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Diversiones?

Una cruel explicación

Hay una nena de dos años que está en terapia intensiva, por ende cualquier cosa que se diga será banal e insuficiente. Es tan atroz la consecuencia del acto cometido que no existe manera alguna de estar a tono con la explicación de cualquier posible causa. No obstante el agresor sí se explicó.

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Hay una nena de dos años que está en terapia intensiva, por ende cualquier cosa que se diga será banal e insuficiente. Es tan atroz la consecuencia del acto cometido que no existe manera alguna de estar a tono con la explicación de cualquier posible causa. No obstante el agresor sí se explicó. Explicó lo que hizo: tirar un pedazo de concreto asfáltico de casi siete kilos de peso desde el costado de un puente peatonal de la localidad de El Talar, sobre el ramal Pilar de la autopista Panamericana. El fiero piedrazo se incrustó en el parabrisas de un auto que pasaba y golpeó en la cabeza a una nena que iba adentro de ese auto. Hubo una explicación, y fue la siguiente: “Tiré la piedra porque es divertido”. Eso dijo el joven agresor al personal policial que lo detuvo.

La explicación es cruel, casi tan cruel como el propio acto, pero no por eso es falsa. El titular de la Subdelegación Departamental de Investigaciones prefirió no darle crédito: “Por qué lo hizo no lo vamos a saber nunca”, especificó. Pero ¿por qué no le cree? Seguramente porque le resulta difícil admitir que un hecho tan salvaje pueda encuadrarse en los términos de una simple “diversión”. Se puede optar, sin embargo, por admitir esa versión escalofriante. Lo que pronto llevaría a admitir también que existe una conexión real entre la diversión y la criminalidad, la diversión y la violencia, la diversión y la muerte. ¿No se expresaba acaso así el terrible Matasiete, héroe negativo de la ficción de El Matadero de Echeverría? Cuando en el desenlace del relato el unitario revienta y muere a manos del sadismo federal, este caudillo se lamenta y declara que el pobre desgraciado se había tomado las cosas demasiado en serio, que ellos lo único que querían era divertirse un poco con él.

Claro que se puede aducir que tirar piedras desde los puentes no es divertido. Pero también se puede considerar que sí lo es: que sí es divertido. Y luego revisar a fondo, a partir de esa constatación precisamente, cómo fue, y por qué razones, que el criterio rector de lo que es divertido o no es divertido ha llegado a imperar entre nosotros con tanta legitimidad. Rige no solamente sobre las noches huecas de nuestros jóvenes huecos, sino también sobre los libros y las películas, sobre los medios masivos de comunicación y sus mediciones, sobre la educación y sus estrategias para enseñar.

El chico que tiró la piedra la otra noche ilumina pese a todo, desde su tan completa idiotez, un aspecto a considerar: que a veces es conveniente renunciar a divertirse.