“El legado de Freud no es una obra, un corpus textual para ser estudiado, conjunto de enunciados para criticar, refutar o simplemente tratar de entender. Freud es la transmisión de un deseo. Eso es lo que más les duele a quienes pretenden superarlo, porque incluso quienes quieren dejarlo atrás no hacen más que reprimirlo y preparar su retorno. Freud es un deseo que se cuela, pez resbaladizo entre las manos, inapresable”, dice Luciano Lutereau, doctor en psicología y filosofía. Sigmund Freud nació un 6 de mayo de 1856 en Austria.
Su obra, como la de Karl Marx o Charles Darwin, marcó el pensamiento, la política y la ciencia del siglo XX. El fin de ese siglo abrió algunos interrogantes sobre la vigencia de las preguntas que se hacían los tres pensadores, que hoy, en pleno XXI pandémico, ante la irrupción violenta de lo real, parecen disiparse.
El deseo, los miedos, la felicidad, siguen estando en un lugar esencial de la agenda de cada persona.
¿Qué puede decir Freud de la pandemia que estamos viviendo? Lutereau lo explica de la siguiente manera: “en esta cuarentena, diferentes personas empezaron a contar que sueñan más intensamente, con imágenes más hipernítidas, con una fuerte carga afectiva y, eventualmente, se despiertan en la madrugada para, después de unos minutos, volver a dormir. ¿Por qué soñamos de esta manera? ¿En qué clase de refugio se convirtió el sueño? Cuando el principio de virtualidad, más exigente y continuo que el de realidad, agota y aplasta al sujeto, éste se expresa como resistencia en su último bastión, el más freudiano de todos: el sueño, donde escapa de la melancolía diurna para retornar como nostalgia (en sueños con ex, con vivencias infantiles, pero también pesadillas). El erotismo hoy resiste acosado, porque cuando el afuera tiene su límite en la puerta de entrada, es decir, cuando la casa se vuelve el nuevo afuera, si aún quedan ganas de vivir, es preciso un corte y un desdoblamiento, esa otra escena freudiana”.
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El deseo. Una de las ideas más revolucionarias del pensador austríaco es la del deseo. Es revolucionaria en más de un sentido, tal como lo explica Lutereau, “Algo que se transmite. Esto quiere decir que el deseo no sea propio. Cuando no se advierte que el deseo es filiación (herencia y tradición), se cae en la antinomia de pensar que el deseo del otro (por ejemplo, los padres) o que se trata de que cada quien realice su deseo a expensas de los demás.
Freud es un deseo y lo más importante en la formación de un analista es orbitar en torno a él. Un deseo que se expresó como fantasía en la construcción de un mito en Tótem y Tabú (que cuenta que nadie actúa solo, sino a partir del acto de otros) pero que se desovilló de su neurosis en la reconstrucción de la historia de Moisés. Moisés y la religión monoteísta es el ensayo terminal de ese deseo del analista que llamamos Freud, la tercera escala (cuyo primer eslabón fue La interpretación de los sueños) que muestra que la obra freudiana es el análisis de ese deseo que se transmite. No por nada Freud llamó a Moisés “gran conductor”.
Uno de los seguidores de Freud, fue el psicoanalista francés Jacques Lacan: “Entender psicoanálisis es cosa de eruditos, los analistas en cambio nos filiamos en el deseo de Freud, lo buscamos, le rendimos homenaje. Y si lo criticamos, es para ser más freudianos. Y si leemos a Lacan, es para recuperar más a Freud. Por ejemplo, su idea de la sexualidad como traumática”, explica el psicoanalista consultado por PERFIL.
Sexualidad. Una de los prejuicios sobre las teorías freudianas es su referencia a lo sexual. ¿Qué es la sexualidad para Sigmund Freud? Aquí también hay algo que llega a “Lo traumático de la sexualidad quiere decir no hay una acto que la simbolice de manera adecuada y, por lo tanto, siempre nos encontramos lidiando con términos que nos incomodan (marido, esposa, padre, madre, pero también chongo, garche, etc., que parecen más cool y son igual de conflictivos, es decir, no dejan de causar sufrimiento). Lo interesante de la noción freudiana de sexualidad es que va a contramano de cualquier interpretación culturalista, del estilo: esto es traumático porque vivimos en una sociedad que nos oprime, porque estamos determinados por la cultura, etc. Esta idea, muy vigente hoy en día, que toma la forma de una victimización, encubre el razonamiento de que si no somos libres es porque hay un Otro (papá malo) que nos lo impide; es una fantasía neurótica (más bien, histérica). Es una idea muy trivial que puede llevar a hacer de la deconstrucción (un proyecto serio) algo ligero, una versión que justifica nuestros males.
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Si Freud habló de malestar “en” la cultura es porque no es el malestar “de” la cultura. Esto último es Herbert Marcuse, Erich Fromm, no Freud. Además supone el razonamiento de suponer una causalidad lineal: la sexualidad es traumática porque la cultura, la sociedad, los otros... Freud nunca pensó que hay una sexualidad que se vuelve traumática por causas sociales, sino que lo social es intrínsecamente traumático (y causa de síntomas) porque nuestros actos lo son, destinados a la inadecuación, porque los conflictos sexuales implican una “fuente independiente de displacer” (como él llamaba) que hace que tengamos que tratarlos de una forma diferente a cualquier otro problema. En la sexualidad, nadie tiene una respuesta, nadie sabe cómo es la cosa, cada quien tiene que encontrar su solución.
Para Freud la sexualidad no se explica por la cultura, sino al revés: nuestras formaciones culturales son los modos traumáticos de tratar la pulsión en cada época. Por eso queda la pregunta: ¿por qué insiste tanto hoy la fantasía histérica del otro malo? ¿No es lo que estamos viviendo con la nueva versión del virus como “enemigo invisible”?”, explica Lutereau.
Y concluye: “Divino Freud, todavía explica lo que pasa en el psique humana. A 164 años de su nacimiento, su descubrimiento está más vivo que nunca y nos dice que en estos días se trata de volver a soñar despiertos, de recuperar la potencia deseante del sueño para la vida cotidiana, para dejar de vivir dormidos y con sueños acechantes”.