Charlando con un amigo sobre muertes recientes, me enteré de la de Alain Jouffroy, ocurrida a fines de diciembre. No es extraño que la noticia no haya tenido demasiada repercusión, hacía mucho que Jouffroy ya no pertenecía a nuestro tiempo, si es que perteneció alguna vez. Surrealista tardío –de esos que se hicieron amigos de Breton en la posguerra– una vez expulsado del movimiento se acercó a Picabia y a Duchamp, se volvió compañero de ruta –otra vez tardíamente– del PC (Aragon lo llamaba “mi protegido”), y luego, a partir de los años 80, descubrió la cultura oriental y el Zen, lo que lo llevó a ser agregado cultural en Japón, durante los primeros años de Mitterrand. Pero entre medio escribió una obra maestra: De l’individualisme révolutionnaire (Del individualismo revolucionario), de 1975, notable ensayo estético-político, que tengo en una edición de 10/18, seguramente la mejor colección de bolsillo que jamás hubo en Francia. De hecho, encuentro al libro tan extraordinario que por dos veces intenté que se publicara en Buenos Aires. Primero, hace años, fui a ver a un editor que oficiaba en la calle República Arabe-Siria. Me dijo que él se definía como dadaísta, y que todo lo que oliera a surrealismo le caía fatal (creo que me dijo que el “surrealismo institucionalizó el dadaísmo”, o algo así). Ni siquiera aceptó leerlo (sobre su escritorio alcancé a ver las galeras de un libro de Avital Ronell: no publicar a Jouffroy para terminar publicando a una discípula díscola de Derrida, habrase visto). La segunda, en 2011, a un editor que atendía en la calle Bulnes, a quien detecté en la página del Veraz. Me dijo que se estaba armando una editorial nueva, que sólo publicaría libros sofisticadísimos, de una elegancia extrema, dirigidos a una elite de una erudición inabarcable, y que el surrealismo tardío no entraba en esa categoría. En fin. Como de costumbre, los editores se equivocan. Lejos de cualquier surrealismo y mucho menos tardío, el libro de Jouffroy es absolutamente inclasificable, y si hubiera que hacerlo, tal vez se podría decir que pertenece al clima de época que va del 68 al gauchisme, época que efectivamente ya no tiene nada que ver con la nuestra, dato que nos informa –por contraste– hasta qué punto nuestro tiempo no tiene nada de interesante, establecido en la chatura de la dictadura cultural que ejercer los grandes medios de comunicación, y el oportunismo y la migajas como modos dominantes de la actividad política.
De L’individualisme…, de un modo radical intenta tensar, en la mejor tradición libertaria, dos conceptos claves en la historia moderna: el de revolución, como hecho colectivo, y el de individuo, como subjetividad ética. Para eso Jouffroy construye una genealogía que incluye a Fourier y a Bataille, a Duchamp y a Isidore Ducasse, a los jacobinos (como antecesores del surrealismo) y a Godard. Transcribo un párrafo de la introducción: “Al escribir esto, no defino un proyecto colectivo, no obedezco a una organización o partido. No represento a nadie. No escribo el manifiesto del individualismo-revolucionario, sino un anti-manifiesto […] Destruí en mí la tentación del grupo, el culto a la disciplina de los partidos, el respecto a la autoridad del líder, porque la escritura me desplaza de toda organización […] La escritura no se opone al silencio sino a los estereotipos”.