No sé cómo fue que llegamos ahí, empezamos hablando sobre cómo aparece el Río de la Plata en Confesión, la novela de Martín Kohan, como una especie de sucesión de microensayos en el interior de la narración, llenos de inteligencia e ironía; pasamos luego por la Holanda del Mundial 74 y terminamos hablando de los 60 y 70. Las sobremesas son así, mucho más cuando son al aire libre –pandemia mediante–, hasta que terminan también de forma inesperada: se largó a llover, cuando el pronóstico no mencionaba nube alguna. Entretanto, un amigo mencionó con sorna cierto artículo reciente sobre García Márquez en un suplemento cultural, y luego, todos nos preguntamos con una mezcla de preocupación e intriga, qué interés le encontrará a García Márquez un amigo en común –ausente en esa cena, por supuesto– de los más queridos y respetados por nosotros. Se armó entonces la consabida lista de lecturas sesentistas y setentisas, lo que llevó a una discusión sobre las diferencias entre ambas décadas, del Mayo del 68, el pop y el Flower Power, a la violencia foquista, la suciedad urbana en Taxi Driver, los movimientos antiimperialistas de masas y los golpes de Estado. ¿Fueron los 60 románticos y los 70 crueles? No puedo afirmar que a esa altura la conversación se parecía demasiado a un intercambio de digresiones entre borrachines, pero tampoco puedo desmentirlo. En todo caso, puedo transmitirles a ustedes, mis eventuales lectores, dos libros publicados en esos tiempos que me siguen gustando.
Uno es De l’individualisme révolutionnaire, de Alain Jouffroy, escrito en 1965, e increíblemente aún inédito en castellano. Jouffroy es un surrealista tardío que, pese a esa fallida posición, logra con la creación de ese concepto (de ese personaje filosófico, como diría Deleuze) es decir, con la perfecta unión de esos dos términos (individualismo, revolucionario) tan caros al pensamiento libertario, releer la historia cultural moderna en esa clave. De Lacenaire a Bataille, pasando por Duchamp y Godard, termina su libro proponiendo un programa de una actualidad todavía urgente: “El rechazo a participar de la estupidez organizada por los poderes del Estado, el humor y la distancia frente a todo, el ejercicio de la imprevisibilidad del pensamiento”.
El otro libro-manifiesto es Cultura asfixiante, de Jean Dubuffet, publicado en Buenos Aires en 1970, en traducción de Juana Bignozzi, por Ediciones de la Flor, en los años en los que era una editorial pop. Escrito de a fragmentos, muchos de sus párrafos deberían ser de enseñanza obligatoria, en especial en esta época, la nuestra, en la que a cada momento aparecen “especialistas” explicando lo que pasa, “analistas” describiendo lo que ocurre, y “expertos” interpretando la realidad. Va una muestra de la prosa de Dubuffet sobre esa situación: “El espíritu creador se opone tanto como sea posible a la posición del profesor. Hay más parentesco entre la creación artística (o literaria) y todas las otras formas cualesquiera de la creación (en los dominios más comunes, del comercio, el artesanado, o en cualquier trabajo manual u otro) que el que existe entre la creación y la actitud puramente homologadora del profesor, que por definición es aquel que no está animado por ningún gusto creador y debe alabar indiferentemente todo lo que, en los largos desarrollos del pasado, ha prevalecido”.