Parafraseando a Dickens, el escritor dominante de mi niñez, estamos viviendo, en el mundo y aquí, una historia de dos velocidades.
Dos velocidades para la recuperación económica global, con los emergentes –China, India y Brasil– a la cabeza, creciendo rápido, y el mundo desarrollado, evolucionando lentamente. Y dentro de ese mundo desarrollado, Estados Unidos con mejor velocidad que Europa y Japón.
La economía argentina, por su parte, también evoluciona hoy en “dos velocidades”. En efecto, en la variación “verdadera” del Indice de Precios al Consumidor, se verifica la existencia de dos tasas de evolución de los precios. Una, correspondiente a los consumos de la canasta básica, fuertemente acelerada en el primer trimestre, bien por encima del treinta y pico anualizada. Y otra para el “resto del mundo”, cercana a los veinte.
El promedio entre las dos se ubica en algún número en torno al 25% anual, en donde, salvo algunos pocos precios, todos están subiendo a buen ritmo.
También hay dos velocidades en la expectativa de evolución de los ingresos personales. El sector sindicalizado aspira a “pelearle” mano a mano a la inflación; mientras, aquellos que pertenecen al sector informal, con una menor capacidad de negociación, al igual que jubilados y pensionados, saben que, claramente, pierden en la lucha por mantener sus ingresos en términos reales.
Hay dos velocidades, asimismo, en la recuperación de la economía después de la recesión del primer semestre de 2009. Una para el agro, la industria cercana a la demanda brasileña y, en general, a la demanda ligada al escenario internacional junto al muy buen desempeño de bienes durables, incentivados por inflación y crédito. Y otra para la demanda de bienes de consumo de no durables y ciertos servicios.
Finalmente, también hay dos velocidades para los problemas fiscales. Una para el sector público nacional, con recursos de “stock” y algo de endeudamiento y recaudando impuestos no coparticipables y el impuesto inflacionario. Y otra para las provincias, con presiones sobre el gasto (salarios) y necesitadas del financiamiento discrecional del Gobierno nacional y con poco margen para nuevo endeudamiento.
El futuro inmediato local, desde el punto de vista de la “estabilidad” de este escenario, depende de cómo se “conecten” estas dos velocidades internas con las externas.
En efecto, si los asalariados sindicalizados logran una baja modesta de su salario real, dada la actual política cambiaria, ello implica salarios industriales creciendo en dólares y presionando sobre la rentabilidad de las empresas y su competitividad. Si la velocidad emergente –en especial Brasil– sigue traccionando y el real mantiene su valor o se aprecia, los mayores costos unitarios internos los compensará el volumen externo, si no, las presiones se harán difíciles de manejar.
La caída del salario real de los no sindicalizados, si sigue tan fuerte como hasta ahora, empezará a golpear fuertemente a los sectores de consumo no durable y al “ala social” del gasto público, con los previsibles conflictos que ello implica.
¿Qué puede compensar este escenario? Precisamente, el “derrame” de los sectores ligados a la velocidad externa y la respuesta del gasto público. Pero el incremento de este gasto está hoy financiado, en gran parte, con el Banco Central, lo que le pone un límite a la velocidad de su efectividad si no se quiere entrar en un círculo vicioso de espiralización de la inflación.
Como puede apreciarse, entonces, en el corto plazo, la continuidad de esta recuperación económica en alta inflación depende de una serie de factores difícilmente controlables con la política económica actual.
A la larga, todos sabemos que este escenario es insostenible, pero esa no es la preocupación actual del oficialismo.
En el escenario político, para terminar, se observan, también, dos velocidades. Los “rápidos” del oficialismo, con chicanas baratas en el Congreso, extorsiones, influencia sobre el Poder Judicial y presión sobre los antiguos socios y aliados en los medios de comunicación y en el sector empresario. Y los “lentos” de la oposición, que caen en todas las trampas tácticas que les tienden.
Sin embargo, si la alternativa de la oposición es convertirse en tan rápida con el oficialismo, el cambio que la Argentina necesita, peligra. A mi modesto juicio, no es una mala imitación del kirchnerismo, nuestra solución.