En La política en el siglo XXI, arte mito o ciencia planteamos que para analizar objetivamente la política es indispensable utilizar el método científico. Desarrollamos con más profundidad el tema en el nuevo libro que lanzamos en estos días, La nueva sociedad. Poder femenino, electores impredecibles y revolución tecnológica. De la transformación al caos.
La mayoría de los políticos y analistas se extravía entre mitos que los alejan de los problemas concretos de la gente que, con la tercera revolución industrial, se acostumbró a usar ordenadores, navega y vive un mundo con verdades efímeras que se convierten en estadísticas.
La creencia en la eternidad del caudillo o del ideario del partido, frecuente durante el siglo pasado, resulta cómica cuando nos informamos sobre la dimensión del tiempo y del espacio del universo con los descubrimientos del telescopio Web o del Hubble. Las miserias de algunos políticos resultan demasiado insignificantes cuando se percibe la dimensión de la realidad.
Muchos partidos latinoamericanos desaparecieron en las dos últimas décadas gracias al avance de la tecnología. No hay ningún dato confiable que permita pensar que nuestros líderes y folletos puedan durar los 16.700 millones de años de vida que le quedan al universo.
Las ideas anticuadas separan a las élites de la mayoría de los seres humanos que viven conectados con la red, se acostumbraron a contrastar sus verdades con números y habitan un mundo líquido sin certezas definitivas.
Las ciencias del comportamiento humano demuestran que actuamos y nos comunicamos usando herramientas que ponen de lado la razón. Caducaron en la política las ideas surgidas al calor de la Guerra Fría y la teoría del rational choice, que postulaban que los seres humanos actuamos movidos por argumentos racionales.
Nos relacionamos con los objetos y con los otros seres humanos a través de sensaciones y percepciones subjetivas que muchas veces no se compadecen con lo que ocurre. Votamos en las elecciones y botamos a los gobiernos por lo que sentimos, no por lo que dicen las estadísticas.
Muchos partidos de América Latina ha desaparecido en las últimas décadas
Elecciones. Participé de un rico foro organizado en La Pizarra por Alfredo Serrano sobre las próximas elecciones colombianas, al que asistieron personalidades y activistas políticos. Se analizaron encuestas y estudios acerca de la situación electoral y se intercambiaron opiniones diversas. Siempre se aprende conversando con quienes piensan distinto.
Varios asistentes estaban entusiasmados con la eventual llegada de la izquierda al poder, encabezada por Gustavo Petro. He visto otros foros en los que tratan de detenerlo acusándolo de ser comunista, marioneta de Cuba y de Maduro.
Se repite una constante del continente: el debate de los políticos y de la prensa es ideológico, no llega a la mayoría de los colombianos, que está en otra realidad, pero tendrá que escoger entre dos candidatos que discuten el pasado. Recordemos que el 40% de los votantes tiene menos de 35 años, ni siquiera había nacido cuando terminó la Guerra Fría.
La Celag, dirigida por Serrano, preguntó en una encuesta acerca de cuál es el principal problema económico del país. El 63% dijo el empleo, el 7% los precios de los productos, el 4% las pensiones, el 3% la falta de inversiones.
Cuando consultó acerca del principal problema estructural del país, apareció la corrupción con 45%, pobreza y hambre 28%, delincuencia 11%, clase política 9%, narcotráfico 6%. Estos temas tuvieron un lugar secundario en el discurso de los candidatos, que se dedicaron a hablar de política.
En una encuesta que nosotros aplicamos hace poco encontramos que solo un 11% de colombianos se interesa mucho por la política, un 25% algo, 39% poco. No se interesa en absoluto el 26%. Cuando cruzamos estas actitudes con la simulación electoral, la gran mayoría de los interesados en la política ha decidido cómo votar. Una campaña bien diseñada debería dirigirse al 55% poco o nada interesado en la política, que es en donde están los indecisos. ¿Los candidatos lograrán esos votos discutiendo política?
Las definiciones ideológicas tampoco importan a la gente común. Se considera de izquierda el 7% de colombianos, de derecha el 13%, no tiene definición ideológica el 74%. Cree que sería bueno para Colombia que el próximo presidente sea de izquierda el 21%, malo el 26%. La discusión entre los candidatos acerca de cuál es más de izquierda o de derecha apasiona a los militantes y no interesa a los votantes que se podrían mover.
El 61% cree que para que Colombia progrese hay que cambiar todo radicalmente. El dato puede entusiasmar a los militantes de la izquierda tradicional suponiendo que es una crítica al neoliberalismo, pero ese todo también los comprende a ellos. La gente quiere un cambio que no sea un retroceso hacia los enfrentamientos del siglo pasado.
A participar de los estudios cualitativos se invita a personas sin militancia política. Nos interesa saber lo que sienten quienes pueden cambiar de opinión. La mayoría está preocupada por la economía, pero no la macro, que no interesa a nadie, sino por su metro cuadrado en el que falta plata. Temen que crezca el desempleo, se quejan de que los impuestos están altos. En la encuesta el 77% quiere un presidente que baje los impuestos, y solo el 16% otro que los suba para ayudar a los que más necesitan.
La mayoría de los jóvenes quiere irse del país porque cree que en Colombia no tendrá un futuro como en el extranjero. En todos nuestros países cunde la idea de que es mejor irse. Cuando hace cuarenta años preguntamos, en varios de ellos, adónde, siempre hubo entre un 10% y un 15% que quería emigrar a Cuba. Ese porcentaje desapareció. Casi todos quieren irse a Estados Unidos, unos pocos a Europa. Los indecisos no son anticapitalistas.
Las emociones más frecuentes que se encuentran en los estudios cualitativos son impotencia, tristeza, la idea de que Colombia no tiene remedio, incertidumbre, miedo al futuro.
Los jóvenes dicen que las discusiones sobre los partidos políticos son para abuelos que no saben usar YouTube. La mayoría cree, equivocadamente, que gobiernan los mismos de siempre, que todos los partidos han estado en el poder y no hicieron nada. Algunos quisieran salir a protestar y lo más probable es que lo hagan, gane quien gane las elecciones, como ocurre con Boric en Chile, aunque quiso acoger a todos los grupos que cuestionaban a la sociedad tradicional.
La mayoría de los jóvenes quiere irse del país, en busca de un futuro mejor afuera
Antiguos. En todo el mundo se han incrementado los levantamientos propios de la sociedad de la internet, que canalizan mosaicos de insatisfacciones sin coherencia. Es interesante revisar el estudio realizado por la Friedrich-Ebert-Stiftung y académicos de la Universidad de Columbia titulado “World Protests: a Study of Key Protest Issues in the 21st Century”, que analiza las protestas en el mundo desde 2006 hasta 2020. La investigación encuentra que los levantamientos se han triplicado y tienen como base un reclamo intenso y heterogéneo de cambio que está más allá de las antiguas ideologías. En Colombia, como en el resto de los países latinoamericanos, se generalizó el rechazo a las viejas formas y contenidos de la política. Parecerse, juntarse, asimilarse a muchos políticos antiguos es malo para darse a conocer, para ganar las elecciones y para mantener la imagen de un gobierno y lograr gobernabilidad a través del diálogo con la gente común. Importa menos la mayoría en el Congreso que el estallido de movilizaciones como las que conmovieron a Chile, Colombia y Ecuador.
Las polémicas personalistas tampoco tienen mucho espacio: la figura del ex presidente Álvaro Uribe ha copado la política colombiana durante años, pero se considera uribista solo el 13%, antiuribista el 22%, no se interesa por esa definición el 63%. Es falso que las elecciones se definen por simpatías o antipatías ideológicas encarnadas en dirigentes.
Esa fue la lógica inicial de la campaña chilena, que parecía que se decidiría entre las dos alianzas que gobernaron el país desde la vuelta a la democracia: la derecha y la Concertación. Salieron cuarta y quinta, detrás de Boric, Kast y Parisi, que superaban la tradicional contradicción.
Las élites colombianas y chilenas son de alta calidad intelectual. En otros países, con círculos rojos mediocres, la política se mueve por los complejos y antipatías de personas que creen que el principal problema de la tercera revolución industrial es perseguir a alguien que les cae mal.
Encuestas. Colombia es el segundo país de habla hispana más grande del mundo y la democracia más antigua después de la norteamericana. He podido tratar personalmente con ex presidentes y políticos del más alto nivel, todos con un grado de formación que llama la atención.
En los estudios, encabeza los resultados Gustavo Petro, con cifras que van del 45% al 48%, seguido por Federico “Fico” Suárez, con alrededor del 25%.
Hace algunos meses parecía que irían a la segunda vuelta Petro, ex alcalde de Bogotá, y Sergio Fajardo, ex alcalde de Medellín, pero este último perdió terreno frente a Fico, que inicialmente apareció como nuevo, más allá de los partidos y las ideologías.
Llegaron en auxilio de Petro algunos candidatos de derecha que renunciaron en favor de Fico, ex presidentes, políticos notables, personalidades del pasado que lo impregnaron de olor a naftalina. Como están las cosas, ni siquiera es seguro que quede segundo.
Está tercero Rodolfo Hernández, de 77 años, de la Liga de Gobernantes en Contra de la Corrupción, partido que tiene un nombre con elementos que ahuyentan a los electores. Hernández puede aprovechar su imagen de distinto. Su edad no es una valla imposible de superar. Ser viejo no solo tiene que ver con la edad, Juan José Sebreli y Bernie Sanders son mayores y tienen un pensamiento joven y fresco.
Es poco probable que Petro gane en una sola vuelta, como querrían sus partidarios. En una segunda vuelta Suárez tiene en su contra el apoyo de los antiguos. Si pasa Hernández, sería más peligroso para Petro si es que logra no contaminarse con el apoyo de los políticos.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.