Es bastante poco lo que se sabe con certeza de la vida de Platón (427 - 347 a. C.), si bien la antigüedad le ha dedicado muchos relatos biográficos y de supuestos episodios que atravesó, además de las 12 cartas suyas que se han conservado. De estas cartas solo una se considera que no es apócrifa, la llamada Carta VII, pero hay eruditos en el tema que dudan de su autenticidad. La importancia de este texto radica en que Platón relata parte de su vida, qué sentido tiene para él la filosofía y las peripecias de sus viajes a la ciudad de Siracusa, Sicilia, gobernada por el tirano Dionisio, y luego por su hijo, Dionisio II, con la intención de influir políticamente sobre ellos. Es conocido desde la antigüedad el relato sobre su primera visita, en el 387 a. C., que culmina con Platón vendido como esclavo por orden de Dionisio en Egina, polis que se encontraba en guerra con Atenas. Se supone que, una vez rescatado por un socrático que se hallaba en el mercado de esclavos, de vuelta a Atenas, fundó la Academia, una institución de enseñanza no sólo filosófica que se prolongó hasta el 629 cuando el emperador romano Justiniano decretó el cierre de todas las escuelas paganas de filosofía.
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Si se da crédito a la Carta VII, como hacen la mayoría de los autores e investigadores, dos hechos deciden el destino de la filosofía de Platón. Según dice se trata, en primer término, de la participación de dos parientes suyos, Critias y Cármides, tío y primo por parte de madre, en la tiranía oligárquica de los Treinta que tomó el poder en Atenas después de la derrota de la guerra del Peloponeso ante Esparta y, luego, de la condena a muerte a Sócrates durante la democracia restaurada, en el 399 a. C. Platón era por entonces un joven de la aristocracia ateniense (se dice que la estirpe de la familia de su padre, Aristón, se remontaba al último rey de Atenas, Codro) y, por lo tanto, como otros jóvenes aristocráticos, quería dedicarse a los asuntos de la polis, en una palabra, a la “política”. La sangrienta tiranía de los Treinta, que se desarrolló en el 404 a. C., y la condena a muerte a Sócrates, ya bajo la democracia, disuadió a Platón de convertirse en un politikós y juzgó, ante lo que se le presentaba como una serie de injusticias y crímenes, que no había solución a los males de la polis a menos que los gobernantes se hicieran filósofos o estos gobernaran.
El resultado de esta conclusión de Platón, cuando ya la democracia ateniense se encontraba en decadencia, fue crear la filosofía política, hasta el momento una de las prácticas más ricas de la tradición y menos consultadas, y no sólo por los politikós. La respuesta platónica a los problemas de la polis comprenden varias obras: Politeia (o República), Politikós (o El Político) y Nómoi (o Las Leyes), esta última inconclusa. En la primera de ellas, de acuerdo con la doctrina de las ideas de la segunda etapa, Platón propone un paradigma “celeste”, un régimen político ideal, una especie de comunismo monárquico e invertido (los gobernados pueden tener bienes y riquezas, aunque hasta cierto punto, pero no los guardianes de la polis) donde gobierna un rey-filósofo bajo el principio de la justicia. En la segunda, ya en la tercera etapa de su pensamiento (regreso del segundo viaje también decepcionante a Sicilia), Platón indaga acerca del paradigma (o modelo) del político, de aquel que posee la episteme, el conocimiento apropiado para gobernar. En la tercera, luego de la última visita a Siracusa, abandona todo lo anterior y argumenta que el mejor gobierno es el de las leyes.
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Simplificando, hasta antes de Las Leyes las respuestas platónicas a los males de la polis (la injusticia, la demagogia, la oligarquía, etc.) se basan en la adquisición de un saber, de una episteme, de una “idea” (en el sentido platónico) que constituye al mejor político y que excluye el gobierno por las leyes. Platón entiende que la ley no hace mejor a nadie, que nunca se puede ser más sabio que ella y que nunca atiende el caso particular, entre otras objeciones. Del mismo modo que no deben gobernar los militares, ni los comerciantes, ni los ricos, ni cualquiera sin conocimiento apropiado, tampoco acepta que gobiernen los magistrados de las leyes. En todo caso, para Platón, es preferible el gobierno basado en ellas antes que soportar una tiranía, como un mal menor, mientras no aparezca el politikós superior dotado de episteme y virtudes para gobernar, pero a condición que el pueblo modifique las leyes cuando lo crea conveniente. Es cierto que la última obra platónica de filosofía política modifica esto, pero no desaparece la desconfianza a la ley.
Las acusaciones de antidemocrático que pesan sobre Platón, en consecuencia, son legítimas solo en parte. La ejecución de Sócrates, condenado a muerte por un tribunal popular de más de 700 miembros, le enseña que las leyes pueden equivocarse y que la democracia puede ser injusta. Por otro lado, la cruenta tiranía de los Treinta, le muestra que un gobierno sin leyes es el peor régimen. Si se otorga autenticidad a la Carta VII, los viajes de Platón a Sicilia, a instancias de su discípulo Dión, que estaba emparentado con los tiranos de Siracusa, tienen por fin abolir la tiranía y fundar una democracia conforme a leyes. Platón no abandonó su propósito pese a que, en las tres visitas a Sicilia, puso en riesgo su vida. En la última, sufrió prisión en el interior del palacio. La Carta VII está escrita luego de la muerte de Dión y de Dionisos II, cuando han estallado violentas luchas intestinas en Siracusa y ya no existe ninguna condición para que Platón puedo volver a ella e intentar corregir sus infortunios.
*Doctor en filosofía, escritor y periodista
@riosrubenh