COLUMNISTAS
PANORAMA / John McCain (1936-2018)

Una luz en un universo convulso

Era muy querido por la gente común y respetado, pero no venerado, por los círculos de mayor poder de Washington, ajeno como estaba, a cualquier clase de corporativismo.

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Amigos. El senador republicano y su colega demócrata, Joe Biden, vice de Barack Obama. | ap

La muerte de John McCain no resulta menos triste porque se esperara. Es que, en un mundo cada vez más refractario a la democracia republicana, McCain fue un principista libre, terco e intransigente con todo aquello que a su juicio traicionara los pilares con que los padres fundadores habían construido los Estados Unidos de América.
Pero también fue un personaje romántico trasplantado de un filme de Frank Capra que, con una rectitud, un humanismo y un sentido de la justicia infalsificables, dedicó la vida a tender puentes para apagar la división que su país vivió durante mucho tiempo, y que se agudizó salvajemente durante la administración de Donald Trump.
Es irónico pensar que gran parte de América Latina fue concebida por hombres que idolatraban a los padres fundadores de Estados Unidos. Por dar un solo ejemplo, no hay chance de entender a Artigas sin leer a Thomas Paine.
Paradójicamente –o no, porque no es menos cierto que hemos sido conquistados por el imperio español e independizados por caudillos fuertemente autoritarios–, nuestro continente se debate hoy entre populismos de diversa calaña que, de haberse proclamado derechistas, hubieran suscitado en sus pueblos la misma solidaridad que provocaron cuando los latinoamericanos eran perseguidos por las dictaduras de la década de 1970.
Desconcierta ver a países republicanos como Uruguay, donde un presidente demócrata cristiano como Tabaré Vázquez se distancia del kirchnerismo pero es incapaz de condenar las violaciones sistemáticas a los derechos humanos que cada día comete la dictadura de Nicolás Maduro.
Republicano moderado de la estirpe de Abraham Lincoln y Dwight Eisenhower, admirador de Ronald Reagan y devoto de ese gran estadista que fue Theodore Roosevelt, McCain ocupó los días previos a su muerte, provocada por un cáncer de cerebro fulminante, a hacer añicos a un compañero de partido que sembró el odio, importó el populismo latinoamericano e intentó machacar hasta límites insoportables los principios de la democracia constitucional que lo ungió.
Haber pedido que ese personaje oscuro llamado Donald Trump, a diferencia de Obama y de George W. Bush, no asistiera a su funeral, fue el último acto de dignidad de un rebelde con causa que representó a Arizona en la Cámara de Representantes, y luego en el Senado, desde 1982 hasta hoy.
McCain decía que sus conciudadanos vivían en “una tierra de ideales, no de sangre y de tierra”, y sabía de lo que hablaba. Su cautiverio como prisionero de guerra en Vietnam, donde fue torturado sin doblegarse durante 1.967 días, lo que llevó a que Trump dijera que no era un héroe “porque había sido capturado”, hizo que terminara de convertirse, pese a su conservadurismo militar, en el hombre público que abogó por la eliminación institucional de la tortura en cualquiera de sus formas.
Eso no le bastó. Cuando fue candidato presidencial, discutió amargamente y sin levantar la voz con dos votantes republicanos que le dijeron que Barack Obama era musulmán y que era un hombre temible. “No señora –contestó a lo primero–, no señora. Es un hombre decente, un hombre de familia, un ciudadano con el que tengo desacuerdos en torno a algunos asuntos fundamentales, y de eso se trata esta campaña”. Y, respecto a la segunda acusación, respondió: “Obama es una persona a la que usted no debería temer si fuera presidente”.
Enemigo declarado del lobby, de la pusilanimidad y de un establishment al que combatió por dentro, McCain abominó del absolutismo de Vladimir Putin, al que tanto se parecen Maduro y Correa, y de la cultura de la polarización de tintes nazis a la que, en nombre de una revolución imaginaria, se abrazó Cristina Fernández de Kirchner.
Aparte, McCain dijo haberse arrepentido de no haber condenado adecuadamente la historia ignominiosa que acarreaba la bandera confederada y, en uno de sus últimos actos épicos, bajó al Senado para votar en contra de la eliminación del sistema de salud federal conocido como “Obamacare”.
Defensor de la independencia del Poder Legislativo, antirracista visceral y héroe de guerra definido por su hermano del alma Joe Biden como “la personificación del coraje, del deber y de la lealtad”, McCain era muy querido por la gente común y respetado, pero no venerado, por los círculos de mayor poder de Washington, ajeno como estaba, por su frontalidad, su carácter gruñón y su candidez, a cualquier clase de corporativismo.
Su promoción de leyes que permitieran hacer más transparente el financiamiento de los partidos políticos y su defensa de la familia Kahn tampoco le granjearon demasiados amigos en el ala dura republicana. Pero fue su discurso de concesión, cuando perdió las elecciones de 2008 –unos diez años antes de que, cerca de la muerte, en el programa televisivo The View arremetiera contra “el silencio de los buenos”, contra las fake news y contra el estilo de comunicación de Trump– lo que acabó revelándolo como un hombre entrañable.
Allí, el ex oficial de pésima conducta de la Academia Naval dijo: “Esta es una elección histórica, y reconozco el significado único que tiene para los afroamericanos y el orgullo especial que debe serles propio… Y aunque hemos avanzado mucho respecto a las viejas injusticias que mancharon nuestra reputación y les negaron a algunos estadounidenses la bendición completa de su ciudadanía, el recuerdo de ellas todavía tiene el poder de herirnos”.
El eterno rival y amigo del demócrata Ted Kennedy –quien falleció hace nueve años, el mismo día y de la misma enfermedad que McCain–agregó: “Cualesquiera que sean nuestras diferencias, somos todos compatriotas. Y por favor créanme cuando afirmo que ninguna asociación ha significado más para mí que esta… Hoy fui candidato al mayor honor que otorga el país que tanto quiero. Y a partir de esta noche seguiré siendo su servidor. Le deseo buena suerte y prosperidad al hombre que fue mi adversario y que a partir de ahora será mi presidente”.
Para entender los preciosos ideales que McCain guardaba en su corazón, ¿es necesario compararlos con las múltiples dictaduras militares que registra la historia argentina, con su continuación seudodemocrática de diversos colores peronistas y con el golpe de Estado técnico que ese partido hizo en 2001 y mediante Eduardo Duhalde intenta instalar ahora, enfrentado a contrapartes que en lugar de apagar la grieta no han hecho más que fogonearla?

*Periodista y escritor uruguayo.