A casi dos años de su retiro como bailarín, Iñaki Urlezaga todavía mantiene cierta rutina de cuidado corporal, aunque ya no tan exigente como cuando bailaba. “Me liberé de la rutina estricta, lo que hago es acondicionamiento físico, por placer, por querer moverme… Pero no lo hago para llegar al movimiento más bello, al salto imposible que yo soñaba con tocar, con acariciar”, explica. “No lo hago desde ese lugar, lo hago para seguir conversando conmigo, para tener una armonía interna, para poder hacer que en mi vida no sea un cambio tan drástico, tan abrupto”, reconoce.
Quizá eso sea lo que más extraña de sus tiempos de actuaciones profesionales y no tanto el mimo del público, que lo tuvo al máximo. “Sinceramente, no es el público lo que extraño. El bailarín en cierto modo es como un deportista, ¿no? Esa plasticidad, esa elegancia que el cuerpo tiene cuando uno conversa con él. El bailarín tiene una conversación con su cuerpo y tiene un conocimiento tan delicado, tan profundo, tan exquisito, que esa armonía interna a la hora de ejercitar el cuerpo todos los días se extraña. Por más que me mueva, que lo haga desde otro lugar, es algo que a uno le da hasta juventud. Parecería que los años se van corriendo y el cuerpo no los va sintiendo hasta que llega este parate. Lógicamente, después es otra vida…” define.
Y en esta otra vida que le toca vivir, tras una “jubilación” a los 42 años, después de bailar durante casi cuatro décadas, lo enfrenta con esta cuarentena que lleva casi cien días y no parece terminar nunca. “La cuarentena me tiene harto, sinceramente. Creo que lo que más me cansa es no tener un rumbo, no tener un fin, no conocer esto que sucede porque nadie lo tiene previsto y agota la incertidumbre, la inestabilidad emocional, laboral, económica…”, se lamenta y agrega “en este momento tendría que estar en Rusia. Pero Rusia también está igual…”, dice.
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“Lo raro, como argentino, es ver que el mundo por primera vez está igual o peor. Uno siempre está acostumbrado a que acá hay una realidad y en Alemania es otra, y en Rusia es otra… Y cada uno convive mejor o peor con lo que le tiene… Pero lo que veo en esto es que al ser tan colectivo y tan mundial el desastre que ha causado. Es raro saber que el mundo está igual o peor que en la Argentina, con mínimas diferencias, no tengo una respuesta concreta de cómo estoy porque no sé dónde estoy parado, realmente… lo único que veo es la incertidumbre con la que uno puede atravesarlo, con mejores y peores días, es la única que me queda vivir”, se lamenta.
El exbailarín evoca su última función en el Teatro Colón, protagonizando Romeo y Julieta que se emitirá por streaming el domingo 28 de junio a las 20 horas. Se trata de su función de despedida, en la que bailó junto a la bailarina del Royal Ballet de Londres Lauren Cuthbertson y toda la compañía del Ballet Estable del Teatro Colón que dirige Paloma Herrera. Con coreografía de Sir Kenneth Macmillan y en versión coreográfica de Susan Jones y Clinton Luckett, fue una producción del Teatro Colón con dirección musical del maestro Enrique Arturo Diemecke al frente de la Orquesta Estable del teatro. Romeo y Julieta está catalogada como la obra maestra de Serguei Prokofiev, una de las grandes piezas del siglo.
Una obra tan importante también tiene un valor significativo para la carrera de Urlezaga. Por eso la eligió. “Para darle un cierre a mi carrera, no sentía la necesidad de hacer algo nuevo, un estreno más, con esa adrenalina… Con una única función, uno no logra abordar un personaje con el tenor que a cierta edad quiere realizarlo. Entonces elegí una obra que ya estaba en mi ADN, junto a Lauren Cuthbertson, que es una primera bailarina del Royal Ballet con quien yo he trabajado en tantísimas oportunidades cuando trabajaba en Europa. La coreografía también viene de Inglaterra, es de Sir Kenneth Macmillan, la cual también había bailado tantísimas veces por el mundo. Esa obra había crecido conmigo porque fue una de las primeras obras que bailé, entonces por ese conocimiento me parecía que era el marco ideal para darle un cierre a mi etapa de bailarín”, explica.
Y lejos de pensar en la emoción o en los recuerdos, Urlezaga reconoce que primó en él su profesionalismo. “No pude desligarme de la responsabilidad de hacerlo lo mejor que podía. Sabía que era la última vez, sabía que el telón que se cerraba por última vez, lo tengo claro y lo recuerdo. Pero no pude correrme de juicio de que no me importe nada y de que sólo sea un disfrute para mí. Traté de dar lo mejor artística y físicamente. Siempre estuve pendiente de cómo estaba resolviendo la actuación arriba del escenario y tuve la dicha de tener a Lauren que fue una partenaire de lujo, un ser humano excepcional. Es muy lindo trabajar con alguien con quien uno tiene intimidad, porque entonces realmente la libertad es mucho más generosa a lo largo de la noche, cuando uno no tiene restricciones para poder sentirse cómodo a la hora de bailarlo como lo necesita. Eso fue preponderante a la hora de dar un resultado final de la noche. Y después, una producción tan linda, yo agradezco toda la gentileza que el Colón tuvo, la gente que me acompaño, la orquesta, fue una noche muy conmovedora, el cierre de algo tan importante para un artista…”, se emociona.
¿Cómo se imagina el futuro del ballet después de la pandemia?
Hace muchos muchísmos años que hago autoconocimiento y por mi experiencia, ningún cambio sucede hasta que uno lo decrete. Entonces, ojalá que esta cuarentena permita sentir que el motor de uno se ha detenido realmente, para poder ser uno quien lo pueda volver a poner en marcha. Sin ese cambio que uno sienta que puede hacer arrancar de una manera diferente, el mundo del ballet y el mundo en general va a seguir siendo el mismo de antes. Porque mientras los cambios vengan de afuera, nunca van a ser profundos.
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