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Verdad y mentira

Para Arendt no hay verdad en la historia, sino un trabajo documentado, que coloca los hechos en un contexto.

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Qué bueno que en Brasil Bolsonaro le dio al juez Moro –el que metió en cana a Lula sin tener una sola prueba en firme– un megaministerio de Justicia y no sé qué más. Brasil es un país serio. En cambio en Argentina, según dos fuentes bien informadas a las que pude acceder, Bonadio solo habría recibido un carnet de Empleado del Mes firmado por Macri, Peña, Duran Barba y todo el equipo de comunicación del Gobierno, más una suscripción gratis por un año al Olé de los lunes, obsequio de Magnetto. ¡Qué injusta es la Justicia!

Hablando de Bolsonaro, no sé por qué (o mejor dicho sí sé por qué) pensé en Robert Faurisson, recientemente muerto en la ciudad de Vichy (ironías de la historia, o no tanto), muerte que la mayoría de los diarios argentinos (salvo Infobae) evidentemente evaluaron que no era noticia, porque nadie publicó nada. Faurisson fue el mayor ideólogo del negacionismo francés  (del “negacionismo a la francesa”, según aclara Le Monde en su necrológica), es decir, de la corriente historiográfica –por llamarla de algún modo– que niega la existencia de las cámaras de gas y minimiza la propia existencia del Holocausto judío durante el nazismo. No sé a qué se refiere Le Monde con “negacionismo a la francesa”, pero fue el propio Le Monde, en diciembre de 1978, el medio que aceptó publicar un largo artículo de Faurisson llamado “El problema de las cámaras de gas o el rumor de Auschwitz”, en el que precisamente negaba la existencia de las cámaras de gas, y que lo lanzó rápidamente a la fama. Faurisson publicó varios libros, entre ellos Mémoire en défense. Contre ceux que m’accusent de falsifier l’histoire (“Memoria en defensa. Contra los que me acusan de falsificar la historia”), de 1980, prologado por Noam Chomsky, cuando ya no cabían dudas del antisemitismo del autor. Unos años después, el historiador Henry Rousso acuñó el concepto de “negacionismo”, que se usa hasta la actualidad. Entre tanto, Faurisson fue invitado con honores al Irán del presidente Ahmadineyad.

Mucho antes, Hannah Arendt había publicado un ensayo clave, llamado “Verdad y política”, que bien puede leerse como una respuesta anticipada a lo que vendría. Arendt parte de la idea de que la historia es ante todo interpretación, es decir, hechos, pero hechos construidos de tal modo que el relato historiográfico se convierte en una narración que funciona bajo el modo de la hipótesis. No hay verdad en la historia, sino un trabajo específico, riguroso, documentado, que coloca los hechos en un contexto. Escribe Arendt: “Una afirmación fáctica –Alemania invadió Bélgica en agosto de 1914– adquiere implicaciones políticas solamente si es colocada en un contexto interpretativo”. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la historia –un historiador– falsea los hechos? Al falsear los hechos se falsea también el contexto interpretativo. Llegado a ese punto, Arendt encuentra una respuesta de orden moral antes que hermenéutico: el concepto de “verdad de hecho”. “La marca de la verdad de hecho es que su contrario no es ni el error ni la ilusión, ni la opinión (…) sino la falsedad deliberada o la mentira”. En uno de los pasajes tal vez más frankfurtianos de su obra, Arendt se lanza a un análisis de la mentira en la política contemporánea, marcado por “nuestro sistema actual de comunicación a escala planetaria”, que por supuesto es mucho más sutil y eficiente que el torpe Faurisson.

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