En el mundo que describe Kicillof, él y su espacio serían los encargados de decir la verdad, y los enemigos de decir las mentiras. Ese esquema representa una muy beneficiosa reducción de complejidad ya que permite a sus seguidores construir un mundo sencillo y fácil de digerir en el que los detalles personales, las trayectorias, inconsistencias y errores quedan alejados de la evaluación cada vez que su público los escucha hablar. Así, la política propone a sus seguidores dejar algo siempre fuera de foco y resumir todo en simples esquemas.
En realidad, no hay interacción social ni nada que ocurra en la sociedad que no se base en siempre dejar algo sin ser observado y marcado. Se puede pensar en la simultaneidad del mundo, con millones de interacciones en cada presente, para darse cuenta de que a esa totalidad nadie la puede realmente observar de forma completa.
Solo una mínima partícula de todo eso que ocurre puede ser puesto en consideración cada vez que tenemos que hacer algo nuevo, y la política no es en esto una excepción. Ella tampoco puede dar cuenta de la totalidad de procesos que ocurren en su entorno, de modo que para procesar su entendimiento necesita hacer una reducción explicativa de “buenos” o “malos”, o de “verdad” versus “mentira”.
La política juega a ser una suerte de descriptora de los lazos que unirían a ese mundo inabarcable. Cristina y sus detractores creen descubrirse mutuamente en cada imaginación posible de todo lo que pasa en el universo. Creen verse en las noticias, en fallos judiciales, en obras de arte, decisiones de gobierno o en descubrimientos científicos, porque en ese universo cada enemigo sería el impulsor y arquitecto de todas sus condenas. Pero estas son solo ilusiones explicativas basadas en esquemas propios de la misma política, por lo que la pregunta sociológica no es qué es lo que observa la política del mundo, sino cómo observa al mundo la política; y en eso el esquema gobierno/oposición se encuentra en cada paso que ella misma da.
La consideración de estos condicionamientos operativos son fundamentales, ya que permiten poner en contexto la enorme discusión que la batalla de datos ha originado en torno a las decisiones de confinamiento. Mientras la ciencia usará los datos para construir sus cadenas comunicacionales sobre la base de métodos que determinarían en un punto exacto una verdad (por ejemplo, la publicación en la ahora famosa The Lancet), la política usará los mismos datos para seleccionar de aquellos solo lo que servirá para tomar decisiones. El paso siguiente de la ciencia será tomar a esa verdad para una nueva línea de investigación; para la política se ofrecerá como un debate político entre gobierno y oposición en relación a la correcta o incorrecta decisión de gobierno.
Estos diferentes destinos de secuencias expresan ejemplos de modos diferenciados en que se generan procesos de reducción de complejidad. Ni la ciencia ni la política pueden verlo todo, sino solo observar lo que sus propios esquemas les permiten. Deben seleccionar qué de todo será utilizado para que los científicos hablen entre sí y puedan generar cadenas comunicacionales o de lo que el sistema político ofrecerá como sus propias secuencias de comunicación. Aunque se intente lo contrario, la política transformará todo dato disponible a favor o en contra de sus respectivos rivales, permitiendo más que la aclaración de un dato determinante, la necesidad de un dato agregado para fortalecer o revertir el estado dado de cualquier batalla en cualquier nuevo presente.
Los datos hacen también a las identidades sin necesariamente importar o conocer la naturaleza del dato ni sus condiciones de surgimiento. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires intenta posicionarse como una gestión que basaría cada uno de sus pasos sobre la condición presente de evidencia que su recolección de información le permitiría, conectando con un público que no requiere de conocimientos de estadística ni de tecnología para confiar en esa oferta de perfil. En el kirchnerismo, en cambio, la fuente de evidencia se basaría en la total y absoluta sabiduría de Cristina Kirchner en relación a los subterráneos de la realidad, en cuya aparente verdad confían sus seguidores y seguidoras. Aunque las fuentes son diversas, las conexiones de identidad con públicos tan extensos no pueden más que sostenerse sobre otras tantas reducciones de complejidad de esos mismos públicos hacia quienes deciden o no votar.
De cualquier manera, algo más a favor de Larreta ha sucedido. El gobierno nacional hizo su anuncio sobre la base de comentarios generales en relación a datos que no fueron expuestos ni precisados. Al día siguiente, la respuesta de su rival fue repleta de datos que ponían en cuestión la supuesta información que movilizaba la decisión original del Presidente con el recuerdo y puesta en escena de que los contagios en los colegios no superaba el 1%. A partir de ese momento, los datos debieron aparecer en escena de la mano de Kicillof y luego del mismo Presidente, aunque demorados y tarde. En la batalla política no se debe seguir a los datos, sino si los datos pudieron o no ser evitados. En eso, Alberto no tuvo éxito.
Lo que sigue estando presente es la pregunta sobre la influencia y no sobre la realidad de los datos. Tiene poder quien logra predominar con sus decisiones en las acciones de otros, más allá de si se habla de evidencia o del capital concentrado. Las decisiones del Presidente no fueron acompañadas por quienes tuvieron la posibilidad de elegir seguirlas y el gobierno porteño ha recurrido a la justicia para evitarlas. En medio de tanto rechazo, solo quedó la opción de tratar también de hablar sobre la agenda de perfil de otros, intentando mostrarse de nuevo como un gobierno de aparente ciencia, aunque llegando siempre con demora.
La política se llena en estos días de datos y sus interpretaciones. Mañana será de inflación y sus valores, y en otro mañana será de pobreza o nivel de actividad. Los temas siempre serán lo de menos, porque siempre habrá un nuevo asunto que pueda montarse en la batalla central de unos contra otros. La pista a seguir será siempre sobre quién obliga a quién elegir de qué hablar; y si no lo logra el Gobierno, se podrá señalar que la debilidad está en escena, sin importar nunca la verdad.
*Sociólogo.