El 27 de enero último, PERFIL publicó una nota de opinión en la que el historiador Esteban Pontoriero se pregunta si el proceso que actualmente atraviesa Venezuela podría derivar en una guerra civil. Recuperando ejemplos históricos como lo ocurrido durante las primeras décadas del siglo XX en Rusia o en España, el autor propone una caracterización de lo que una guerra civil suele implicar y, sobre esa base, afirma que son muy limitadas las chances de que la situación venezolana alcance tan sombrío resultado.
El artículo es valiente pues se juega por pronóstico concreto, lo que no es menor en esta época de opiniones desvaídas y discursos encorsetados dentro de una impostada corrección política. Sin embargo, el modo en el que se utiliza el conocimiento historiográfico para sustentar dicho pronóstico resulta por lo menos discutible.
La historia enseña, pero no se repite
Recurrir a la historia supone un ejercicio imprescindible en lo que respecta a la tarea de comprender críticamente nuestra actualidad. Sin embargo, dicho recurso debe hacerse tomando ciertos recaudos: la reconstrucción del pasado puede ofrecernos un retrato en el cual rastrear familiaridades, parecidos y similitudes, pero dicho retrato nunca podrá cumplir la función de un espejo.
La consabida sentencia de Marx, "la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa", se contradice a sí misma: sólo hay repetición cuando reaparece lo mismo, y entre lo trágico y lo farsesco no puede establecerse esa equivalencia.
Considérese que, tomada en su literalidad más estricta, la consabida sentencia con la que Marx inicia el 18 Brumario, “la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa”, se contradice a sí misma: sólo hay repetición cuando reaparece lo mismo, y entre lo trágico y lo farsesco no puede establecerse esa equivalencia. Hay circunstancias que pueden parecer reiteraciones ante los ojos del espectador apresurado, pero basta observar con cuidado para constatar que nada se repite nunca porque el flujo del tiempo vuelve imposible que un cierto entramado social, económico y cultural pueda desaparecer y luego retornar produciendo idénticos resultados. De allí que aquella frase con la que Marx da comienzo a su célebre texto pueda comprenderse como un desafío o una provocación, más no deba utilizarse como un criterio analítico.
Desde esta perspectiva, resulta conveniente no ignorar las complejidades que implica proponer una definición de “guerra civil” a partir del rastreo de rasgos comunes que pudieran haber mostrado conflictos armados –acontecidos en épocas y geografías diferentes, atravesados por intencionalidades muy diversas–. ¿Pueden tomarse como equivalentes los roles cumplidos por los ejércitos monárquicos de la Inglaterra del siglo XVII y las fuerzas del bando nacionalista que combatieron en España en la década de 1930? ¿De qué modo resultan equiparables los sans-culotte que tomaron la Bastilla parisina en 1789 con los Soviet que actuaron en Petrogrado durante 1917? ¿Qué papel jugaron en cada uno de esos conflictos las cuestiones étnicas, los intereses económicos, las querellas religiosas, las alianzas regionales? No se trata de impugnaciones disfrazadas de preguntas. Son interrogantes que el pensamiento crítico no debe pasar por alto a la hora de echar mano a la historia.
El caso de Venezuela
¿Qué características pueden tener en común aquellas referencias históricas con lo que acontece ya entrado el siglo XXI en un país latinoamericano como Venezuela? Cierto es que la población venezolana parece estar polarizada hasta el punto de constituir un antagonismo irreconciliable y que tanto el gobierno como la oposición buscan sustentar su legitimidad forzando dinámicas institucionales, tal como aconteciera en muchos de los ejemplos que pueden recuperarse del pasado. Pero no es menos cierto que el papel que cumplen las redes sociales dentro de este conflicto marca una diferencia cualitativa pues excede por mucho la función que desempeñaron en otras épocas los medios de comunicación tradicionales. Al mismo tiempo, los inocultables intereses que los grandes poderes económicos tejen en torno al control de los recursos naturales venezolanos convierten a la influencia de potencias extranjeras en un factor determinante. Y visto desde una perspectiva regional, tampoco puede obviarse el cambio de signo político que han experimentado casi todos los países de la región desde 2015, fenómeno que, entre otras cosas, ha revertido los incipientes procesos de integración regional gestados durante la década anterior.
El papel que cumplen las redes sociales en el conflicto venezolano excede por mucho la función que desempeñaron en otras épocas los medios de comunicación tradicionales.
Quizás varias de estas características puedan encontrarse en otros momentos históricos, pero es imposible que puedan haberse dado todas de manera conjunta. Analizar las posibilidades de que la situación de Venezuela escale hasta convertirse en una guerra civil a partir de la comparación con otros conflictos acontecidos en otras latitudes y en otras épocas supone un ejercicio cuyo resultado puede producir más confusión que esclarecimiento. De allí que resulte conveniente recordar que Latinoamérica tiene una rica tradición en lo que respecta a desafiar las categorías analíticas forjadas por las teorizaciones noratlánticas.
El desafío: pensar la novedad.
Dar cuenta de la situación venezolana exclusivamente a partir del rastreo de similitudes y diferencias entre el pasado y el presente termina obturando la posibilidad de pensar lo que en ella pudiera haber de novedoso. Esto no significa desatender lo que la historia enseña ni dejar de lado las narraciones que configuran la memoria de los pueblos. La historia puede mostrarnos muchos de los fundamentos de la identidad de nuestro presente. Pero comprender la actualidad requiere de un esfuerzo distinto y de un ejercicio que, en muchos sentidos, puede llegar a resultar más incómodo. En ese sentido, no podemos dejar exclusivamente en manos de la historiografía la delicada tarea de comprender aquello que hoy está sucediendo.
*Profesor de Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales.