“Hay un cuento de Galeano que dice: ‘La memoria es esa vasija que el alfarero le da al alumno para que la rompa y con esa arcilla vuelva a hacer otra vasija, con sus propias manos’”, responde Emiliano Salguero (46), hijo de presos políticos, exmilitante de Hijos y participante de la Mesa de trabajo por los DDHH en Córdoba, cuando se le pregunta cómo continúa hoy y a futuro la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia. En un momento de reconfiguración del panorama de los organismos de derechos humanos en el país, y particularmente en la provincia de Córdoba, donde cada vez son menos las precursoras de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, pero más los militantes jóvenes, de la mano de Hijos y Nietes. Por ello vale la pregunta sobre quiénes son hoy los que se sumaron a llevar las banderas de los organismos y quienes la asumirán en el futuro.
Los Hijos. Emiliano cuenta que su primer acercamiento a otros hijos de víctimas directas fue el Taller Julio Cortázar: “Hacíamos actividades culturales, deportivas o recreativas, quienes éramos en ese momento niños o adolescentes. De alguna manera fue un espacio que nos permitió conversar y compartir lo que estábamos viviendo”.
Este taller se inauguró poco tiempo antes de la vuelta a la democracia y perduró hasta finales de la década de 1980, cuando comenzó a gestarse la organización Hijos.
Para Salguero, este nuevo espacio de militancia tomó forma “cuando los organismos de DDHH estaban decaídos, con el neoliberalismo que vino de la mano de la impunidad y se retroalimentaron en el menemismo, con los indultos, las leyes de obediencia debida y de punto final. Con la posibilidad de ver un horizonte, nosotros volvimos a las calles”. Así, agrega, “nació de la propia impronta y necesidades nuestras como generación. Tiene una mirada muy generacional, de entender lo que nos estaba pasando, a los hijos de los desaparecidos, los presos y los sobrevivientes. Si a nosotros nos hubieran dicho las madres, las abuelas, los sobrevivientes, qué teníamos que hacer, no les hubiéramos dado mucha pelota”, reflexiona.
Nietes. La continuidad de la militancia en las nuevas generaciones no fue tan distinta a la de los Hijos, convocados por un momento de desilusión y desaliento. Los Nietes, organización formada por nietos de víctimas directas de la última dictadura militar en Argentina, nacieron a su vez varios años después, como respuesta a la coyuntura y a lo que experimentaban.
“Para mí, lo más groso fue darnos cuenta como juventudes que los años del macrismo habían sido muy duros y sobre todo como juventudes que tenemos historia en los DDHH. Nos encontramos con ciertas políticas de Estado que de repente atrasaban con muchas conquistas que habíamos tenido y que, incluso, habían sido bandera y lucha de Hijos. Fue algo muy groso el 2x1, fueron cosas que empezaron a hacernos sentir que teníamos que organizarnos y que teníamos que hacer algo” cuenta Camila Ibáñez (16), militante de Nietes y nieta de César Gerónimo Córdoba, asesinado en la última dictadura cívico-militar.
La historia de Camila con la militancia, como la de muchos, fue diferente a la de sus padres y predecesores. En Hijos, donde militaba su mamá, creció “como en una gran familia”, donde recolectó tíos, tías, primos y primas. Sin embargo, años después, las ganas de luchar en un espacio propio aparecieron.
“Lo primero que vi fue una nota que salió en la que hablaban nietes desde La Plata y hablaban de una organización nacional. Y yo dije ‘¿Quiénes son? ¿Quiénes están en Córdoba haciendo esto?’ Mis compañeros y compañeras con los que estoy más en contacto no militaban ahí, entonces empecé a preguntar y averiguar. Me encontré con las redes y me sumé. Y ahí me encontré con un montón de gente, que eran hijos de amigos, de mi mamá, de la militancia y que eran de acá de Córdoba y que estaban militando ahí”.
Desde entonces, Nietes representa un espacio de lucha y también de reflexión, ya que les permitió, a ella y sus compañeros, darse cuenta de que “como juventudes, y sobre todo como nietes, tenemos que organizarnos y militar porque todavía falta un montón”.
“Pero puedo ver que capaz tengo primos y primas que no saben casi nada de sus abuelos, o saben muy poco. Me hizo pensar en que debo hacer algo para que ellos puedan descubrir esas historias, y por supuesto, la continuidad de los juicios. El juicio de mi abuelo todavía no se hizo y eso para mí es muy fuerte, es un poco también mi responsabilidad, poder militar para que su causa y la de los 30.000 lleguen al juicio”.
Además, encontrarse involucrada en los organismos de DDHH le permite reconstruir lo que fue su propia historia, la de su mamá y la de su abuelo: “La militancia de por sí es algo que nos une, pero también el modo de militar. Hoy me encuentro con compañeros de mi abuelo y me dicen que soy reparecida. Que él era rejodón, que le gustaba agitar un montón, que era repesado, que le gustaba rosquear todo el tiempo. Ahí me veo muy parecida”, cuenta Camila con una sonrisa en la cara.
Y agrega: “Creo que también otra cosa que me conecta, tanto con mi abuelo como con mi mamá, es esta idea de soñar con un mundo y un país mejor, más inclusivo e igualitario. Me parece que un país donde hay genocidas libres, en el que no se conoce la historia, es un país que no puede mejorar, ¿no? Entonces, para mí, el objetivo que tenemos como juventudes y como nietes, es hacer que esa historia se conozca. La historia de nuestros abuelos, pero sobre todo la historia colectiva”, analiza Camila. Al respecto. Emiliano completa: “Quizás, en lo que todavía no podemos pensar es en la continuidad de los sueños de esos 30.000. Una vez que la política es el espacio para discutirlo, ¿cuál es el proyecto que nos toca?”.