Cómo sería para Karl Marx desembarcar en la Cuba revolucionaria? ¿O para Hegel tomar la máquina del tiempo y viajar a Haití, cuya revolución lo inspiró para escribir su dialéctica del amo y el esclavo? Algo así debe haber experimentado Judith Butler (Ohio, 1956) al pisar la sala llena de la Untref, donde una multitud se agolpaba sudorosa en el calor subtropical del Conurbano. Rockstar de la teoría de género, Judith Butler es la filósofa que más ha influido en cómo concebimos la relación entre cultura y sexo en los últimos tiempos, un ícono contemporáneo cuyo pensamiento marca la mirada progresista en las escuelas, las reivindicaciones feministas y las luchas queer. Butler ingresó en la sede de la Untref con una gorrita y toda de negro, seguida por un séquito de colaboradoras que la protegía del asedio amable de los estudiantes y activistas que se reunían en Villa Lynch.
La última vez que pisó Sudamérica, en 2017, fue recibida con pancartas con su cara con cuernitos de diablo; descendiente de judíos, Butler no hubiera imaginado que estas figuraciones antisemitas la perseguirían hasta San Pablo. Se juntaron más de 300 mil firmas para cancelar su charla; en el aeropuerto, con su pareja, la filósofa política Wendy Brown, la sorprendieron grupos reclamando que se fuera al infierno. “Sudamérica es un lugar complejo”, explicó a las periodistas en la ronda previa. “Era gente de Bolsonaro, me gritaron trans y bruja, lo cual es paradójico”, explicó. “Pero yo no soy binaria”, comentó entre risas.
Esta vez Butler controló todos los aspectos de su viaje. Organizó su propia gira por Chile y Argentina, en torno a un coloquio en el Centro Haroldo Conti, gracias a una beca Andrew Mellon que le brinda mucha libertad económica. El encuentro en Untref lo conducía su mano derecha, la profesora de Berkeley Natalia Brizuela: Butler buscaba la confluencia de pensamiento y activismo, por lo que sus interlocutoras fueron fundadoras y activistas de #NiUnaMenos. Aunque no faltaron los discursos por la educación pública que volvía posible este evento, los gastos principales habían corrido por cuenta de la propia Butler.
Como Butler dijo en su panel, el Norte mira al Sur: los movimientos multitudinarios por fuera de la política tradicional como NUM son fenómenos que estudian de cerca, sobre los que quieren aprender e influir. Llana y concisa, le habló directo a la juventud feminista tironeada por actitudes éticas extremas, que muchas veces reproduce las lógicas que el feminismo busca superar. Planteó que no debemos temer la fragmentación dentro del movimiento (“El conflicto interior hace la fuerza, y ese es un desafío para todas las mujeres”) y que es importante pensar formas de justicia restauradora (una noción del feminismo negro) para que, si un hombre hace algo malo, la solución no sea expulsarlo y dejarlo a la intemperie del Estado y su justicia, sino pensar en cómo reparar el daño y volver a integrar al hombre a su comunidad. “Debemos condenar los actos, no negar la humanidad de las personas que los cometen”, arguyó.
La teoría deviene activismo al enfrentar a su enemigo práctico: el avance de los evangelismos y los movimientos católicos. Dada la progresiva precariedad de la vida en el capitalismo global, las personas están volviendo a las Iglesias en busca de cobijo; por eso el activismo debe dar una respuesta creando redes de contención diferentes. “El neoliberalismo está haciendo que solo la familia sea un amparo”, por eso convoca a pensar y subvertir esas instituciones.
Para Butler, la reproducción por fuera de la familia heterosexual es un hito de resistencia al nuevo fascismo; está escribiendo un libro para niños trans, y sugirió que los niños trans deben agruparse con otros niños trans para poder florecer.
En El género en disputa, Butler planteaba que el género no era una consecuencia natural de un sexo biológico, sino más bien una coreografía aprendida y negociada en el contexto social. La idea del género como performance abrió un campo de libertad experimental: no había nada innato en el sexo y el género era una forma de juego, de teatro personal por fuera de los constreñimientos del cuerpo y la cultura. En su teoría, ya no hay dos sexos sino tantos sexos como cada uno sea capaz de imaginar con su performance. Los hombres no nacen deseando autitos, pueden ser gráciles y gentiles, así como las mujeres pueden ser violentas y despreciar las muñecas. Eran los años 90 y su teoría era el epítome del pensamiento liberal.
Con los años, Butler fue ferozmente criticada por las teóricas transgénero, como Kate Bornstein, por reducir el género a un juego. Contra la teoría queer, plantean que el género no se define por performances sino que es innato, ontológicamente definido e inalienable. Esta teoría toma al pie de la letra la palabra de muchas trans que afirman que son prisioneras en el cuerpo equivocado; postulan una identidad de género excluyente (hombre o mujer) que precede el accionar de la cultura y al propio cuerpo. Si Butler había hablado de que ser mujer o varón era asumir un rol cultural, estas críticas plantean que los roles de hombre y mujer están naturalizados en el cuerpo, sugiriendo un regreso al binarismo y esencialismo que la teoría queer había inicialmente combatido. Consultada por PERFIL, Butler comentó: “Mi teoría tiene treinta años y yo cambié con ella, he aprendido mucho de las comunidades transgénero. La teoría también es una forma de escucha”.