La preocupación social por el delito no es nueva, pero adquiere, en la sociedad y en la política actual, una destacada centralidad, al tiempo que son renovados sus alcances e implicancias en torno a la categoría de “inseguridad”. Esta preocupación renovada y reconfigurada se asocia a la emergencia de un nuevo patrón de sensibilidades colectivas asociadas al delito. Una primera cuestión es que se observan cambios estructurales. Entre 1990 y 2008, América Latina redujo la pobreza de 48,3% a 33,2%, sin embargo, la desigualdad persiste: el 20% más rico tiene el 57,8% del ingreso (Latinobarómetro) (Dammert y Lagos 2012) y en contraste con los niveles de pobreza, que retrocedieron en los últimos diez años, las tasas de delito urbano en la región continuaron aumentando o se mantuvieron estables.
Incluso en ciertos casos, hubo reversión de la inequidad e incremento del delito de manera paralela, lo que plantea la necesidad de repensar la relación entre ambos problemas. Así, desde hace al menos dos décadas, el problema de la inseguridad se ubica como la primera o segunda preocupación en casi todos los países latinoamericanos, a pesar de que existen entre ellos enormes diferencias en las tasas de homicidio y de otros tipos de delitos. Las percepciones de lo inseguro han aumentado en todos los países de la región y los ciudadanos sienten cada vez más temor de ser víctimas de la criminalidad.
Desde esta perspectiva, la inseguridad no puede ser otra cosa más que una percepción o un sentimiento, porque expresa una demanda insatisfecha por parte de la ciudadanía. En palabras de Gabriel Kessler, se trata de la sensación de una aporía en la capacidad del Estado de garantizar un umbral aceptable de riegos que se perciben ligados al delito. Un elemento común es que los medios de comunicación –específicamente la televisión– son señalados como responsables de la creciente inquietud ciudadana y política. Se sostiene que exageran en la enunciación de las noticias policiales, que tienen intereses o intenciones políticas y económicas en generar miedo, y que por eso recurren a tácticas sensacionalistas. Esto gravita en que el nivel de cuestionamiento de parte de los gobiernos y de los especialistas por su impacto en el temor sea mayor y se suma a que las representaciones que promueven tienden a ser realmente sensacionalistas, conservadoras y en algunas naciones lisa y llanamente macabras. Pero más allá de las acusaciones generales, no sabemos a ciencia cierta de qué modo y a quiénes los medios influyen.(...)
La significación, entonces, se localiza no solo en lo mediático sino también en lo personal-vivencial. Por eso, en la decodificación de las noticias criminales, cobra fuerza el contexto personal y social a la hora de ejercer valoraciones frente a las narrativas mediáticas. Así lo ilustra el trabajo de Luanda Dias Schramm en una etnografía de audiencias jóvenes sobre el caso del “indio Galdino” (un líder indígena que fue quemado vivo por cinco jóvenes de clase media alta en Brasilia).
El grado de cercanía y familiaridad o distancia de las audiencias con la víctima y los victimarios resultó determinante: los adolescentes que mantenían identificación de clase con los jóvenes acusados por el asesinato se mostraban afectados de un modo particular e intentaban defender a los imputados porque actuaron “por presión del grupo”. Para otros, la distancia que los separaba de los asesinos era más significativa y se promovía cierta empatía con la víctima. (...)
Un elemento que complejiza aún más los modos de comprender, narrar y percibir la inseguridad es la polarización entremedios oficialistas y opositores en ciertos países, porque la información sobre inseguridad entra dentro de las controversias y cuestionamientos sobre los modos de gobernar e informar. De este modo, existe una gran desconfianza en los modos de construcción de la noticia policial. (...)
Tanto los formatos que emiten información como diarios, portales online, programas de radio y noticieros, como aquellos llamados de entretenimiento, programas magazines o reality shows, contribuyen a alterar o modificar el modo en que los problemas públicos son construidos. En el caso de la inseguridad, se trata de un tópico familiarizado para los medios de comunicación, que mantiene una omnipresencia en el espacio mediático, tanto en tiempo como en espacio. La sobrerrepresentación mediática de un tema puede hacer que el público conozca la existencia de un problema, alentarlo a pensar en ciertos temas y en su solución, e incluso llevar a movilizaciones ciudadanas. Como sostiene Santiago Galar en su artículo, algunos casos conmocionantes de muertes violentas desencadenan procesos de conformación o de activación de públicos con capacidades de crítica, de reivindicación, denuncia y movilización.
En este escenario, el trabajo colectivo de la Agencia de Noticias por los Derechos de la Infancia (ANDI) aporta una mirada elocuente sobre la construcción de las noticias. En el texto evidencian que, más allá de las graves violaciones de derechos y de los niveles elevados de irrespetuosidad y combate de las normas legales y autorregulatorias, las producciones mediáticas se caracterizan por discursos unidireccionales, excesivamente subjetivos, que carecen de diversidad de fuentes de información y pluralidad de puntos de vista. En otras palabras, las noticias sobre inseguridad muestran deficiencias evidentes en el cumplimiento de criterios de calidad periodística.
*Editores de (In) seguridad, medios y miedos, ediciones Imago Mundis (fragmento).