CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "Las relaciones peligrosas", de Pierre Choderlos de Laclos

Contemporáneo del Marqués de Sade, el militar y escritor francés compuso una verdadera obra maestra, regada con altas dosis de erotismo y provocación.

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Pierre Choderlos de Laclos (Amiens, 1741 – Tarento, 1803) | Cedoc

Hablemos primero del hombre. Pierre Choderlos de Laclos (1741 – 1803) fue un próspero militar francés que, entre otras cosas, se destacó por haber inventado el obús. El aburrimiento, que comenzó a inflamar la vida del guerrero sin guerras, lo desvío hacia una literatura “que provocara el escándalo” y la consecuente fama póstuma. Cumplió el sueño a medias, porque sus contemporáneos apreciaron por unanimidad el escándalo -que se estiró durante muchos años- pero no consideraron nunca que éste hubiera surgido de una literatura de prestigio. Contemporáneo del Marqués de Sade, Laclos se movió lejos de la pornografía explícita pero muy cerca de la imaginación que la suele maquinar, aunque las ediciones de fines del siglo XVIII se permiten ilustrar toqueteos y algún tipo de streap tease.

Ahora hablemos de la obra. Las relaciones peligrosas (1782), novela que recibe la Revolución Francesa hablando de otra cosa, es básicamente la correspondencia entre la Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont (más la intervención de personajes secundarios como el Caballero Danceny, la Presidenta Tourvel, la Señora de Rosemonde, etc). El resultado implica las tensiones que se hubieran dado entre una Mosquita Muerta y Giácomo Casanova. No los une el amor a la letra -se escriben porque no pueden hablar- sino el estudio comparado de los géneros. ¿Quién puede más? La respuesta no es clara. Porque así como hay un poder en lo que se hace -y una impotencia en lo que se deja de hacer- también lo hay en lo que se dice en las cartas, donde la historiografía amorosa se mezcla con la ficción y el chantaje.

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Las cartas, a las que por su manera de intrigar el juego que se juega bien podríamos llamar “naipes”, no son solamente un testimonio de alguna experiencia. Son también dramas en el sentido teatral (un teatro escrito para actuar sobre la realidad), operaciones que nada tienen que envidiarle a la lógica de la guerra y la prueba de que la realidad no existe si no se la nombra intencionadamente.

Pero el motor de la novela es la hibridez que forman las conexiones invisibles entre la representación de los hechos y la voluntad que los mueve. La Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont suscriben un pacto que no es otro que el de darle a la intimidad la espectacularidad que le faltaba. En el capítulo XCIX, Valmont le confiesa a su interlocutora que tiene goces, privaciones, esperanza e incertidumbre, y se pregunta: “¿Qué más hay en el mayor de los teatros? ¿Espectadores? Tenga paciencia, no tardarán en aparecer”.

Lo que hace arder la prosa reticente de Choderlos de Laclos es aquella bestialidad que brota de la cultura de la cortesía, los protocolos y los compromisos, entre otras máquinas de continencia.

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La novela fue mandada al muere por la crítica de la época, pero muchos años más tarde, para probar que la posteridad es una agencia de rescates, fue ensalzada por Tzvetan Todorov en Las categorías del relato literario (1966). Conmovido por no poder advertir con facilidad dónde estaba la verdad del relato y dónde su apariencia, considera que Laclos es el autor de una obra maestra que actúa contra las numerosas novelas bien hechas.