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recuerdos

Yo soy aquel

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Hoy, martes, leo una deliciosa y bien informada nota de Rodrigo Fresán en Página/12 sobre Raphael, el Niño, como tótem y maestro estrábico de buena parte del pop international. (Una deriva posible de la lectura de esa nota sería que Fresán reescribe “Kafka y sus precursores”, el preclaro artículo de Borges, afinando la audición de lo que vino después. Parece  que a los 79, El Niño vive y canta, coronado de gloria.) 

La nota me recordó una escena. Mi abuelo Miguel, fanático de Raphael, siempre decía: “¡Cómo canta este muchacho!”. Y después, quebrando un tanto la muñeca: “Lástima que…”. Prejuicios de la época, que recriminaba o censuraba una elección o no sabía leerla como práctica de estilo. Bien mirada, esa presunta “singularidad” de Raphael, en pleno franquismo, pudo ser también la madre o el padre del destape español y de muchas otras cosas. 

Pero en fin, que no se trata de esto, hostia. En mi opinión, la narrativa y la memoria responden a dos procedimientos básicos: expansión y condensación. El primero impone el aumento incesante, la deriva, el sueño infinito del universo (escriturario) indetenible, el extravío; el segundo, la ilusión del arribo a un núcleo denso: cada palabra, el peso del mundo. 

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Y caminando por los escarpados y bellos senderos de la Traslasierra cordobesa recordé mis años de infancia en Río Ceballos (viejas del agua pegadas a la pared del diquecito; mi hermana pescando mojarritas con la mano; una serpiente verdenenosa serpenteando por el arroyo) y de golpe pensé: “Esto es la felicidad”, y de golpe también me asaltó la angustia y pensé; “No tengo nada para leer”, y recordé los veranos de la infelicidad en una playa de mi adolescencia y recordé también que entonces descubrí un libro fundamental en mi vida, el libro donde leí la posibilidad de que la literatura fuera más amplia que la vida, la expandiera y la condensara a la vez.