COLUMNISTAS
migrantes y refugiados

Una fuerza viva que no pueden detener los cierres de fronteras

Víctimas de desigualdad y discriminación, los que se desplazan enfrentan grandes dificultades para integrarse a sus nuevas sociedades.

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Aporte. Los rodean muchos prejuicios que dañan su imagen. | cedoc

¿Qué significa ser refugiado para un refugiado? La pregunta no tiene una sola respuesta, sino tantas como las veces que se formula. Con el tiempo, uno desiste de la imposible pretensión de ponerse en su piel. Refugiado y migrante no significan lo mismo. Utilizar un concepto u otro puede ser un error negligente, aunque la mayoría de las veces no es inocente. Y está la otra parte de la historia, la que habitualmente ignoramos: ¿cómo nos miran ellos y ellas, cuando llegan de tan lejos a una tierra muchas veces tan inquietante como desconocida? Porque si hay algo que los hermana, a refugiados y migrantes, es la esperanza de lo que esperan hallar al final del viaje.

“Nos llaman para que contemos por qué nos fuimos de nuestros países, cómo cruzamos el río y sí, la verdad es que cruzar el río fue terrible y extrañamos a nuestras familias, pero no debemos olvidar que somos profesionales, somos ciudadanos y, más allá de lo doloroso de nuestro pasado y del camino que nos trajo hasta acá, hoy formamos parte de esta sociedad a la que podemos aportar mucho. Es hora de dejar de lado el discurso victimizante y enseñar lo que podemos dar y que nos miren como ciudadanos”, me enseñó Diana, a quien la vida la había arrancado de su Colombia pero muy lejos estaba de verse –y pretender que la vean– como una víctima.

Los periodistas tenemos nuestra cuota de responsabilidad en cómo construimos ese imaginario. Al igual que otros actores políticos y sociales colaboran con la suya. Cuando elegimos categorizar al protagonista de un delito por su nacionalidad “contribuye a generar una imagen del migrante como un sujeto vinculado al delito”, alerta la Defensoría del Público. Cuando apelamos, como latiguillos, a términos como “migración masiva”, “masas de gente” y “ola migratoria” la mayoría  de las veces le imprimimos una masividad que tampoco se ajusta a la realidad.

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La “raza” es otro de los términos poco felices que avala la desigualdad y la discriminación que promueve divisiones sociales segregacionistas. Lo hizo por décadas, en la Argentina y en el mundo, y lo sigue haciendo. Pese a que hablar de raza es anacrónico, seguimos tropezando con el vocablo, como con el universo de preconceptos en torno a categorías nacionales, étnicas y sociales, atadas a los peores valores. Y si hasta los usos y costumbres que los vuelven particulares se transforman en rasgos negativos sobre la base de la desinformación. “¿Los árabes? Malas personas. ¿Viste cómo tratan a las mujeres?”. Peor aún cuando se le anexa el componente religioso: “¿Los musulmanes? Todos terroristas”. En el camino, se pierde la oportunidad de comprender los matices de las colectividades que dibujan el mosaico social de una nación.

¿Cómo se conjuga el concepto de frontera, tan vigente con la pandemia, con un mundo globalizado? “La frontera del Estado nación no es el problema para el desplazamiento de personas, sino el cómo se la utiliza. Es un problema de políticas, no de conceptos. Dentro de los procesos de integración nacional, las fronteras siguen existiendo, pero no constituyen un impedimento para el movimiento de las personas”, opina el sociólogo Lelio Mármora. Y en gran medida retrata lo sucedido en 2020: las fronteras pueden cerrarse, con recursos administrativos o apilando piedras en forma de muro. Pero eso jamás podrá con la voluntad de las fuerzas vivas que encarnan los refugiados y migrantes.

*Autor de Refugiados. Crónicas de un drama silenciado.