Estas fiestas de fin de año en pandemia han sido más raras que la camiseta suplente de Boca. Se recomendaba que las reuniones familiares se realicen al aire libre, pero una inoportuna tormenta hizo que, una vez ingresado por la chimenea, Papá Noel no quisiera volver a salir ni a palos, así que hubo que hacerle un lugar en la mesa. No se dio la posibilidad de que los familiares que venían peleados se reconciliaran, porque utilizaron la excusa del distanciamiento para no cruzar palabra. Y el abuelo se pasó toda la noche esperando que llegara la “nueva cepa”, hasta que le explicaron que no hablaban de vino sino de una variante del coronavirus. A la hora del brindis, ya bastante alegres, fue imposible que los comensales pudieran encontrar la copa rotulada con su nombre.
La conjunción de Saturno y Júpiter, en la que muchos creyeron ver el milagro de la estrella de Belén, hizo que se elevaran al cielo los mejores deseos. Luis Juez, recién bañado y con camisa limpia, pidió que en su destino haya una candidatura, aunque más no sea como mejor humorista en los Premios Carlos. Martín Llaryora rogó por una lluvia… de cemento, que cubra los baches abiertos en las calles de la ciudad. Y Gustavo Santos oró para que se conserve en buen estado y no se tuerza el dedo índice de Mauricio Macri, al menos hasta ser ungido como candidato a gobernador para 2023.
Aunque parezca mentira, uno de los temas preocupantes de las últimas semanas han sido las fiestas clandestinas, sobre todo porque dividen las aguas. Están los que quieren autorizarlas para que se respeten los protocolos, están los que quieren castigarlas con multas millonarias y reclusión para los organizadores en la Isla de Martín García, y están los que sugieren que habría que aprovecharlas para concientizar a los jóvenes, regalando tragos gratis al que soporte más tiempo sin sacarse el barbijo, al que más transpire (porque así promueve el distanciamiento) y al que se ofrezca como voluntario para probar la vacuna rusa.
A propósito de la Sputnik, si bien el operativo tiene como propósito salvar vidas, la mística creada en torno al avión que fue en busca de las dosis se prestó para la humorada. Ya que se viralizó el relato del despegue a cargo de Víctor Hugo Morales, se debería haber contemplado la posibilidad de que el uruguayo también narre el arribo de la nave y que cierre su alocución con el clásico: “Ta ta ta ta ta ta ta…. la vacuna”. Y siguiendo con las alusiones futbolísticas, hubo quien advirtió que el pecho de algunos jugadores enfría mejor que cualquier cámara frigorífica, pero desde el Ministerio de Salud se desestimó esta sugerencia.
Lo que se ha recalentado en las últimas semanas es la relación entre el presidente y la vicepresidenta, que -para apaciguarse- más que paños fríos ya estaría necesitando un iceberg de un tamaño parecido al que hundió al Titanic. Después de aquel “funcionarios que no funcionan” que tiró Cristina Fernández en su primera carta, desde el equipo de Alberto Fernández mascullan una respuesta que denunciaría “diputados que no diputan”, “senadores que no cenan” y “secretarios que no secretan”, para darle de probar a la expresidenta de su propia medicina.
En Córdoba, mientras tanto, la relación de Juan Schiaretti con el Frente de Todos viene más complicada que la de Tom con Jerry. Días pasados, el mandatario cordobés le habría preguntado a un asesor sobre un paraje del interior provincial y el funcionario le habría respondido: “No llega a ser una comuna, es apenas un ‘caserío’”. Para qué, al escuchar esa palabra el gobernador habría montado en cólera y a crina limpia. Nadie en el Panal se atreve a aventurar si en 2021 Hacemos por Córdoba se presentará por su cuenta, si irá en alianza con el kirchnerismo o si formará un frente con el Partido Bromo Sódico Independiente. Por ahora, todos le ponen fichas a la campaña… de vacunación. Y a la posibilidad de que 2021 sea un poco mejor que 2020, para lo cual no tendrá que hacer demasiado esfuerzo.