lo expresó estos días su asesor comunicacional– que ésta es la imagen de sí mismo con la que se siente cómodo y que los gestos valen mucho y las palabras poco?
Finalmente, el lío del Correo pasará, el problema del ajuste a los jubilados se resolverá, los distintos temas que están hoy sobre el tapete se irán encauzando. Y, llegado el momento, se contarán los votos. Por lo que se vislumbra, el panorama no es sombrío para el Gobierno. Las encuestas conocidas estos días muestran leves tendencias negativas, pero ciertamente muy leves. La más reciente del Grupo de Opinión Pública –en el área metropolitana de Buenos Aires– sugiere una ventaja exigua de Cambiemos sobre el Frente para la Victoria, y un tercer lugar para el Frente Renovador. La imagen personal de los referentes del Gobierno declina un poco, pero también caen las de Cristina de Kirchner y de Daniel Scioli; se sostienen, en cambio, las de Stolbizer y Massa, los opositores new age.
¿Qué está pasando con esta sociedad argentina? ¿Está o no está preparada para avalar a un gobierno que encarnó una promesa de modernización económica e institucional del país y encuentra dificultades para avanzar con la firmeza que se esperaba? Sin duda, al Gobierno lo ayudan más los hechos que se producen en el entorno que los que él mismo construye. Estos días, por caso, la Justicia le sirve en bandeja la detención del general Milani, desarmando de un plumazo buena parte del relato sobre los derechos humanos del gobierno anterior. Del mismo modo, las divisiones en el campo del peronismo, que desdibujan la robustez de una oferta opositora, le juegan a favor.
Esas son, precisamente, las dudas que se recogen todos los días, en la calle tanto como en los círculos de personas informadas y politizadas. El “buen pastor” que muchos pueden ver en el Presidente, ¿está en condiciones de rescatar a esta oveja descarriada que es la Argentina y reinsertarla en un sendero de mejoría sustancial? Porque, si no lo está, tarde o temprano se preferirá, una vez más, a un pastor con el perfil de los ya conocidos. Todo lo relativo a la imagen del Gobierno hace a la confianza que la sociedad –o una parte de ella– deposite en él. Pero esa confianza reposa, también, en resultados objetivamente apreciables de la gestión de gobierno.
En una reciente entrevista, Domingo Cavallo rescató al actual ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, por aportarle al Gobierno una “visión más integral” y un énfasis en el enfoque fiscal. Pero, agregó, las buenas ideas no alcanzan, lo crítico es comunicarlas –en un clima electoral– y tomar las decisiones. Eso es la gestión. Que no es solamente la economía y la situación social, es también la institucionalidad y el orden jurídico. Las demandas sociales se dirigen a uno u otro de esos planos de la realidad, y los dirigentes se hacen cargo, a menudo, de alguno de ellos. Todo gobierno debe estar preparado para afrontar esas demandas y para generar una oferta de respuestas en cada plano. Todo eso es mucho más que las buenas intenciones.
En el plano de la comunicación y la imagen, el Presidente confía en que los ayudará transitar por esos nuevos caminos que ha elegido. Fue exitoso en perfilarse como un dirigente distinto y en dar a su gobierno una impronta que sintonizó fácilmente, y bien, con las expectativas de gran parte de la sociedad después del kirchnerismo. Expuestos a burlas y críticas permanentes, el Presidente y su gobierno han sobrellevado hasta ahora bastante bien las pruebas a las que los somete la realidad. Pero no se despejan las dudas ni los interrogantes. El Gobierno se define como un elenco “poco político”, que busca convocar a todos por encima de tradiciones partidarias y de ideologías. Pero en ese enfoque no apunta contra aspectos estructurales de la realidad argentina que son causantes de los problemas más persistentes que traban el desarrollo del país.
Por otra parte, hay un hueso duro de roer en las ostensibles relaciones íntimas, a veces sanguíneas, y peligrosas con personas y situaciones que no califican para la cruzada del buen pastor. El mayor problema no reside en que buena parte de la oposición y de la prensa están acechando día tras día para capitalizar esos puntos débiles del Gobierno –lo que en sí es un problema, sin duda, porque actúa como un factor de desgaste permanente, pero por fortuna para el Gobierno por ahora desgasta más a quienes lo acosan con esos temas–. El mayor problema es que, si finalmente ocurre un click en la percepción de grandes núcleos del electorado, el impacto negativo en la opinión pública podría no tener retorno.
Eso es, en pocas palabras, lo que definirá la situación electoral de 2017.