El 3 de marzo es el cumpleaños de cada uno de los cuatro Archie Ferguson, último alter- ego de Paul Auster, protagonista de la última novela del autor nacido en los Estados Unidos, 4321. Empecé a leer a Auster un poco más tarde de que se haya puesto de moda. “El cuento de Navidad de Auggie Wren” fue lo primero que me cayó en las manos después de eludir sus obras con maestría maradoniana. Pero lejos de mi desconfianza, me encantó y superé mis prejuicios anti snobs para ponerme al día rápidamente con su obra, no solo narrativa, sino también con los poemas y los ensayos, su libro de memorias, el de relatos de la vida real para un ciclo de radio y toda su filmografía, incluso la fallida “La música del azar”, que es infinitamente menos interesante que la excelente novela.
Entonces, después de tantos años de estar al día con su obra, era obvio que tarde o temprano iba a caer en “4321”. Lo hice tarde, hace más de un año que lo tengo cargado en la tablet y sus casi mil páginas me frenaron muchas veces para afrontarlo. Me lo regalaron en papel y finalmente, las vacaciones fueron un buen momento para comenzar y me dije: “es ahora”. Así que metí el ladrillo (pesa 1,150 kilos) en la valija y todavía me duelen los brazos de sostenerlo durante la lectura, que me llevó ocho intensos días, a un promedio de 100 a 150 páginas diarias. Un ejercicio mental y físico, aunque- como cualquier otra obra de Auster- se deja leer con facilidad.
El 3 de marzo es el cumpleaños de cada uno de los cuatro Archie Ferguson, último alter- ego de Paul Auster
Pero a diferencia de cualquiera de sus otras novelas, 4321 es tediosa, repetitiva y poco sorprendente. Si bien se presenta como una atrapante mirada de la vida norteamericana, o algo así… cualquier otra novela de Auster cuenta más de la vida en los Estados Unidos del siglo XX que ésta. Sus casi mil páginas podrían haberse resuelto en unas 250, como cualquier otra obra del autor, que parece haberse propuesto hacer algo muy muy largo, casi como si fuera un ejercicio literario antes que cumplir con las obligaciones que le impone la trama. Hay un regodeo por los detalles y la extensión que no se justifican para nada. Y ya no parecen tan divertidas ni tan interesantes las autorreferencias de la vida y la obra de Auster en su nueva novela. Ya lo hizo muchas veces antes, y con mucha mayor efectividad.
Ni siquiera la estructura suena novedosa. 4321 cuenta la historia del mencionado Archie Ferguson, un judío norteamericano que nació un mes después que el auténtico Paul Auster y que desarrolla su vida de cuatro maneras diferentes a lo largo de todo el libro, que en siete capítulos cuenta paralelamente la historia de los cuatro Ferguson diferentes, pero parecidos, demasiado parecidos, lo que le quita atractivo a la idea. Si bien la historia es lineal, y los cuatro van evolucionando de manera pareja, cuando se descubre el truco, da ganas de saltar las páginas para saber cómo sigue la historia de cada Ferguson, como si estuviéramos leyendo Rayuela, de Julio Cortázar, una novela que va a cumplir 60 años.
Eso sí, es una buena novela. Claro que sí, por supuesto. Pero de un gran escritor como Paul Auster, un fan espera más. Sorpresas, metáfora, novedad. Hay, al menos, cinco de sus novelas que lo hacen a uno saltar del lugar de reposo en el que está leyendo y se mete en ese mundo opresivo y claustrofóbico que propone el autor. En 4321 propone algo parecido, pero no termina de lograrlo nunca.
Dicen que esta última, a la que Auster le dedicó siete años es su gran novela. No es cierto y me duele preguntarme si habrá una nueva gran novela o sus 72 años lo pusieron en una declinación que sólo le va a permitir volver a repetirse como ya se repitió en 4321.
