El nuevo libro de poesía de Pablo Queralt, que reúne una colección de poemas publicados durante veinte años, es vertiginoso y veloz, según una técnica que simula un flujo de imágenes, de recuerdos y sensaciones extraídos de la vida cotidiana, paisajes, la infancia, los libros, el cine, el erotismo o la ópera. Los temas y mundos de Queralt tienden al infinito y a embrollarse en el ritmo continuo del poema, donde se reflejan entre sí o se reflexionan en sí mismos en un plano lírico cuya experiencia se conmociona a través de luces, música, dioses, muertes de tigres, lloviznas, onomatopeyas, el frenesí del amor, brumas teatrales. No obstante, tras el fulgor de las imágenes insiste algo no dicho o por decir que quiebra los signos y que, a pesar de ello (por eso justamente), expresa un puro sentimiento de vivir poéticamente, el afán inexplicable de transformar las cosas –reales o irreales– en mitología, brillos y sombras elementales, una constelación de existencias arcaicas y poderosas en su misma ambivalencia.
Si bien Queralt peregrina en este libro por una antología rota, la lengua de su yo lírico se registra en los significados traslúcidos y exactos, no menos que en la pasión por el teatro, las escenas, los artificios, el maquillaje...
Si bien Queralt peregrina en este libro por una antología rota, la lengua de su yo lírico (tan pronto reflexivo como en extremo sensorial) se registra en los significados traslúcidos y exactos, no menos que en la pasión por el teatro, las escenas, los artificios, el maquillaje, en un círculo mágico tanto fascinante como irónico, sensual y notablemente –en el fondo– carnavalesco. En otras palabras, la poesía de Queralt –médico y curador de poesía de la Biblioteca de San Isidro– se caracteriza por un lirismo existencial que celebra el mundo al modo de los equívocos, de la fiebre o de la anamorfosis, pero también de los desplazamientos versátiles y astillamientos de un secreto irresoluble, enterrado debajo de innumerables estratos o demasiado evidente (como la carta robada de Poe) que se hace presente entre los significantes, los juegos metafóricos, la ensoñación de horizontes lejanos. Ahora bien, el desciframiento de todo esto no puede sino reclamar una hermenéutica del deseo.
De modo que si el yo lírico de Queralt reflexiona sobre sí mismo a través de un sistema de espejos no siempre confiables, lo cual genera a veces el flotamiento de significantes vacíos que se metamorfosean en diferentes significaciones (y algunas contrapuestas), insinuaciones y evasivas, a la vez trabaja en esa deriva de los signos algo como una trascendencia vacía y una inmanencia sobreabundante, reflejos inasibles, desatinos, teorías extravagantes sobre la felicidad, estrellas, whisky, melancolías, escenas de la vida cotidiana redimidas de la chatura, el amor erótico. En suma, quizá la fórmula de la lírica de Queralt, en esta Obra reunida, está contenida en las últimas líneas de la antología, es decir, en la forma de una “existencia que se lanza a escena en ese fondo de/ torbellino interior a abrir un mundo donde surgen las cosas/ es la revelación”.