En 1947, Friedrich Hayek convocó a 36 intelectuales, la mayoría economistas, al Hotel du Parc en la villa de Mont Pelerin (Suiza) para discutir la situación y el destino del liberalismo. El grupo tomó el nombre de Sociedad Mont Pelerin en honor al lugar donde ocurrió este primer encuentro. Hoy es una asociación multidisciplinaria para preservar los derechos humanos amenazados por la difusión de ideologías relativistas y afines a la extensión del poder arbitrario: una think tank.
No sorprende que Hayek haya querido llamar a la Sociedad Mont Pelerín “Acton-Tocqueville” en honor a Lord Acton y Alexis de Tocqueville. Tampoco sorprende que la obra “Camino a la Servidumbre” deba su título a una frase del ya citado Alexis de Tocqueville, contenida en uno de sus discursos. Hayek lo admiraba. Cabe recordar que Tocqueville (1805-1859) y John Stuart Mill (1806-1873) se vieron en dos oportunidades: en mayo de 1835, cuando el francés visitó Inglaterra por segunda vez y que en un artículo periodístico, Mill calificó al galo como “el Montesquieu del siglo XIX”.
Alexis Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville, pensador, jurista, político e historiador, fue un precursor de la sociología clásica y uno de los más importantes ideólogos del liberalismo. La caída de Robespierre en el año II, libró a sus padres de la guillotina. Por esta razón, desconfió de los revolucionarios sin que ello lo llevara a planteamientos conservadores.
Tocqueville propone una filosofía de la historia, una visión que otorga sentido general a toda la evolución histórica. La diferencia de Tocqueville con otras filosofías de la historia es que considera que el desarrollo de la razón de ese proceso histórico es impredecible.
En su obra hay que destacar aportaciones metodológicas: tiene muchos puntos en común con Max Weber. Partiendo de datos empíricos, pasaba a la construcción de modelos que aspiraban a hacer comprensible la realidad general o rasgos de esa realidad. Y justamente buscando datos para hacer construcciones generales, viajó a Estados Unidos en 1831, donde durante nueve meses rastreó la forma de convivencia americana de la libertad y la democracia.
El temor del vizconde era de que el afán depravado e irrefrenable de “igualdad” atentara contra la libertad. El despotismo democrático, o la supremacía del poder ejecutivo, era para él otro de los caminos a la servidumbre: las tiranías del pensamiento y de la mayoría electoral.
Ya en América escribió “no encuentro el poder”, encontrando el primer límite al vasallaje: el poder disperso. Comprobó, con satisfacción, la participación en la vida municipal y en el movimiento asociativo: un rescate de lo que se llamó “teoría del interés ilustrado”. Esto es un gránulo de la obra tocqueviliana más difundida, “La Democracia en América” (1835-1840).
El Consejo Directivo de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala llamó en 2012 al salón de sus reuniones con los apellidos de Lord Acton y Alexis de Tocqueville, en referencia a la Mont Pelerin Society. A la entrada del salón hay citas de ambos: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” (Lord Acton) y “La democracia y el socialismo tienen una cosa en común: la igualdad. Pero hay una diferencia: la democracia aspira a la igualdad en libertad, el socialismo busca la igualdad en la coerción y la servidumbre” (Alexis de Tocqueville).