CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "El lugar" de Mario Levrero

Una notable novela de "ciencia ficción", con tintes oníricos y pasajes deslumbrantes, absurdos, paranormales.

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Mario Levrero (Montevideo, 1940 - ibídem, 2004) y la portada de "El lugar", publicado en 1982. | Cedoc Perfil

Será difícil encontrar, mirando hacia adelante y hacia atrás, un libro con un mayor uso de los recursos utilizados por Kafka en El proceso (1925) que El lugar (1982), de Mario Levrero. La consanguinidad asombra por el modo en que están representandos sus respectivos teatros sombríos, circulares y ambientados como pesadillas, esas máquinas narrativas de desesperación y quietud en las que sólo puede avanzarse hacia atrás.

Habrá asombro en el parecido pero no sorpresa en la filiación, revelada por el propio Levrero como un conato de plagio en sus años de inicio. Pero ocurre que El lugar es un libro que corresponde a la madurez de Levrero como escritor, por lo que debe sospecharse que fue escrito con lo que le quedaba de soldado kafkiano de vanguardia. Porque así como las similitudes aparecen lo suficientemente subrayadas como para que imaginemos que se trata de una trampa (como sucede con esos chascos que entran por su verosimilitud a la realidad contra la que van a atentar), también hay un cierta renuncia al modelo.

La historia de El lugar es espiralada y dependiente del espacio. Flor y nata de la agrimensura y la arquitectura kafkiana: que la disposición de los lugares narren lo que no pueden narrar los personajes ni el narrador. Las estructuras, en Kafka, son sistemas verborrágicos basados en el silencio. Un hombre despierta en una habitación que no es la suya y cursa un calvario de intrascendencia, frialdad e incomunicación. No está en ningún lado o está en un mundo tan exageradamente contemporáneo que se desliza hacia el futuro, además de no registrar su existencia sino por medio del malentendido y la indiferencia.

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Pero cuando estamos viajando hacia El proceso advertimos que en el interior de esa asociación se hace presente La metamorfosis (1915). Lo que ocurre en El lugar es un injerto entre dos aparatos kafkianos de distinto porte y formas diferentes de funcionar. Levrero conecta el enrarecimiento del yo con el enajenamiento del entorno. Ambas pesadillas, que Kafka trató por separado como si habiendo lugar para un tipo de asfixia no lo hubiera para otro, intercambian sus sistemas. ¿Es la alteración quizás biológica del yo lo que determina el enrarecimiento del entorno? ¿O es el entorno el que produce las anomalías del yo?

El mundo, para Levrero -algo con lo que volverá a insistir en sus novelas posteriores, en especial El alma de Gardel- es un fenómeno paranormal. El mundo verdadero, el que perciben sus criaturas indiferentes a la masa de sucesos extraordinarios que se presentan, “es” paralelo al mundo visible y palpable que se constituye como un decorado concebido para engañar. 

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El Levrero de El lugar es, todavía, un escritor de invenciones y tributos literarios. Es un compositor. ¿Qué hacía prever la aparición de la bestia sensible que comienza a sacar su literatura de adentro, aparentando no recurrir a ninguna mediación, a partir de El discurso vacío? A simple vista, nada. Y sin embargo hay algo, que no es tanto la manipulación de sistemas kafkianos, esa especie de mash-up por el que la obra de Kafka se reduce a El lugar, como la adopción de su hábito monacal, orientado a cortar con el mundo para escuchar el rumor de sus profundidades.