El Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México acaba de introducir cambios históricos en sus posiciones programáticas e ideológicas. En su reciente congreso terminó con la prohibición de inversiones privadas en la explotación petrolera, y aprobó una importante reforma fiscal. Ambas medidas fortalecerán su desarrollo económico, genuino y sustentable, generando los recursos que se pondrán al servicio de “la construcción de un sistema de seguridad social universal digno de ese nombre”; y de la llamada “Cruzada contra el Hambre”. Estos cambios económicos y sociales se relacionan con la forma en que el PRI se dispone a ejercer el poder, con énfasis en las instituciones y dispuesto al diálogo, como lo prueba el Pacto por México, firmado con las principales fuerzas de oposición, una verdadera Moncloa regional. Su posición en la reciente reunión de la Comisión de la OEA sobre Derechos Humanos ratifica el nuevo rumbo.
México elige el camino de los países de la región que optaron por una democracia republicana (Brasil, Chile, Colombia, Perú, Uruguay), diferenciándose así de las democracias populistas, donde pueden obtenerse buenas tasas de crecimiento apoyadas en la exportación de algún producto primario, pero no un verdadero desarrollo económico. Es el caso de Venezuela, que pese al ingreso de miles de millones de dólares por su petróleo, sigue siendo un país monoexportador, sin diversificación de su producción y con graves problemas en varias dimensiones de su economía.
Estas democracias populistas suelen justificarse con el argumento de que se preocupan por la distribución de la riqueza, sacando de la pobreza y la humillación a vastos sectores de la población. Es cierto que en muchos casos alcanzan esos logros, pero también es cierto que lo hacen recurriendo a métodos perversos de persecución política, de atropello a las reglas básicas de convivencia y, en otro orden de cosas, con derroche de recursos, ineficiencia y espacios de corrupción que no ofrecen expectativas más allá del corto plazo. La prueba histórica de que todas estas aberraciones de las democracias populistas no son necesarias para una distribución equitativa de los ingresos la da Brasil, que ha sido capaz de sacar a millones de ciudadanos de la pobreza en un marco institucional de total respeto por los derechos y las libertades, así como de la dignidad de los recuperados.
Frente a estos resultados cabe preguntarse: ¿por qué algunos países insisten con formas populistas de democracia? La respuesta no es fácil. Puede sostenerse que las experiencias de democracias republicanas que no han sido capaces de atender las necesidades de los más pobres facilitan la aparición de líderes emocionales que organizan el ejercicio del poder en versión populista. Sin embargo, no todos los países con ese pasado insatisfactorio se han volcado a este tipo de liderazgo. Para explicar casos de países que no desembocaron en el populismo, algunos estudios han señalado el papel de la cultura política en países como Chile y Uruguay. En el primero, hasta un gobierno de orientación marxista, como el de Salvador Allende, se sometió a las formas republicanas vigentes en su tradición política (la que por otra parte había hecho posible su llegada al poder al recibir los votos de la Democracia Cristiana en el Congreso); en Uruguay, un ex guerrillero que transitó por la lucha armada, al llegar a la presidencia respetó la tradición republicana de su país y gobierna de acuerdo con la misma.
Pero esa explicación no da cuenta de lo que ocurre en Brasil, Perú, Colombia y México, que no han optado por, o pudieron abandonar, una democracia populista, pese a no contar con una tradición cultural política del tipo de las que caracterizan a Chile y Uruguay. Las ciencias sociales estarán en deuda con la sociedad hasta que sean capaces de arrojar mayor luz sobre este problema.
*Sociólogo. Miembro del Club Político Argentino.