Cuando en 1910 aquel médico de Rosario conoció las sierras de Córdoba decidió que parte de ellas serían suyas. Compró, entonces, 17 hectáreas en la ladera de una montaña. Y pidió a su arquitecto que construyera allí un castillo de cuentos de hadas. Tendría almenas, torre, diecinueve habitaciones con baño privado y un gran cañón al lado de su magnífica entrada. Su constructor no se pudo negar. Es que el hombre era un increíble cirujano y un trabajador incansable que operaba desde las cuatro y media de la mañana y que, siendo de origen humilde, llegó a tener numerosos establecimientos agropecuarios muy modernos para su época.
Solo en Entre Ríos tenía siete estancias, pero otra, en Campo del Cielo, Chaco, abarcaba tanta superficie que los mayores meteoritos que cayeron en esa región, hace millones de años, estaban en sus tierras, algunos de más de 4000 kilos de peso, que él donó a museos de todo el país.
Mientras un verde y frondoso bosque se levantaba, con selectos árboles europeos, creando un verdadero microclima a su alrededor, el particular médico creaba otro microclima especial, pero adentro de su castillo. Para empezar tenía un alto mástil, en el que si él estaba en la localidad serrana tenía izada una bandera azul que así lo anunciaba a toda la región.
Si el doctor era algo excéntrico, su esposa, Edelmira Quintana, también lo era. Se dice que tenía, en la entrada principal de esta mansión, al lado de la escalinata de ingreso, un busto tamaño natural de ella misma.
Rodeado de un mobiliario suntuoso y de un pequeño ejército de asistentes, de cocineras y mayordomos, el conocido cirujano vivía como un rey. Y su apellido, sin embargo, significaba todo lo contrario, ya que era Vasallo, que significa súbdito.
El doctor Bartolomé Vasallo era excéntrico pero, además, un filántropo que siempre colaboró con obras de bien público, un hombre muy generoso. Dejó en su testamento muchas de sus estancias al Estado y a instituciones benéficas. Una de estas millonarias donaciones fue en Concepción del Uruguay, ya que en su prestigioso Colegio Nacional había estudiado, siendo hijo de inmigrantes genoveses y porque, además, él creía en la educación pública. Y otra fue su mansión, el llamado Palacio Vasallo en Rosario, para hacer un museo pero que fue destinado a ser, y lo es actualmente, sede del Concejo Deliberante de esa ciudad, frente al Monumento a la Bandera.
A su castillo lo donó a la Municipalidad de La Cumbre, la ciudad cuya zona este parece custodiar desde lo alto, ya que él quería que ese castillo se mantuviera intacto y así, por siempre, se recordara su nombre. No tuvo mucha suerte. No lo aceptó el gobierno municipal ni el de la provincia por su gran costo de mantenimiento y en 1943 fue rematado. El nuevo comprador reestructuró la propiedad, transformándolo en una amplia mansión más moderna. El flamante dueño era austríaco, multimillonario y fabricaba armas para reyes, presidentes y tiranos de cien naciones. Se llamaba Fritz Mandl. Pero ésa, la de este otro hombre misterioso, es otra historia.
(*) Autor de cinco novelas históricas bestsellers llamadas saga África.