Gane o pierda, la gran sorpresa de las elecciones colombianas es Rodolfo Hernández. Investigaciones que tratan de comprender su ascenso meteórico encuentran que sus electores lo consideran un anciano raro que les hace gracia. Moderamos el calificativo por respeto.
Afirman esto los votantes de la democracia más antigua de América, gobernada desde hace 150 años por dos partidos sólidos: el conservador y el liberal, no aptos para la levedad de la sociedad líquida.
Ya antes de la hecatombe de la vieja política, la gente había votado por candidatos exóticos. En 2010, el payaso Tiririca obtuvo la mayor votación de la historia de Brasil para diputado federal, divirtiendo a los votantes. Lo eligieron porque era payaso. A diferencia del brasileño, Rodolfo no es agradable ni simpático, sino un anciano irascible, cascarrabias, pero hilarante. Como alcalde de Bucaramanga, fue suspendido por agredir a coscorrones a quienes discrepaban con él en el Consejo.
Es candidato del Movimiento de Gobernantes Anticorrupción a pesar de que es el único candidato enjuiciado por corrupción. Como alcalde, convocó a una licitación para asignar el uso de la basura de la ciudad. Compitieron 14 empresas, fueron descalificadas todas, excepto la representada por su hijo. Hernández no lo niega, y dice que “firmó el papel en el que designaban representante porque es muy bruto”, y acusa a la prensa de inmoral porque publicó lo que pasó.
Tiene un plan económico que le ha dado votos, aunque no parece muy sofisticado. Piensa vender los 37 coches, y los seis aviones de la presidencia, y despedir a 17 chefs. Con eso se solucionarán todos los problemas económicos del país. No se necesitan más medidas.
Piensa que hay que vivir “en la justa medianía”. Donará su salario, no usará la residencia oficial, vivirá en un departamento que tiene en Bogotá. Habló ya con sus vecinos para que no se molesten por los tumultos que puedan producirse. No tendrá escoltas, simplemente habrá unos pocos policías para que reciban las demandas de los manifestantes.
Como lo hicieron Boric, Castillo y Lasso, rechaza el apoyo de políticos conocidos. Evita exhibirse con ex presidentes de la nación, del Congreso, gobernadores o personajes relevantes. Cuando Ingrid Betancourt lo llamó para apoyarlo, le dijo que no, gracias, será totalmente independiente hasta el fin.
No tiene el respaldo de ningún partido o movimiento político. Según él, las coaliciones solo sirven para repartir lo que van a robar sus integrantes. Habla mal de todos los líderes, de los medios y de las instituciones académicas.
Esta semana se celebró el debate presidencial. Muy bueno para el círculo rojo, porque los candidatos colombianos son preparados. Hablaron en arameo para la gente común. Petro hizo un ataque teórico sofisticado demostrando que Iván Duque se parece a Maduro por el papel que tiene el petróleo en su matriz productiva. Debe ser importante, pero no conmueve a ciudadanos sencillos como el autor de esta columna.
Hernández ganó porque no asistió, alegando que no pierde el tiempo en idioteces. Ha dado entrevistas vestido de pijama, habla de cosas concretas, simples. En plena campaña, se fue del país un mes y medio para pasear, demostrando que comparte el poco interés que siente la mayoría por la política.
Su comportamiento enojaría a mi abuelita y a cualquier analista con formación tradicional. Por eso tiene posibilidades de ser el próximo presidente colombiano: es distinto de los políticos del pasado. Aunque acaba de aparecer, es probable que Hernández pase a la segunda vuelta y, si lo logra, que gane la presidencia.
En todos nuestros países hay espacio para líderes que rompan los viejos moldes
Los seres humanos sentimos una simpatía atávica con los que vienen de abajo y pueden ganar, como ocurría hace miles de años, cuando nos perseguían los depredadores y lográbamos superarlos corriendo. No hay emoción cuando gana las carreras un coche o un caballo que se iniciaron primeros. El entusiasmo estalla si el que arrancó último rebasa a los otros y vence. Nos identificamos con el rezagado que logró escapar del león que lo pudo comer.
Catedrales de la vieja política. Después de México, Colombia es el segundo país hispanoparlante con mayor cantidad de población del mundo, seguido de España y Argentina. La sofisticación de su clase política es muy alta. Casi todos los ex presidentes, candidatos presidenciales y políticos de alto nivel hablan por lo menos dos idiomas. La mayoría ha estudiado posgrados en universidades importantes del mundo y algunos enseñan en ellas.
Sin embargo, el debate político es anticuado, intrascendente, aburrido. Se hace desde la perspectiva de la ciencia política tradicional, la palabra, los programas, las ideologías y otros temas que no impactan en los actuales votantes. En eso se parece a Chile, otro país en el que existieron partidos estables, ideológicos, que gobernaron por largos períodos con una política vertical.
Colombia es la democracia más antigua del continente, con dos partidos que se han sucedido en el poder por más de cien años. Ha sido un modelo de separación de poderes y de institucionalidad republicana.
Hace meses nos reunimos con políticos que entendían mejor la perspectiva pragmática de la gerencia política norteamericana. Analizando el resultado de algunas investigaciones, les dijimos que podían ganar las elecciones si usaban las herramientas modernas, poco usuales en su país.
Afirmaron que Colombia es una democracia seria, con instituciones sólidas, ideologías definidas, partidos habituados a gobernar durante décadas, distinta de países en los que los militares y los populistas han acabado con la institucionalidad. En general, las élites no creían que estamos en un tiempo en que todo puede cambiar en semanas.
Parecía inevitable que la segunda vuelta fuera entre Gustavo Petro, candidato de izquierda con gran trayectoria, que va por su cuarta candidatura presidencial, y Sergio Fajardo, candidato de la coalición de centro, que aparecía claramente segundo en las encuestas.
Quizá podía llegar a la segunda vuelta el candidato de la derecha. La ley colombiana obliga a que se formen grandes coaliciones para que no asomen personajes de fuera del sistema.
Argumentamos que esos conceptos se desmoronaron en la sociedad de la tercera revolución industrial.
Después de la pandemia no se dio el esperado enfrentamiento de las dos coaliciones chilenas que gobernaron su país desde la vuelta a la democracia, que quedaron cuarta y quinta, detrás de tres líderes emergentes. En Perú ganó las elecciones Castillo, de quien ni siquiera se hablaba tres meses antes de las elecciones.
En Ecuador rompió todos los pronósticos Guillermo Lasso con una estrategia disruptiva. Nos parecía que había un enorme espacio para que alguien nuevo ganara la presidencia colombiana.
Es un país gobernado hace 150 años por dos partidos que se vienen alternando
Los estudios demostraban que la gente estaba cansada de la hegemonía de los dos partidos tradicionales.
También que Petro, con su larga trayectoria, no transmitía novedad, y sin eso no se pueden ganar las elecciones en la sociedad pospandemia. Sus negativos eran más altos que sus positivos, era posible ganarle con una estrategia profesional.
Fajardo, que en su momento fue un líder disruptivo de la mano de Antanas Mockus, también había envejecido. No es fácil ser nuevo con una trayectoria tan larga como la suya.
El candidato de la derecha tenía varios problemas, entre los que estaba la imagen del gobierno, eficiente en muchas cosas, pero sin estrategia de comunicación. Duque es uno de los mandatarios más preparados del continente, el crecimiento de Colombia en su período fue importante, pero las frías cifras no tienen que ver con las percepciones sentimentales que mueven a los votantes. En algunos aspectos su discurso es anticuado.
Hablar del castrochavismo es inútil en países en los que solo una minoría se interesa por la política y la polémica sobre la izquierda y la derecha solo interesa a votantes fanatizados. La gran mayoría no era consciente de cuándo acabó la Guerra Fría, hace más de treinta años.
En todos nuestros países hay espacio para líderes que rompan los viejos moldes y Colombia no es la excepción. Viendo lo ocurrido, estamos seguros de que el candidato con el que hablamos, joven, inteligente, preparado, poco conocido, sin aparato partidario, pudo ganar la presidencia.
Este domingo se presentan en las elecciones tres coaliciones de partidos, con ideologías y programas definidos, que según los teóricos pueden ayudar para que los votantes analicen sus propuestas y escojan racionalmente.
Encabeza las encuestas, desde hace meses, Gustavo Petro, del Pacto Histórico, de izquierda, con cifras entre el 40% y el 48%. Petro está sentado en un techo que es al mismo tiempo su piso. No logró introducir un elemento de novedad que atraiga a los nuevos electores.
Sergio Fajardo, de la Coalición Centro Esperanza, parecía el seguro competidor en segunda vuelta, pero también perdió vitalidad, novedad. Aparece de lejos, cuarto en las encuestas.
El candidato conservador se retiró de la contienda. Federico “Fico” Gutiérrez, del Equipo por Colombia, apareció hace pocas semanas como el outsider que subía vertiginosamente, hasta que aceptó el apoyo de líderes y grupos políticos anticuados. Su respaldo detuvo su ascenso y lo deterioró. Todavía podría pasar a la segunda vuelta, pero le será difícil ganar si no se separa del pasado y proyecta la imagen de un líder que está en el futuro. Se puede, pero no es fácil.
Según la evolución de los números, lo más probable es que ocupe el segundo lugar Rodolfo Hernández, de quien hablamos al principio de este artículo. Es distinto. Viene de tener cifras muy modestas. Puede ganar.
En mucho el resultado de la segunda vuelta se juega esta noche.
Dependerá de cómo se comporten los finalistas en los medios. Sobre ese tema hay una bibliografía que manejamos los consultores profesionales, desconocida para los cientistas políticos. Las candidaturas finalistas colombianas no cuentan con expertos en el tema, dejarán pasar la oportunidad.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.