El drama del nacimiento de Jesús y su representación plástica le deben mucho a San Francisco de Asís. Que sea pobre, en un lugar oscuro, de noche y con animales fueron las consignas con las que el santo celebró la primera misa de Navidad en el 1200 y fue una costumbre que siguió. Con la impronta fuerte de la austeridad de estos monjes, se esparció a lo largo de Europa y luego llegó a América para combinarse con el clima del verano y los productos locales. El lugar elegido era una cueva en Greccio, una zona de Italia. Cuenta Juan de Fidanza, San Buenaventura superior de los Franciscanos, que cantó el Evangelio y predicó el nacimiento del Señor. Las dos ideas-fuerza que inspiraron esta construcción, más conocida como “belenismo”, levantar belenes o pesebres, fueron la tradición cristiana y los Evangelios apócrifos. En el comienzo de estos, un Jesús recién nacido le explica a su madre cómo viene la cosa: “Yo soy el Verbo, hijo de Dios, que tú has parido, como te lo había anunciado el ángel Gabriel, y mi padre me ha enviado para salvar el mundo”. Allí también se cuenta cómo fue la circuncisión del Mesías y las veleidades de rey que tenía desde niño: “Jesús congregó a los niños alrededor suyo, y les dijo: Démonos un rey. Y los apostó sobre el camino grande. Y ellos extendieron sus vestidos en el suelo, y Jesús se sentó encima. Y tejieron una corona de flores, y la pusieron sobre su cabeza, a guisa de diadema. Y se colocaron junto a él, formados en dos grupos, a derecha e izquierda, como chambelanes que se mantienen a ambos lados del monarca”.