CULTURA
Literatura

Los diarios de Abelardo Castillo: la intimidad de un maestro

La publicación del segundo tomo de Diarios muestra a un autor maduro que desembarca en la vejez. Relecturas e ironía con el mundo literario.

Abelardo Castillo (27/3/1935-2/5/2017). Escritor de novela, cuento, teatro y ensayo argentino.
Abelardo Castillo (27/3/1935-2/5/2017). Escritor de novela, cuento, teatro y ensayo argentino. | Cedoc

Si hay algo que se puede afirmar de Abelardo Castillo es la dedicación casi completa que tuvo por la literatura a lo largo de su vida. Para los que necesitaban pruebas, basta con introducirse en la reciente publicación del segundo tomo de Diarios (Alfaguara, 2019), en donde se abarcan los años 1992-2006. De esta manera, se completa el trabajo realizado en el primero tomo, editado en 2013 –aún con Castillo en vida- y que comprendía el periodo 1954-1991.

El fallecimiento del escritor en 2017 dejó por la mitad una labor en conjunto que venía realizando con su mujer, la reconocida escritora Sylvia Iparraguirre, quedando ella a cargo de esta edición. “Quedó a mi cuidado cumplir en soledad con sus recomendaciones específicas de lectura”, cuenta Iparraguirre en un sentido prólogo, en donde revela: “Llevé adelante estos encargos fiel y amorosamente hasta en sus mínimos detalles, y puedo confesar que hasta el límite emocional de mis fuerzas”.

Si bien resultaría imposible resumir 24 años de vida y 700 páginas en una sola nota, se puede destacar que esta segunda entrega marca el cambio en el modo de escritura de Castillo en sus diarios. Desde 1992, empezó a llevar a cabo sus anotaciones directamente en la computadora, al mismo tiempo que se encargaba de trascribir a la máquina las versiones analógicas. Sin embargo, seguía llamándole “cuadernos” a esa bitácora digital. En esos momentos, que quedan retratados en este segundo tomo de Diarios, ya se vislumbra a un autor maduro que carga en su espalda la siempre pesada mochila de la experiencia.

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Escribe, por ejemplo, en abril de 1995 luego de leerse a sí mismo: “cuando somos muy jóvenes, la dificultad de encontrar las palabras adecuadas es muy grande. Ponemos cualquiera, mentimos por inhabilidad, por énfasis, por pobreza, y al leerlos cuando pasan los años no creemos que las cosas hayan sido realmente así. Por fin uno aprende medianamente a escribir y encuentra las palabras con alguna rapidez, pero ya dejó hace mucho de ser una persona interesante”. En ese sentido, se pueden ver las reflexiones por lo que el propio Castillo llama “problemas literarios de entrecasa” además de sus constantes comentarios sobre libros.

Diarios de Abelardo Castillo

En esa dirección, se podría decir que en este segundo tomo de Diarios entramos al terreno de las relecturas del autor de El evangelio según Van Hutten, en donde revive esas primeras impresiones de su juventud como lector, así como también expande y descubre nuevos sentidos. Por el contrario, aparecen pocas referencias a escritos contemporáneos más allá de sus labores como jurado de premios literarios. Su capacidad de lectura –que incluye filosofía, política, historia, literatura- resulta sorprendente si se tienen en cuenta los pocos días que demora según dejó registrado en estas anotaciones.

El circo literario. “Son las observaciones de un irónico corrosivo”, describe en el prólogo Iparraguirre, advirtiendo al lector algo que va a predominar en este segundo tomo: la visión crítica que tiene Castillo sobre mucho de lo que lo rodeaba a fin de siglo y principios del milenio, haciendo especial hincapié en lo que él mismo denomina “circo literario”. “Estoy harto de hipocresía, de banalidad: estoy harto del circo literario”, escribe en 1992. Seis años después, en 1998, sentenciaba: “Decido apartarme de una vez por todas y para siempre del circo literario”.

A lo largo del libro, se destacan sus críticas a autores, editores, así como también a la intelectualidad argentina, muchas veces más preocupada por el reconocimiento que por la obra. Si bien disfruta de su lugar como referente, también sabe que eso lo posiciona en un lugar en donde el fuego cruzado puede impactarlo de lleno. “La verdad es que yo era un escritor en serio cuando nadie me consideraba escritor, cuando nadie me molestaba poniéndome en el lugar de escritor. Sobre todo lo era cuando yo mismo no me sentía perteneciendo a la literatura”, reflexionaba a sus 63 años.

En definitiva, leer estos Diarios significa entrar en la intimidad de un maestro, lejos de la foto en blanco y negro con una biblioteca repleta de libros en el fondo. Sirve para acercarse a la obra desde un camino alternativo, sin pavimento ni buena iluminación, pero más que emocionante. Castillo, cuya influencia en las nuevas generaciones parece ir en aumento en estos últimos tiempos, logra un gesto contundente e intencional con estos cuadernos: dejar en claro que los escritores no deberían tomarse tan en serio a sí mismos, pero sí a la literatura. Prestarle atención a esa máxima quizás pueda devolverle un poco de aire a la parcialmente desinflada carpa del circo literario de la actualidad.