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nuevo rumbo

Una estrategia contra amenazas a escala global

Dos miradas sobre la cumbre que la Alianza Atlántica realizó la semana pasada en Madrid, calificada como “histórica” por varios protagonistas, y en el contexto de la invasión rusa a Ucrania. La guerra volvió a colocar a la OTAN en el punto de partida para el que se creó: enfrentar el desafío de Moscú, en aquel entonces capital de la Unión Soviética, hoy de la Federación Rusa. Así se entiende el proceso de incorporación iniciado por Finlandia y Suecia. La cita también aludió al “desafío” que representa China, ante lo cual se plantea un trabajo de cooperación con países del llamado indo-pacífico.

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Foto de familia. Para esta cita en la capital fueron invitados, en especial, los mandatarios de Australia, Japón, Corea y Nueva Zelanda, mensaje claro para China. | afp

Desde Madrid

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) parece haber renacido de las cenizas a las que la había condenado Donald Trump durante su presidencia y, ahora, tras los acuerdos alcanzados en la Cumbre de Madrid, busca mostrar una fortaleza renovada y una cohesión interna que no se vía desde los tiempos de la Guerra Fría.

Es que a sus miembros los une más el espanto a las consecuencias del accionar del presidente ruso Vladimir Putin y la posibilidad de una escalada bélica en el patio trasero de Europa, que las coincidencias políticas que existen entre ellos, parafraseando a Jorge Luis Borges. 

Eso quedó claro en el documento final que firmaron los treinta mandatarios de la Alianza Atlántica el miércoles en la capital española donde unos y otros cedieron a sus propios principios en pos de obtener un resguardo militar ante las amenazas presentes y las que avizoran para el futuro.

Los que lideraron esta lista fueron, sin duda, Turquía, Suecia y Finlandia, que dejaron sus diferencias políticas de lado vinculadas con los separatistas kurdos y decidieron apostar por el fortalecimiento de la OTAN bajo el sol del verano madrileño. Así, estos últimos dos estados podrán sumarse a la entidad, algo que Ankara se negaba hasta hace pocos días.

Los Estados Unidos también mudaron el rumbo que venía llevando adelante Trump durante su mandato, quien buscaba reducir el financiamiento a la Alianza y hacer que los europeos costearan su propia defensa, y lo cambiaron por una apuesta diametralmente opuesta que incluye apoyar el incremento en el gasto militar que fue anunciado durante la Cumbre e, incluso, expandirla territorialmente.

El motor que movió este cambio de estrategia no es solo por el temor a las consecuencias que pueda traer la invasión rusa a Ucrania, sino más bien porque le sirve al gobierno de Joe Biden para intentar recuperar parte del liderazgo mundial que buscan quitarle Moscú y Beijing.

“Estados Unidos mejorará nuestra postura de fuerza en Europa y responderá al entorno de seguridad cambiante, además de fortalecer nuestra seguridad colectiva –sostuvo el mandatario durante la Cumbre de Madrid–. Juntos, con nuestros Aliados, nos aseguraremos que la OTAN esté lista para hacer frente a las amenazas de todas las direcciones, en todos los dominios: tierra, aire y mar”.

Las amenazas rusas y chinas, sumada a la que también pueda llegar desde Medio Oriente, quedó plasmada sobre papel en la Declaración de la Cumbre de Madrid que firmaron el miércoles los miembros de la OTAN. Allí, dejaron bien en claro quiénes son sus enemigos.

“Seguimos enfrentándonos a distintas amenazas de todas las direcciones estratégicas. La Federación Rusa es la amenaza más importante y directa para la seguridad de los Aliados y para la paz y la estabilidad en el área euroatlántica. El terrorismo, en todas sus formas y manifestaciones, sigue representando una amenaza directa para la seguridad de nuestras poblaciones y para la estabilidad y la prosperidad internacionales –sostiene el documento–. Nos enfrentamos a amenazas cibernéticas, espaciales, híbridas y asimétricas, y al uso malicioso de tecnologías emergentes y disruptivas. Nos enfrentamos a la competencia sistémica de aquellos, incluida la República Popular China, que desafían nuestros intereses, seguridad y valores y buscan socavar el orden internacional basado en reglas”.

Por eso, el objetivo final de esta reunión no fue frenar el avance de Putin o darle el apoyo al presidente ucraniano Volodímir Zelenski, sino expandir las fronteras de la Alianza militar mucho más allá de las fronteras del Atlántico Norte, de la mano de nuevos aliados que sirvan para contrarrestar el avance de Beijing.

“Los Aliados afirman que las políticas coercitivas de China desafían nuestros intereses, seguridad y valores”, sostuvo el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en la conferencia de prensa donde anunció lo acordado entre los países miembros.

Por eso, fueron invitados especialmente a participar de la Cumbre de Madrid los primeros mandatarios de Australia, Japón, Corea y Nueva Zelanda, un gesto que no pasó inadvertido ante las constantes amenazas de Beijing contra Taiwán.

Menos directos fueron sus miembros cuando se refirieron a la amenaza del terrorismo, uno de los grandes focos en temas de seguridad que tiene la Alianza Atlántica para el futuro. En este caso, prefirieron no ponerle públicamente nombre y apellido, más allá de la preocupación que existe sobre el plan nuclear de Irán, el gobierno del talibán en Afganistán y los resabios de EI en Siria.

El gran desafío que quedó flotando en los pasillos del predio de Ifema, donde se llevó a cabo la reunión en Madrid, es cuál será el rol de la OTAN en el futuro ante un potencial conflicto ya sea con Rusia, China o en casos de terrorismo: si mantendrá una actitud de intervención militar semipasiva, como lo está haciendo en la actualidad en Ucrania, o si se comprometerá más activamente. De eso, dependerá la seguridad de buena parte del planeta.

 

Luces y sombras de un evento histórico

H.D.

La Cumbre de Madrid dejó otros anuncios que pasaron más desapercibidos frente a la decisión de sumar a Suecia y Finlandia a la OTAN, el apoyo a Ucrania y las condenas contra Vladimir Putin.

La Alianza Atlántica cumplió con las reglas que manda lo políticamente correcto e informó que realizará un mapeo de las emisiones militares de gases de efecto invernadero, con el fin de reducir a menos de un 45% las de sus órganos y mandos para 2030 y llegar a cero para 2050.

Sin embargo, esto se contradijo con otro de los anuncios en el que los miembros de la OTAN se comprometieron a incrementar hasta un 2% del PBI el gasto de Defensa, lo que implica sumar más equipamientos bélicos que suelen ser altamente contaminantes (tanques de guerra, aviones, barcos, etc.).

Nadie dio explicaciones al respecto. Los que sí tuvieron que hacerlo fueron los encargados del protocolo del gobierno español cuando todos notaron que el presidente Pedro Sánchez tenía junto a él una bandera nacional que estaba puesta al revés, con el escudo hacia abajo. Rápidamente, salieron a enmendar el error, pero, para ese momento, ya era tendencia en las redes sociales.

Otro de los “fallos” ocurrió en el momento en el que Zelenski debía hablar a través de una videoconferencia con los presidentes de los países miembros de la OTAN, en una reunión que supuestamente era a puertas cerradas. Sin embargo, su exposición en ucraniano fue transmitida en directo por la agencia AFP, pero sin traducción.

Justamente, esto último fue uno de los grandes papelones de la Cumbre. En cada una de las conferencias de prensa con los primeros mandatarios y directivos de la Alianza, los periodistas que cubrían el evento contaban con dispositivos con traducciones simultáneas en inglés, francés, alemán y español. Sin embargo, la versión castellana nunca fue habilitada, pese a ser el idioma oficial del país anfitrión.

Esto compitió cabeza a cabeza con el menú que se ofreció a los cronistas para almorzar en la sala de prensa. La entrada incluía una ensalada rusa, un plato poco atinado para un evento en que se estaba condenando la invasión de Moscú a Ucrania. Luego que el gafé se tornara tendencia en las redes sociales, modificaron su nombre por el de “ensalada tradicional”.

La comida, justamente, fue lo que causó mayor descontento entre los periodistas, ya que no solo hubo que pagarla (algo poco común en esta clase de eventos) sino que costaba 20,35 euros, cuando en el centro de Madrid esos mismos platos, y de mejor calidad, se consiguen por 12-13 euros.