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Unidos por la misma emoción: el miedo

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Boletas. En Capital se votará dos veces y nadie sabe cuánto puede extenderse el trámite del comicio. | cedoc

De los veintisiete aspirantes presidenciales, solo a cuatro los identifica la misma emoción incontrolable: el miedo. Lo esconden como los fanáticos, según advertía Voltaire en relación al resto de los humanos. En cuanto a los veintitrés candidatos pendientes, el fracaso no los desanima: ya fracasaron antes de entrar a escena, son espontáneos del ruedo. Al miedo del cuarteto, en cambio, no puede ocultarlo el ropaje voluntarista, la seguridad declarada o el falso optimismo que expresan sus mensajes proselitistas. Viven aterrados por redes o encuestas, cada vez que cierran la puerta los invade la depresiva sensación del “no va más” que aparecerá el domingo 13 por la tarde. Al menos para uno, retiro involuntario o desaparición sin reclamo. Esa obsesiva opresión la padecen en particular Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich. A los otros dos, Sergio Massa y Javier Milei, les queda aún una hendija de supervivencia, aunque más de uno piensa que corren riesgos: las primarias venideras podrían ser una suerte de primera vuelta, la síntesis que encontrarán los votantes para evitar tantas concurrencias obligadas al cuarto oscuro. Quizás una forma de mostrar, además, disconformidad con un sistema de complejidad burocrática cada vez más impreciso y oneroso constituido por expertos en buenas intenciones, en un cielo de inútiles buenas intenciones.

Basta ejemplificar con la Capital Federal, donde se votará dos veces en la misma oportunidad y nadie sabe a cuánto se puede extender el trámite del comicio. Ya hubo simulacros al respecto con inquietantes resultados, al punto que se consideró la posibilidad de dividir en dos jornadas diferentes la elección. Ocurre que asusta la tardanza a la cual será sometido el porteño: hasta ahora, cada mesa inscribe a trescientos ciudadanos, la duración de todo el ejercicio electoral será de seiscientos minutos a razón de un consumo individual de dos o tres minutos. Pero la doble votación obliga, por lo menos, a extender la duración del comicio ya que cada sufragante insumirá más tiempo en su deber con la democracia. Interminable. Así lo muestran las pruebas ya realizadas.

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Miedo a la frustración personal en Larreta, a perder décadas de ensueño en un único domingo. Fatal. Lo mismo vale para Bullrich, también otra que de chiquita fantaseaba con la Presidencia. Dos elegidos del Destino. El racinguista dice adquirir músculo con la victoria de otros, se alimenta con triunfos ajenos, léase el caso de Maximiliano Pullaro en Santa Fe y, eventualmente, el de Rodrigo de Loredo hoy en Córdoba (está convencido el jefe de Gobierno que pasado mañana, de ganar, De Loredo dirá que lo apoya en la interna). Cree que esos respaldos y su propuesta moderada se impondrá a la belicosidad de Patricia bajo el argumento de que los votantes se inclinan por el centro y no por los extremos, teoría que hizo circular el exministro Carlos Corach por TV. Jura que ha mejorado en las preferencias, lo que equivale a confesar que antes estaba atrasado frente a su rival femenina. Se apoya también en una ayuda anímica que le proporciona el aparato tradicional de la UCR, hoy volcado a consagrarlo: buena parte del partido obtuvo de Larreta lo que nunca pudo de Bullrich. Como sostienen en las filas de la socia de Independiente para este clásico futbolístico de Avellaneda: Billetera mata galán.

El temor a la muerte cívica persiste en los dos contendientes. Patricia se refugia en la expectativa de que las encuestas han congelado cifras y se conservan las tendencias, con apenas un 10% de indecisos que no modifican el tablero. Ella eligió taparse con la frazada y esperar a que llegue el 13, se siente bendecida por cierto clima favorable. Nuevo spot este fin de semana, módico entrenamiento. Aún no sabe si Mauricio Macri –quien estiró sus vacaciones en Europa para evitar compromisos– volverá una semana antes del comicio y se pronunciará a su favor. Difícil que el canario cante en la jaula. Tampoco hay certeza de que una declaración pública sea necesaria cuando ya le traspasó tropa, oficiales de confianza y amistades poderosas como San Martín a Bolívar en Guayaquil. Guarda el mismo terror de Horacio en su interior, pero ni tiembla ante la versión de no poder gobernar si vence en sucesivas elecciones. Por el contrario, está convencida que desde la Casa Rosada se alinean los melones y que la misma fantasía de ingobernabilidad también acosó a Raúl Alfonsín y a Carlos Menem cuando iniciaron sus mandatos. El miedo, en todo caso, es otro.

Horacio Rodríguez Larreta vs Patricia Bullrich: uno sufre, la otra se divierte

Como el que daña a Milei, quien no duerme afectado por la teoría de que no abrochó adhesiones en las elecciones provinciales y de que le pueden robar más votos –por falta de organización– de lo que él mismo en los últimos tiempos le ha quitado a los dos grupos políticos mayoritarios. No se conforma con la responsabilidad profiláctica de haber alterado la rutina y las costumbres de los partidos, ni de haber abierto una compuerta a un pensamiento diferente. Pero teme que ese caudal no alcance para llenar de agua la piscina con libertarios. O que esta oleada se desplace hacia otros ámbitos, como el de la Bullrich, una socia ideológica. Sería gravoso para ambos que la suma de las partes fuera superior a cualquier otra expresión y, sin embargo, ninguno de los dos clasificara.

Otro miedo intransferible es el de Massa, agobiado por sus números en Economía y la suma de espejismos que su pasión de improvisado berébere descubre en el desierto del FMI. Parece vivir de ilusiones ópticas: en un mes arreglamos, en una semana, en horas, nadie del equipo viaja hasta que no haya acuerdo. Y nada. Una hilera de promesas incumplidas con el organismo con alza del tipo de cambio, inflación y un conflicto personal más arduo: el método para venderle al cristinismo la conveniencia de suscribir un entendimiento con el Fondo. Duda absurda, ficticia: el clan oficialista se traga el sapo sin sentirle el gusto, como afirmaba el general, también un surubí o un tiburón blanco mientras le permitan colgarse del Estado y de su generoso pago. Nadie conoce una renuncia por discrepancia ideológica, solo rostros desairados y agrios cuando van a cobrar la mensualidad. Más preocupado debería sentirse por inflar al presidente Alberto Fernández en cuanta inauguración se le ocurre, estreno de obras y construcciones, olvidando que por alguna razón el mandatario debió correrse de una posible reelección. A ver si hace campaña a favor de Alberto cuando su único deseo es comerse un Grabois, delegado de una empresa que no fue como La Cámpora.