¿Acaso hablar de toroides no es algo de todos los días? ¿Cómo pasamos de estas deliciosas e incomprensibles teorías con nombres inusuales a una práctica artística? La belleza, justamente, está en esto. Para Diana Aisenberg, la forma en que actúan los toroides es similar o análoga a aquella en que entablan relaciones los seres vivos y ese tránsito de uno a otro, de una pieza a la que sigue, es cambio que no distingue el comienzo del final: “Mi método es supermetódico y asistemático. Lo que no quiere decir que sea un antimétodo. Porque hay una búsqueda explícita de ir en contra de la burocracia y de la institución. Para eso tenés que armar un sistema que no es anárquico. Tengo una pedagogía que pongo en práctica desde hace muchos años y por mis talleres han pasado muchísimos alumnos, artistas, amigos”.
Para explicar su método, Diana la hizo fácil. Llamó Economía de cristal en los tiempos del toroide al conjunto de piezas que viene, entre otras especulaciones, de las conversaciones que mantuvo con Edgardo S. Cheb-Terrab, doctor en Física, por las cuales nos enteramos, entre otras cosas, de que el matemático francés Jules Henri Poincaré imaginó la posibilidad de medir el caos; pero no cualquiera sino el verdadero caos, en términos de deformaciones de toroides. Por medio de una rueda –un toroide no es otra cosa que la superficie de revolución generada por un polígono o una curva plana cerrada simple que gira alrededor de una recta exterior con la que no se interseca, es decir argollas, anillos, aros, incluso las ricas donas de Homero Simpson–, Poincaré explica que el comportamiento puede indicar, tanto en su trayectoria perfecta como en sus deformaciones, aunque imperceptibles, sistemas no caóticos o un caos camuflado, ordenado y previsible, que en esos pequeños cambios llevará a un estado final de grandes modificaciones, incluso a su desintegración.