Señores pasajeros de este bondi a ninguna parte, buenas tardes. Directamente de la fábrica de relatos argentinos vengo a ofrecerles el de un viaje nocturno a bordo de la línea que hace el recorrido por estos meses que nos esperan hasta fin de año. Sin apuro, en horario, cumpliendo las reglas de tránsito, cabeceando entre sueños breves, te lleva desde la infancia en un barrio hasta el otro adonde algún día nos vamos a mudar para descansar en paz, sin ansias de más. Ahí se termina el paseo. El recurso adolescente de hacerse el dormido para que te lleven gratis a dar otra vuelta por las mismas calles no funciona. El chofer avisa, anuncia, llegamos al final. Grita, sacude, despierta. Aunque tengas saldo a favor en la Sube, te baja.
Estamos en el principio del otoño de un año jodido. Salvo los viernes, la rutina no reconoce el día. El pasaje del eterno retorno es el que se ve. Cuerpos doblegados, cansados, entregados, ¿vencidos?, desplazándose a dedo por la pantalla del celular. Queda un par de asientos libres. La butaca toma la forma del deseo. ¿Qué más pedir a esta hora? Hace bien estar así, quedarse así. Dejarse caer, mirar nada. Relumbran carteles, anuncios, pasan carritos cartoneros, náufragos a la deriva. Algo de uno se imprime también en la ventanilla.
La cara que se refleja en el vidrio sonríe, cómplice, guiña un ojo. Compartimos el colectivo, lo que hay, lo que se puede, lo que dejan. Amigos, amores, fantasías, juegos. Somos campeones del mundo. Me alegra saber que sigue ahí. Que nos encontraremos siempre a la hora del regreso de los restos vivos. El resplandor de las vidrieras recorta sombras de familias que tienden mantas sobre colchones en los umbrales, apoyan bultos contra la pared, vuelven la espalda al fragor, la basura, las sirenas, el olvido, se tumban en el abismo.
Las calles pasan, retroceden, huyen hacia los suburbios. Las farolas dejan ver la garganta del lobo en las esquinas. Se suceden rejas, hierros, flechas, alambres con púas, garitas, persianas bajas. Alertas, vigilantes, los cíclopes detectan movimiento. Emergen bruscamente entre la bruma azul. Iluminan las veredas con su único ojo. Las cámaras atraídas por la luz se orientan, filman, acusan, graban al sospechoso caminante solitario.
Es temporada de caza. En cada parada suben buscas, trapitos, tarjeteros, vendedores de humo. Llaman la atención en alta voz. Sacan del bolso el tónico para el pelo que usa Larreta, la moneda falsa con dos caras de Massa, el espejito que miente en el que se mira Cristina, entradas para asistir a la ejecución de millones de pobres que Duhalde condenó al éxito, pases vip a las cuevas de arbolitos de la calle Florida donde se consiguen los brotes verdes de Macri, invitaciones a las fiestas de la querida Fabiola, dosis de refuerzo gratis para los vacunados por Alberto.
Entrenados, bien comidos, cepillados los colmillos, atildados, aliñados, alineados, los galgos se desesperan en las gateras por salir a toda velocidad detrás de la rata que huye con el bastón de mando. Vienen de posar para selfies en la playa, en el sur, la montaña, de dejarse acariciar, abrazar por los niños. Desgrasados, atléticos, reanimados, enérgicos, optimistas, venden consignas usadas como nuevas. Frases inútiles para llenar la olla vacía de la dama, el bolsillo seco del caballero. Como si fuera poco, ofrecen la ilusión de algo mejor a jóvenes en edad de merecer un futuro.
Ladran el discurso aprendido tal como fue ensayado en las sesiones con los adiestradores. No balbucean, no trastabillan, no dudan. Contestan a todo, dan garantías, citan encuestas, ponen ejemplos, endulzan, dejan chocolates en las rodillas, estampitas pesadas que cargan con la cruz de Carrió, figuritas de Bullrich en uniforme de combate, réplicas del brazo ortopédico de Scioli, el único que no deja huellas cuando roba, garras con las uñas esculpidas de Milei pintadas de rosa.
Una pena tener que devolver el paquete, la oferta, decir no, gracias. ¿A quién le sobra, quién anda hoy con sentimientos en efectivo? Mañana, tal vez, quede algo de esperanza para dar. Es largo el viaje, falta mucho. No te duermas.
Hay que bajar una antes del cementerio.
*Periodista.