COLUMNISTAS
EL KIRCHNERISMO DEBILITADO

Vestidito negro

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Existía, en vida de El Furia, el recurso del discurso. Pero también, por su presencia, algo parecido a la acción de gobierno. Las palabras eran más o menos similares. Pero persistían las garantías de gobernabilidad, así fuera –la gobernabilidad– desastrosa.

La Garganta Irreprochable consigna que El Furia, en un momento de reflexivo relax, dijo: “No se equivoque. Por un lado va el discurso y por otro, la acción del gobierno. Los lados, necesariamente, no se juntan”. El problema, desde la muerte de El Furia, es que ahora se gobierna desde el discurso. Sólo queda el recurso del discurso. Sin la garantía, el respaldo de la acción. El resultado es –si aún no la parálisis total– la inercia de gestión.

El discurso copó, sin ir más lejos, la indolencia plácida de Olivos. Se cortó la cadena del frío con los ministerios. Los ministros, de pronto, se sueltan. Sin jefatura, sin vigilancia estricta ni conducción. Condenados a la más virulenta inutilidad. Se sienten, incluso, con el tiempo sobrante para las proyecciones personales. El festín trivial de las candidaturas. Es el caso, por ejemplo, del buenito de Tomada. Pero expresivamente es el caso de Boudou, que representa el emblema máximo de la desarticulación del Ministerio de Economía. Sin compararlo con la jerarquía del ministerio, en los tiempos hoy vituperados, de Domingo Cavallo. Sin compararlo con la jerarquía que llegó a impulsarle Lavagna. Aquel Cavallo absorbía los actuales ministerios de De Vido, de Giorgi (que aplaude), y de Julián Domínguez. El triste despedazamiento del ministerio le permite a Boudou la frondosidad del tiempo libre para cautivar, con su guitarrita, con su aspecto seductor, a los esquivos porteños. Pero antes, con las precarias anotaciones en su cuadernito de almacenero, El Furia era el verdadero ministro.

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Hoy, en la inercia del naufragio, es la deriva. El kirchnerismo póstumo puede, felizmente, maquillar su oculta debilidad. La situación preelectoral lo beneficia. Las expectativas del clima anticipado de sufragio facilitan la utopía de la simulación.

Puede mantenerse, transitoriamente oculta, la asombrosa incapacidad para la gestión.

Es una suerte, para el kirchnerismo póstumo, que la inercia se dilate. Se extienda como un elástico interminable. Es una suerte que no pase nada indeseablemente malo, gravitantemente catastrófico. Y que las bandas de la oposición carezcan del vocero intelectualmente habilitado para iluminar, a la sociedad, acerca de las abismales carencias. Simuladas. Si continua la gracia de la inercia, si logra mantenerse durante 200 días más, sin novedades considerables -para ningún boletín, puede asegurarse, para infortunio del país, la consolidación de la corona por cuatro años más. O los que dure la insólita fantasía del kirchnerismo póstumo. Del modelo que, ante todo, no existe.

Lo que queda en pie, lo que sostiene al Gobierno, en realidad, es Fuerza Bruta. El sembrado de minas antipersonales del paralizante Frente Encuestológico de la Victoria. Las pedanterías de la Televisión Pública. Las redituables derivaciones del vestidito negro. Los efectos ventajosamente residuales del luto. Con los detalles escenográficos del quiebre, oportunamente conmovedor. Hoy Cristina se encuentra capacitada para pronunciar sólo dos discursos diarios. Preferiblemente, ante los funcionarios entusiasmados. Que compiten, entre sí, en la convicción para aplaudir los dos discursos diarios. Manos con chispas. Para salir en la televisión y tratar –efusivamente– de felicitarla. Es lamentablemente muy poco. Pero, hasta hoy, con la inercia del naufragio, con Fuerza Bruta y el vestidito negro, al kirchnerismo póstumo le alcanza. Total, nada malo tiene que pasar. ¿Y por qué, en definitiva, tendría que pasar algo?


*Extraído de www.jorgeasisdigital.com