COLUMNISTAS
REALIDAD PENDULAR

Volatilidad y dificultad

El país pasó rapidamente del proyecto K a la aceptación amplia del nuevo gobierno. Desafíos locales y globales.

DIBUJO: PABLO TEMES
EFECTOS DE LA INTEMPERIE, Milagro Sala. |

Hay algo de sorprendente en la magnitud de la aceptación del nuevo gobierno por parte de la sociedad argentina. El voto no lo anticipó ni se reflejó en otros indicios, ni siquiera en las encuestas de opinión preelectorales, en las que Cristina terminó su mandato con buena imagen. ¿Adónde quedó la ilusión con el proyecto K, con aquel eje discursivo de Cristina repetido hasta el cansancio durante años? Ese apoyo que recibía la ex presidenta, ahora reducido a algunos grupos desarticulados que afloran aquí y allá, ¿era sólo una ficción? ¿Qué había detrás de él, adónde está esa sustancia kirchnerista que parece haber desaparecido?
Esta sociedad notablemente volátil parece hoy haber aceptado de pronto que hay otro destino posible: el de un país normal, realmente normal, parecido a la mayor parte de los países del mundo que constituyen referencias para los argentinos. Volvemos a imaginarnos más cerca de Europa, de Estados Unidos, de la mayor parte de los países de América Latina, no de Cuba, o de Venezuela. La sociedad ha renovado un crédito a esta clase empresarial que ha reemplazado la fantasía de la ficción igualitarista por una expectativa de aproximación al mundo normal, y a un presidente tranquilo que se siente cómodo con este mundo tal como es, que practica técnicas para relajarse y habla en inglés con los dirigentes del planeta, que parece saber adónde quiere ir y adónde nos lleva su gobierno, que no pelea todos los días con los enemigos del país y con los personeros de la antipatria. Cada tantos años, esta Argentina reaparece en la escena, para pronto volver a esconderse detrás de la otra Argentina demandante, conflictiva, exaltada y necesitada de líderes, que tan bien conocemos.

En el mundo, más allá de nuestras fronteras, el Gobierno encuentra igualmente una acogida expectante. Con excepción del caso de Venezuela, no hay en la región expresiones hostiles al nuevo gobierno argentino. En Davos, según lo expresa un comentarista internacional calificado, “el presidente argentino fue muy bien recibido y logró una audiencia calificada en mayor medida que otros dirigentes políticos allí presentes”. La Argentina recibe estos días muestras de buena voluntad de parte de otros gobiernos para discutir asuntos complicados pendientes y recoge expectativas favorables y buena disposición.
Al mismo tiempo, la agenda vigente es muy compleja. El mundo se enfrenta a desafíos mayúsculos para los cuales no existen consensos preelaborados ni ideas bien decantadas. Las perspectivas del desarrollo económico, del nivel de empleo y de la distribución del ingreso, el calentamiento global y los desafíos de la sustentabilidad del planeta, el problema de las migraciones masivas que están superando todas las previsiones en muchas naciones del Hemisferio Norte y del Este de Asia, delinean un cuadro preocupante para el planeta entero. Sobre estos grandes problemas, sin ideas globales para encontrar las respuestas a la medida de ellos, se despliega el mapa de las realidades geopolíticas actuales, también desbordando las ideas ya conocidas. Es un mundo difícil. La Argentina no es ni más ni menos que una parte de él.

Complicaciones. Dentro de nuestro país, la situación a la que debe hacer frente el nuevo gobierno del presidente Macri no es menos complicada. El Gobierno enfrenta el reclamo presupuestario de las provincias; la coparticipación –cuya reglamentación es una vieja asignatura pendiente– está en el tope de las demandas de las provincias al gobierno central. Este hoy no da indicios de tener una postura unificada dentro del gabinete. El estilo de interacción horizontal entre los ministros y altos funcionarios, que parece ser característico de esta gestión, diluye las estrategias de los gobiernos locales; pero también puede ser una fuente de debilidad del mismo gobierno nacional. La inflación no cede; el mercado de trabajo, algo encogido de por sí, se ve desafiado por las cesantías de muchas personas que engrosaron sin justificación las plantas de empleados públicos. Esos temas –inflación y nivel de empleo– encabezan, junto con la seguridad, las preocupaciones dominantes en la opinión pública. Son frentes en los que no se avizoran cambios de corto plazo en el cuadro de situación actual.
Los grupos organizados con buena gimnasia en el ejercicio de la protesta callejera reaparecen a diario. La sociedad en general parece ignorarlos. Pero si los problemas no se resuelven, tarde o temprano esas semillas pueden llegar a fructificar; la prudencia política aconseja no echar leña al fuego, como en el caso de Milagro Sala, que estos días domina la escena.

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El gobierno de Macri ha abierto además otros frentes de tensiones con la oposición. Anteponiendo el objetivo de asegurar la capacidad de tomar decisiones y gobernar efectivamente, el Gobierno parece colocar la prolijidad institucional en un plano menos prioritario. Las quejas del kirchnerismo al respecto no tienen mayor credibilidad a los ojos de gran parte de la población, pero el hecho es que a los reclamos se suman otros sectores políticos a los que el Gobierno necesita para poder gobernar, como el Frente Renovador, más algunos sectores del peronismo que dieron señales inequívocas de una disposición a entenderse con el gobierno nacional por las buenas.
Todas estas dudas se reflejan a diario en los medios de prensa y alimentan la conversación cotidiana en la calle. Y sostienen la incertidumbre actual sobre el estado de la opinión pública. Una posibilidad es que el gobierno de Macri continúe respaldado por una gran parte de la ciudadanía. En ese caso, las dudas perderán vigencia; el Gobierno podrá seguir su camino con su estrategia de no tener ninguna estrategia, respondiendo a los problemas puntualmente, y entonces serán los sectores opositores los que deberán ajustar sus propias estrategias. Pero si la sociedad comenzase a expresar inquietudes ante el horizonte incierto que tiene por delante, el Gobierno deberá finalmente definir un camino y convertirlo en una línea directriz de lo que la sociedad pueda esperar de su gestión.