El martes 23 de marzo de 1976, River Plate cumplió el trámite de ganarle al modesto Portuguesa de Venezuela por la Copa Libertadores de América. Aquella noche, en el Monumental de Núñez, José Omar Reinaldi refrendó con dos festejos la fama de goleador que se había forjado con la camiseta de Belgrano. Casi 30 mil personas celebraron el triunfo 2-1 con doblete del cordobés. Nada hacía presagiar que habría un antes y un después de aquel partido.
“Cuando salimos de la cancha nos fuimos a comer a los carritos de la Costanera con ‘Jota Jota’ (López) y Fillol y cuando quisimos volver a nuestras casas empezamos a ver tanques por todos lados”, cuenta el exdelantero. “Habíamos concentrado en el club y antes del partido parecía todo normal. El Golpe fue sorpresivo para nosotros”, puntualiza.
El fútbol pareció no acusar el impacto del cambio de gobierno y el torneo argentino continuó como si nada. También la Copa, en la que River logró avanzar hasta la final. Por entonces “la Pepona” ya se había marchado al Barcelona de Ecuador. “Allá no llegaba mucha información de Argentina y las comunicaciones no eran tan fluidas, aunque antes del derrocamiento de la presidenta (Isabel Perón) ya sabíamos que habían desapariciones”, refiere el técnico y comentarista.
“A fines del ’76 volví para jugar en Talleres y ahí empecé a ver bien cómo eran las cosas”, enfatiza.
Extraño de pelo largo
Con el sueño de ser arquitecto, Reinaldi cambió Villa María por Córdoba en 1967. “Era una época en la que los movimientos estudiantiles y obreros eran fuertes en la ciudad”, rememora. Y reivindica a “esos líderes que nunca más surgieron”, los del Cordobazo, la gesta que puso en jaque a la dictadura de Juan Carlos Onganía. José tenía 18 años y un humilde club, Lavalle, le daba la chance de pagarse la carrera jugando a la pelota.
“La Facultad era muy complicada. Te perseguían por las ideas, se quemaban libros y si tenías el pelo largo o vestías de rojo te metían en cana por comunista”, amplía. Al poco tiempo Raúl Hipólito Arraigada lo llevaría al Pirata y él tomaría la decisión de ser goleador full time.
“Ese fue un momento clave de mi vida. Opté por el fútbol, cuando tranquilamente podría haber seguido con las dos cosas”, reflexiona. Y vuelve al ’76: “Después de muchos años me enteré que los militares se habían llevado a varios excompañeros de la Universidad”.
Admite que la piel se le eriza al recordar aquellos tiempos. Familiares suyos sufrieron persecución y allanamientos clandestinos durante su estadía en Guayaquil.
De botas y botines
A su regreso de Ecuador, “la Pepona” se sumó al Talleres sensación de fines de los ’70. Y aunque califica como “raro” el vínculo que el Tercer Cuerpo de Ejército tenía con la entidad albiazul, enfatiza: “Muchos dicen que Talleres llegó arriba porque era apoyado por los militares, pero esa es una falacia. Aquel equipo tenía jugadores fantásticos y fue protagonista por mérito propio”.
También recuerda la recurrente presencia de uniformados en el vestuario de la “T” luego de los encuentros: “Había uno que entraba siempre serio, con el sobretodo puesto… ¿Con qué necesidad?”.
“Era una época muy difícil y había que cuidarse mucho”, insiste. Y agrega: “En 1979 volví de una gira con la selección y en Ezeiza nos esperaba un colectivo para llevarnos a Casa Rosada, pero decidí volverme a Córdoba con lo puesto. Sentí que si iba estaba avalando todo aquello. No sé si eso habrá tenido que ver con que no me convocaran más; creo que no”.
Los caminos del fútbol llevaron a Reinaldi hasta Loma Negra de Olavarría, el equipo de la millonaria Amalia Fortabat que regenteaba Luis Prémoli, un coronel del ejército que arrastraba la triste fama de haberle notificado a Arturo Illia su destitución como presidente y su reemplazo por Onganía en el Golpe de 1966.
“Loma Negra era un club de una empresa, un poco lo que se quiere hacer ahora, y todos los jugadores querían ir ahí porque te daban una seguridad económica fantástica. Aquello fue después de la Guerra de Malvinas, que fue una vergüenza sin precedentes.”, reflexiona.
Luego llegó Rosario Central, la antesala de los últimos regresos a Belgrano y Talleres y el posterior retiro en 1984. La vuelta de la democracia lo encontró vistiendo la camiseta “canalla”. El 11 de diciembre de 1983, un día después de la asunción de Ricardo Alfonsín, “la Pepona” jugó contra Instituto en Alta Córdoba, en el estadio Juan Domingo Perón, y volvió a hacer doblete en un empate 2-2.
De lo que pasó aquella tarde en el campo de juego, Reinaldi no recuerda algo en particular. Sí del contexto. “Las caras de la gente eran diferentes. Se respiraba un aire de libertad. El país había vuelto a la normalidad”, subraya. Aquella vez no fue a comer con sus compañeros después del partido. Ni siquiera viajaría de regreso con el plantel rosarino. Al día siguiente vería nacer a Julieta, su segunda hija.