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pensar el Covid-19

Un virus, dos actitudes

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Sin diferencias. Le vienen bien las células de cualquier ser humano, sea quien fuere. | AFP

El Covid no hace diferencias. Le vienen bien las células de cualquier humano, sin distingo de raza, nacionalidad, religión, ideología o edad (para las personas ancianas pueden ser más peligrosos algunos gobernantes que el virus mismo). Sin embargo, ante él la humanidad parece haberse ido alineando en dos grandes bandos. De un lado los que piensan que el Covid-19, una cápsula de material genético sin conciencia, sin intenciones y sin preceptos morales, vino a darnos una lección, a despertarnos de un sueño egoísta, hedonista, soberbio y autosuficiente y que, como en una fábula con moraleja, su sola presencia nos hará más solidarios, más ecológicos, más humildes, más fraternales. El pensamiento mágico no se rinde ni ante una pandemia. Al contrario, se refuerza en ella y empieza a ver héroes en donde solo hay gobernantes y “expertos” desorientados, tirando manotazos al aire como boxeadores que, noqueados de pie, intentan acertar un golpe por pura suerte. En ese bando militan algunos pensadores como el esloveno Slavoj Zizek que, como Moisés bajando del monte Sinaí con una buena nueva, asegura haber avistado, todo gracias a la pandemia, el fin del capitalismo y el nacimiento de un comunismo “bueno” que vendrá a redimir a la humanidad de sus pecados.

 En el otro bando conviven quienes desconfían de la aptitud de la humanidad, en cuanto a especie, para la recapacitación, el aprendizaje, la transformación y la memorización. Advierten que los egoístas, los hedonistas, los depredadores ecológicos, económicos, sociales y morales solo esperan el final de la cuarentena para volver recargados tras un breve síndrome de abstinencia. Después de todo, argumentan, la humanidad atravesó peores pandemias y no salió de ellas mejorada. Desde su punto de vista, quienes ya actuaban guiados por principios morales que traducían en conductas lo seguirán haciendo, porque no necesitaban del coronavirus para ser buenas personas, y no dejarán de ser minoría, pero gracias a ellas, a pesar de todo, continuará girando la rueda de la vida humana, como siempre ocurrió. Y acuden a la historia para probarlo. También este grupo incluye pensadores. Uno de los más visibles es el coreano reconvertido en alemán Byung-Chul Han, para quien “el virus no vencerá al capitalismo. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos nosotros, personas, dotadas de razón, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta”.

Más cercano a Han que a Zizek, el historiador israelí Yuval Harari desconfía de la gestión de los gobiernos ante la pandemia, y tiene sus razones: “Están gastando mucho en paquetes de ayuda. Como ciudadano quiero saber quién toma las decisiones y a dónde va el dinero: ¿se está utilizando para rescatar a grandes empresas que estaban ya en problemas antes de la epidemia o se está usando para ayudar a los pequeños negocios, restaurantes o tiendas? De la misma manera que los gobiernos pueden crear un enorme sistema de vigilancia para ver adónde vamos cada día, debería ser tan fácil crear un sistema que muestre lo que se está haciendo con el dinero de nuestros impuestos”. Harari tiene razón en desconfiar, puesto que el Covid-19 encontró al mundo desprovisto de estadistas (Angela Merkel podría ser la excepción que confirma la regla), regido por los mercados, con los gobiernos como simples administradores, y sin una pizca de grandeza moral. “Qué camino tomemos depende de nuestras decisiones”, afirma. No depende ni de la magia, ni del “buenismo”, ni de seres providenciales. Estamos solos en la madrugada y ante nuestras conciencias.

 

*Escritor y periodista.