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Poder y desobediencia cotidiana

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Pérdida de influencia. El Gobierno enfrenta la segunda ola con menos peso. | NA.

El poder es inseparable del tiempo, como nada lo es, y en política no siempre es comprendido. Esto es bastante evidente en las insistencias en poner el acento, ya de manera insoportable, en los aspectos ideológicos para explicar las operaciones de un gobierno. Con esta deficiencia teórica, se hace simular un relación estática con el tiempo, en tanto ciertas estructuras ideológicas definirían siempre los procesos de decisión dentro de ese sistema, más allá de los diferentes presentes. En todo caso, si un presente expusiera dificultades, sería culpa de enemigos que atentarían desde el mundo exterior, sin que eso colocara en duda la supuesta solidez ideológica y superior de quienes sostienen esas ideas.

Es bastante común que los y las protagonistas de la política usen descripciones ideológicas para comunicarse con sus públicos. Entre los seguidores de Juntos por el Cambio se ha puesto de moda la teoría republicana sin que exista necesidad de citar, o incluso leer, a Benjamin Constant o Alexis de Tocqueville para justificar el por qué de su insistencia en el uso de esos términos, ya que la sola idea abstracta de “república” permite condensar en este tiempo, y para ese colectivo, el modo en que se pueden producir los enlaces comunicacionales cada vez que la oposición tenga que hablar.

La clave de la comunicación no puede definirse por las categorías de clasificación como buena o mala comunicación, sino sobre los modos en que se produce su continuidad y bajo qué condiciones organiza cadenas de acción. Las ideas de republicanismo arrojadas en entrevistas, como las acusaciones de lawfare, son lo que se dice mientras la vida política fluye en su dinámica diaria y esperable de gobierno versus oposición, sin que eso modifique o construya cambios significativos en la dinámica social cotidiana. La sociedad tiene otros recursos más potentes para influir en lo que pasa, mientras la gente habla.

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Cuando se piensa en el tiempo como elemento de análisis, debe considerarse a la secuencia de continuos presentes como un elemento realmente problemático de la reproducción social. En el presente está lo único real que sucede, no hay nada más que lo que ocurre aquí y ahora, y eso obliga a que cada proceso social deba resolver de inmediato el modo en que produce su próximo paso o, mejor dicho, su próxima comunicación. No hay buena o mala comunicación, sino solo la obligación de una comunicación siguiente.

La política, como la economía o el derecho, es un sistema que debe resolver sobre la base de constantes estímulos de qué manera reacciona tomando una nueva decisión siempre en presentes renovados. Esto aplica tanto a una decisión de la Corte Suprema de Justicia, a una noticia sobre escándalo de vacunas, la suba de casos de covid o una declaración del FMI. La obligatoriedad y la presión constantes que estos y otras irritaciones generan, obligan a la celeridad de una comunicación nueva que tendrá más los componentes de la urgencia que los de la ideología, porque las urgencias ocurren ya mismo, mientras las ideas son para la reflexión tranquila de quien puede fantasear con ellas.

El elemento central que produce los enlaces comunicacionales en la política son las decisiones, las cuales además tienen siempre el carácter de vinculantes. Esto permite que el análisis se ubique en el punto exacto en que esas decisiones son o no aceptadas por los públicos, como medida del poder real que un gobierno tiene en un momento exacto. Si las comunicaciones son urgentes, si se basan en la obligatoriedad de responder a una irritación que siempre acaba de ocurrir, la política debe accionar haciendo una cantidad de abstracciones sobre todos los elementos presentes en cada problema, produciendo una brutal reducción de complejidad para darle sentido a una medida que aterriza siempre con un alto nivel de arbitrariedad. Si el público confía en quienes ocupan el cargo de gobierno, toda esa complejidad no es puesta en escena y se acepta la decisión como válida. Justamente, ese es uno de los cambios más escalofriantes con respecto al año anterior, ya que el escenario es de duda generalizada.

Bajo esta perspectiva, el proceso de desconfianza en la propuesta comunicacional del Gobierno no puede ser explicada por ser buena o mala en términos supuestamente técnicos, sino en la licuación de su legitimidad para ser confiable en una secuencia pasada de decisiones de otros presentes que no han hecho otra cosa que quitarle poder a cada orden. Argentina pasó de ser una filmina de potencia mundial a una latente catástrofe.

Cuando comenzaba la pandemia, el modo de explicar esas primeras decisiones, con las cuales sus seguidores se sentían orgullosos, se establecía en términos morales e ideológicos. Este gobierno colocaba, a diferencia del anterior, a la salud sobre la economía y por lo tanto era por aquel entonces un valor ético y romántico el eje de una resolución del Poder Ejecutivo. Pero un año después, el mismo input no produce un output equivalente. La comunicación, aunque intente proponer lo mismo, no produce el mismo resultado en las acciones.

Los desafíos de este año tienen a las elecciones en el horizonte y obligan a replantear las condiciones originales del discurso. Ahora la economía pasaría a ser un valor aprovechable para el Gobierno, ya que algunos indicadores estarían mostrando señales interesantes de reactivación de los cuales el oficialismo podría indicar como resultado de políticas propias, de modo que la decisión de limitar la circulación debió aplazarse hasta que los números de contagio ofrecieron validez externa a lo que ya no se sostiene por dentro del sistema político.

El poder de los gobiernos de ser influyentes se encuentra en cada paso, en cada instancia nueva que requiere que dentro de una complejidad que no puede controlar, se ejecute una decisión que sea aceptada con criterios de validez, ya que su público debe creer que quien decide, conoce los componentes de sus propios condicionantes. Para la política, tener un público desconfiado es hacer del presente una obligación agobiante, ya que no se guarda decisiones nuevas hacia el futuro.

Hace un año se podía esperar hasta la próxima conferencia de prensa. Hoy solo se espera cada día al nuevo récord de contagios, para mirar luego de inmediato a qué nueva decisión podría girar un gobierno que solo ofrece el espectáculo de la cada vez más evidente desobediencia de su público. 

*Sociólogo.